REFUGIADOS EN MADRID: «SI NO FUERA POR LA IGLESIA, NO SÉ QUÉ HABRÍA SIDO DE NOSOTROS»

Han encontrado acogida en el llamamiento que la Iglesia en Madrid ha hecho a parroquias, comunidades y familias para atender a refugiados no atendidos por las administraciones

El arzobispo en Nuestra Señora de la Paz, junto a varios refugiados y voluntarios.
 Foto: Archimadrid
«Si no fuera por la Iglesia, no sé qué habría sido de nosotros», dicen las familias de refugiados que se han enfrentado en Madrid a un verano en el que muchos comedores han permanecido cerrados y los albergues han seguido colapsados.

Ana y Luis llegaron de Venezuela hace un año y desde entonces han deambulado de iglesia en iglesia y han pasado varias noches en algún parque, «como siguen haciendo muchas familias por Madrid». Vinieron huyendo de una amenaza para sus vidas relacionada con el trabajo de Luis, vigilante de seguridad aeroportuaria, y aquí han pedido asilo político, «pero el proceso es muy lento». «El ministerio no nos ofrece ningún tipo de respuesta. Nosotros solo queremos mejor calidad de vida y trabajar».

Marisa, colombiana, llegó a Madrid acompañada de su hijo Daniel, huyendo de la delincuencia común y de los narcotraficantes. «Solo quiero que Daniel esté bien, porque desde que tuvimos que salir se ha encerrado en sí mismo, no quiere comer y le está costando adaptarse».

Javier, Vanessa y su hijo, Nacho, también son venezolanos. Javier era policía en su país, pero cuando los delincuentes empezaron a rondar su casa y a seguir a sus hijos desde el colegio decidieron escapar, dejando a dos hijas junto a una abuela porque no podían pagar sus billetes de avión. Han pasado noches en la calle y ahora están con los dominicos y con los fieles voluntarios de la basílica de Nuestra Señora de Atocha, pero «yo no quiero depender de nadie, solo quiero trabajar y hacer mi vida aquí, porque nosotros no podemos regresar a Venezuela a buscar la muerte», dice Javier.

Lo mismo sucede con la joven angoleña Rebeca, que huyó de la violencia y el acoso de un familiar suyo que pertenece al ejército. «Quiero estudiar y trabajar, y me gustaría ser azafata», confiesa. O con una madre y una hija peruanas que tuvieron que malvender su casa de un día para otro para huir de las amenazas de muerte de un narcotraficante, y que prefieren permanecer en el anonimato.

Todos ellos son solicitantes de asilo que, a la espera de que se resuelva su situación administrativa, han encontrado acogida en el llamamiento que la Iglesia en Madrid ha hecho a parroquias, comunidades y familias para atender a refugiados no atendidos por las administraciones.

«El primer llamamiento lo hicimos desde la Mesa por la Hospitalidad el 27 de junio del año pasado, y desde entonces hay centros y parroquias que usamos como espacios de emergencia», desvela Rufino García, delegado episcopal de Movilidad Humana, «pero este verano se reactivó la llamada porque no disponíamos de un espacio para acoger a familias, y también necesitábamos más voluntarios que las acompañaran».

«Una experiencia preciosa»

Jorge Vicente, voluntario responsable de coordinación operativa de la acogida durante buena parte de este verano, cuenta que «la respuesta ha sido fantástica». «Han sido casi un centenar los voluntarios que se han ofrecido. La generosidad de la gente no sale en los periódicos. Se han movilizado, han habilitado estancias, etc. Los feligreses se han organizado de modo que cada día una familia preparaba la cena para estas personas, y se quedaban a cenar con ellas, con sus hijos también, los niños jugando juntos. Ha sido muy bonito, una experiencia preciosa».

Los refugiados de la basílica de Atocha lo confirman: «Ha sido espectacular. Ha sido lo que más nos ha impresionado. Gente de la parroquia y voluntarios han estado con nosotros mañana, tarde y noche. Son de una gran calidad humana. Nos han traído comida y otras cosas pero sobre todo nos han traído compañía y nos han transmitido ánimo. Nos decían: “Venga, todo se va a solucionar, no estáis solos”. Incluso vienen a vernos aunque no sea su turno».

Asimismo, ha habido muchos voluntarios que se han ofrecido para acompañar de noche a los refugiados. «Parece algo muy pequeño pero al verlo en perspectiva es muy grande. Eso da mucha tranquilidad a las familias y personas acogidas, porque conocen la ciudad y si pasa cualquier cosa pueden ayudar. Yo mismo he sido voluntario de noche y eso te abre la mente y te pone los pies en la tierra», reconoce Jorge.

Por eso, la llamada que se ha hecho desde la Mesa por la Hospitalidad ha supuesto «un enriquecimiento para las comunidades y parroquias». «Acoger beneficia también a la comunidad cristiana que acoge», asegura Rufino García.

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

Fuente: Alfa y Omega