LA VIGILANCIA EN EL AMOR
II. La lucha en lo que
parece de poca importancia nos mantendrá vigilantes.
III. Alerta contra la
tibieza.
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: -«Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas.
Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para
abrirle apenas venga y llame. Dichosos los criados a quienes el señor, al llegar,
los encuentre en vela; os aseguro que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y
los irá sirviendo. Y, si llega entrada la noche o de madrugada y los encuentra
así, dichosos ellos»” (Lucas 12,35-38).
I. Tener las lámparas
encendidas (Lucas 12, 35-38) indica la actitud atenta, propia del que espera la
llegada de alguien. La situación del cristiano no puede ser de somnolencia y de
descuido. Y esto por dos razones: porque el enemigo está siempre al acecho,
como león rugiente, buscando a quien devorar (1 Pedro 5, 8), y porque quien ama
no duerme (Cantares 2, 5). “Vigilar es propio del amor.
Cuando
se ama a una persona, el corazón vigila siempre, esperándola, y cada minuto que
pasa sin ella es en función de ella y transcurre vigilante (...). Jesús pide el
amor. Por esto solicita vigilancia” (CH. LUBICH, Meditaciones).
Cuando
el alma está adormecida, Jesús se marcha si haber llamado a nuestra puerta,
pero si el corazón está en vela, llama y pide que se le abra (SAN AMBROSIO,
Comentario al Salmo 18). Muchas veces a lo largo del día Jesús pasa a nuestro
lado. ¡Qué pena si la tibieza impidiera verlo!
II. Todos los días nos
encontramos con obstáculos que nos apartan de Dios. Generalmente debemos luchar
en pequeños detalles. Muchas veces el empeño por mantenernos en estado de
vigilia, bien opuesto a la tibieza, se concretará en fortaleza para cumplir
nuestras normas de piedad, esos encuentros con el Señor que nos llenan de
fuerzas y de paz.
Otras
veces la lucha estará centrada en el modo de vivir la caridad, en tener buen
humor; o tendremos que empeñarnos en realizar mejor el trabajo, en ser más
puntuales, en poner los medios para continuar nuestra formación humana,
profesional y espiritual.
En
la lucha por lo pequeño, el alma se fortalece y se dispone para oír las
continuas inspiraciones y mociones del Espíritu Santo. Y es también en el
descuido de lo pequeño es donde el enemigo se hace peligroso y difícil de
vencer.
III. El corazón que ama está
alerta; el tibio duerme. El estado de tibieza se parece a una pendiente
inclinada que cada vez se separa más de Dios: nace una preocupación por no
excederse, por quedarse en lo indispensable para no caer en pecado mortal,
aunque se acepta con frecuencia el venial.
Se
justifica esta actitud por razones de naturalidad, de eficacia, de salud, que
ayudan al tibio a ser indulgente con sus pequeños defectos desordenados, apegos
a personas o cosas, caprichos, comodidad. Se va tirando, queda en el corazón un
vacío de Dios que se intenta llenar con otras cosas, que no son de Dios y no
llenan.
Tened
las lámparas encendidas..., atentos a los pasos del Señor. Nadie estuvo más
atento a la llegada del Señor a la tierra que María. Ella nos enseñará a
mantenernos vigilantes.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org