PREPARAR EL ALMA
II. Motivos de la
penitencia. Las mortificaciones pasivas.
III. Las mortificaciones
voluntarias y las que nacen del cumplimiento acabado del propio deber.
“En aquel tiempo, Jesús
dijo: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se
hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que,
sentados con sayal y ceniza, se habrían convertido.
Por eso, en el Juicio habrá
menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el
cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Quien a vosotros os
escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y
quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado» (Lucas 10,13-16).
I. Jesús pasó muchas veces
por diversas ciudades derramando innumerables bendiciones sobre sus habitantes,
pero éstos no se convirtieron; no hicieron penitencia, y sin esa conversión del
corazón, acompañada de la mortificación, la fe se obscurece y no se sabe
descubrir a Cristo que nos visita.
Cristo
sigue pasando por nuestras ciudades y continúa derramando sus bendiciones sobre
nosotros. Saber escucharle y cumplir su voluntad hoy y ahora es de capital
importancia para nuestra vida. La Sagrada Escritura llama dureza de corazón
cuando existen malas disposiciones y resistencia a la gracia (Éxodo 4, 21;
Romanos 9, 18).
A
veces alegamos dificultades de algún tipo, pero en realidad se trata de
resistencia a abandonar un mal hábito o a luchar decididamente contra algún
defecto que impide una mayor correspondencia a lo que el Señor pide.
Hemos
de quemar con la mortificación, las malas hierbas que tienden a crecer en
nuestra alma, para convertir nuestro corazón en tierra buena que espera la
semilla para dar fruto.
II. La mortificación no es
algo negativo; por el contrario, rejuvenece el alma, la dispone para entender y
recibir los bienes divinos, y nos sirve para reparar por nuestros pecados
pasados.
Por
eso pedimos frecuentemente al Señor enmendationem vitae, spatium verae
paenitentiae: Un tiempo para hacer penitencia y enmendar la vida (MISAL ROMANO,
Formula intentionis misae). Encontramos tres campos para la mortificación: la
aceptación amorosa y serena de los contratiempos que cada día nos llegan: cosas
que nos son contrarias, aquellas que no son como nosotros quisiéramos, o que
llegan de modo inesperado y que nos exigen cambiar de planes.
El
Señor que permite el mal, sabe sacar bienes en beneficio de nuestra alma (J.
URTEAGA, Los defectos de los santos). No dejemos nosotros de convertirlo en
motivo de amor, de crecimiento interior.
III. El segundo campo de
nuestras diarias mortificaciones es el cumplimiento del deber, con el que nos
hemos de santificar. Ahí encontraremos cada día la voluntad de Dios para
nosotros; y hacerlo con perfección, con puntualidad y con amor, requiere
sacrificio.
El
tercer campo de mortificaciones está en aquellas que buscamos voluntariamente
con deseo de agradar al Señor, y de disponernos mejor para la oración, para
vencer las tentaciones, y para ayudar a nuestros amigos a acercarse al Señor:
“Una sonrisa puede ser, a veces, la mejor muestra del espíritu de penitencia”
(J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja)
Nuestro
Ángel Custodio nos ayudará a vencer los estados de ánimo y el cansancio... será
muy grato al Señor y una gran ayuda a quienes están con nosotros.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org