Agnes Holtz es religiosa de las Hermanas Franciscanas de la Renovación, una
nueva comunidad nacida del espíritu capuchino y centrada en una doble
vertiente: la evangelización y la atención a los más necesitados
Agnus ingresó en el convento del Bronx de Nueva York en 2001, poco antes del 11-S |
Esta monja vive en estos momentos en el convento
que tienen en el Bronx de Nueva York, un lugar en el que puede cumplir
perfectamente con esta misión. Sin embargo, la hermana Agnes dio muchas vueltas
en la vida antes de llegar a este popular barrio.
Criada como católica experimentó antes de
su llamada varias conversiones pues en distintas ocasiones se alejó de la
Iglesia, incluso volviéndose una furibunda anticatólica. Como tenista
también cambió a Dios por este estilo de vida y por las fiestas. Sólo tras
muchas lágrimas, lesiones y varios retiros volvió al catolicismo, el paso
previo a discernir la llamada vocacional que sentía, y donde ahora se siente
plena y feliz.
Católica
pero "sin relación con Jesús"
En una entrevista en el programa Cambio
de Agujas de la Fundación Euk
Mamie, la hermana Agnes habla de todo este proceso en su vida y
cómo Dios inundó todo su ser en el momento en el que ella abrió una pequeña
rendija de la puerta.
Fue a una
escuela católica y a un instituto católico mientras destacaba jugando al tenis,
gracias a lo cual recibió una beca para ir a la universidad. Sin embargo, recuerda
que aunque recibía los sacramentos “no tenía una relación con Jesús”.
“Mi felicidad no se fundamentaba en
Dios. Intentaba llenar el vacío de mi corazón con muchas cosas y también con
personas. Mientras tanto, el tenis se convirtió en una parte cada vez más
importante en mi vida”, cuenta.
En el instituto tuvo un primer “despertar
en la fe” tras acudir a un retiro. Tenía 16 años. “Nos dieron un tiempo de
silencio –recuerda- y fue en ese momento de oración que sentí el amor del
Padre. Lloré de agradecimiento”.
La
vuelta al mundo
Sin embargo, esa experiencia no cuajó
y volvió a buscar la felicidad en el afecto de los amigos, el ambiente del
instituto, las fiestas y el tenis, donde cada vez más destacaba más. Y así
fue como llegó a la universidad con la beca de deportes, “sin cimientos” de la
fe.
Ya en una
ambiente completamente ajeno a la Iglesia Católica empezó a cuestionarse
toda su vida: “¿Qué es la vida? ¿Por qué ir a la Iglesia? ¿Por qué ser
buena?”. “Me metí en el ambiente de las fiestas de la universidad y en
jugar al tenis. Eso es todo”.
La
lesión que la acercó a Dios
Sin embargo, un duro acontecimiento
trastocó sus planes al sufrir una grave lesión en el ligamento de su rodilla.
Tuvo que volver a su casa y ser operada. Durante ese tiempo –cuenta la hermana
Agnes- “dejé el tenis, mis amigos, la fiesta y me preguntaba: ‘¿quién soy
yo? ¿Quién eres Tú?’. Era la oración franciscana. Me operaron el Viernes Santo
y el Jueves Santo estaba rezando esta oración frente al Señor”.
Con este ímpetu comenzó a buscar a Jesús.
Ingresó en un grupo de cristianos jóvenes a los que veía alegres. Ella afirma
que “quería su alegría porque sabía de Jesús pero no lo conocía de verdad en
mi corazón”.
Otro
alejamiento y su periodo de "anticatólica"
Sin embargo, tampoco en esta ocasión
cuajó. “Desafortunadamente necesité de otra conversión”, cuenta Agnes.
“Me recuperé de la lesión y volví a jugar
al tenis. Pero me convertí no en la Iglesia Católica, no quería que se me
identificara como católica. Dejé totalmente la Iglesia y cuestioné toda mi
fe católica, al punto de volverme anticatólica”, explica la ahora
religiosa.
En aquel momento de su vida quería
encontrar todas las respuestas sobre la fe por ella misma a través de la
Escritura. Pero le faltaba la Tradición. Agnes señala que “buscaba la verdad y
al Señor pero no en los lugares correctos, y me volví cada vez más radical”.
Incluso ya se preparaba para ser misionera de un grupo cristiano no católico.
El
poder de la oración
Pero según cuenta ella misma fue la
oración perseverante de sus padres la que la devolvió a la Iglesia Católica. Durante
un tiempo volvió a casa, pero ella se negaba a acompañar a sus padres a la
iglesia.
Pero sus padres no desistían y dejaban
libros sobre su cama. “Leí el libro Roma,
dulce hogar de Scott Hann y me ayudó a entender muchas cosas. Y
también un vídeo El milagro de
la Eucaristía, que fue lo que me trajo de vuelta”.
Ver los milagros eucarísticos que
contaban en el “vídeo más cutre que he visto” le hizo ver la grandiosidad de
Dios. Volvió a confesarse y a ir a misa todos días. “Era como una esponja”,
afirma. Y así se fue dando “el despertar de mi vocación”.
Sentía inquietud en ayudar a los demás y acabó
dejando el tenis a un lado para empezar a trabajar como enfermera,
concretamente en un departamento de oncología pediátrica.
La
llamada a la vida religiosa
Pero a pesar de esto no se planteaba para
nada la vocación religiosa. En su opinión, era “porque no entendía qué era
una hermana. Pensaba en el estereotipo de que entrabas al convento si no podías
casarte. Yo quería casarme y tener hijos, y pensaba que las monjas no eran
felices”.
Fue una conversación con una monja lo que
cambió totalmente su perspectiva sobre la vida religiosa. Esta chica
era joven como ella y de su propio instituto por lo que la conocía. Y una vez
que constató el amor que sentía por Dios, Agnes empezó a llorar y también a
abrirse a esta posibilidad.
"La
paz y la alegría inundaron mi corazón"
Y el momento culminante se produjo en una
peregrinación mariana tras una novena de 54 días. “Fue entonces cuando
experimenté al Señor llamándome a ser su Esposa”, afirma.
Al principio se resistió pero cuando al
fin abrió la puerta “la paz y la alegría inundaron mi corazón”. Ya sólo
faltaba buscar qué lugar concreto quería Dios para ella. Y tras visitar varios
monasterios y conventos tuvo claro que sería franciscana de la renovación.
“Simplemente lo supe: era ahí”. Y desde entonces está en el Bronx.
Javier
Lozano
Fuente: ReL