MEDIADORA DE TODAS LAS GRACIAS
II. Todas las gracias nos
vienen por María.
III. Un clamor continuo, de
día y de noche, sube hasta la Madre del Cielo.
“En aquel tiempo, entre
la admiración general por lo que hacia, Jesús dijo a sus discípulos: -«Meteos
bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los
hombres.» Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que
no cogían el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto” (Lucas
9,43b-45).
I. La Virgen Nuestra
Señora cooperó de modo singularísimo a la obra de Redención de su Hijo durante
toda su vida. En primer lugar, el libre consentimiento que otorgó en la
Anunciación del Ángel era necesario para que la Encarnación se llevara a cabo.
Su
Maternidad divina la hizo estar unida íntimamente al misterio de la Redención
hasta su consumación en la Cruz, donde Ella estuvo asociada de un modo
particular y único al dolor y muerte de su Hijo. Allí nos recibió a todos, en
la persona de San Juan, como hijos suyos. La Virgen es la Mediadora ante el
Mediador, que es Hijo suyo.
Ya
en la tierra, María ejerció esta maternal mediación, y continúa obteniéndonos
los dones de la salvación eterna. La Iglesia la invoca con los títulos de
Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora, y nos ha enseñado el camino seguro
para alcanzar todo lo que necesitamos.
Ella
es la Omnipotencia suplicante. ¿Qué va a negar Jesús a quien le engendró y
llevó en su seno nueve meses, y estuvo siempre con Él, desde Nazareth hasta su
Muerte en la Cruz?
II. Todas las gracias,
grandes y pequeñas, nos llegan por María. Los cristianos nos dirigimos a
nuestra Madre para conseguir gracias de toda suerte, temporales y espirituales:
la conversión de personas alejadas de su Hijo, y para nosotros una continua
conversión del alma, ayuda para el apostolado, todas nuestras necesidades
temporales.
María
es llamada desde la antigüedad “salud de los enfermos, refugio de los
pecadores, consuelo de los afligidos, reina de los Apóstoles, de los
mártires...). En sus manos ponemos hoy todas nuestras preocupaciones y hacemos
el propósito de acudir a Ella diariamente muchas veces, en lo grande y en lo
pequeño.
III. Nuestra Señora conoce
bien nuestras necesidades, ruega por nosotros y nos consigue los bienes que
necesitamos y como una madre llena de ternura ruega por nosotros.
Un
clamor grande sube en cada instante, de día y de noche: Ruega por nosotros
pecadores, ahora... ¿Cómo no nos va a oír, cómo no va a atender estas súplicas?
Confiadamente recordemos que jamás se ha oído decir, que ninguno de los que han
acudido a vuestra protección, implorando vuestra asistencia y reclamado vuestro
socorro, haya sido abandonado de Vos.
Animado
de esta confianza, a Vos acudo, Virgen Madre de las vírgenes... Madre de Dios,
no desechéis mis súplicas (Oración Memorare). El Santo Rosario es la oración
preferida de la Virgen; nosotros lo rezaremos con más amor a Nuestra Madre.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org