Cuántas veces he elegido la mentira, la venganza, el resentimiento, cuando el mensaje de Cristo era otro: ¡sígueme, ama, perdona, sirve, no juzgues, recuérdame, cree!
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¿Cómo
es posible que el hombre pierda tantísimo tiempo en percatarse de la fe?
Es tan encarnizada la
búsqueda de la felicidad, a toda costa, a costa de cualquiera, pero obviamos
el mensaje que nos indica el camino a la felicidad absoluta.
Elegimos
voluntariamente, permanecer en la agonía en lugar de correr al encuentro de la
verdadera felicidad.
¿Es verdadero aquello de que
estamos ciegos y sordos, y de que ésta sea la razón de que no logremos
decidirnos por el mensaje de Jesús?
Jesús es el amor hecho carne,
la palabra de Dios, el mensaje de Dios; quien a su vez es el gran perseguidor
del corazón de los hombres, buscador incansable, por eso es fiel, porque no se
cansa.
¿Por qué permanecemos en
esta ceguera espiritual persiguiendo caminos que se cierran una y otra vez?
¿Por
qué persistimos en los caminos que nos llevan al abismo?
¿Acaso no somos capaces de
entender que, en síntesis, todo el mensaje de la Biblia, es uno solo?
El amor de Dios hacia los hombres, cuyo abrazo es uno solo: Cristo.
Y me hago todas estas
preguntas porque una y otra vez me he visto yo misma en esa posición de
reclamar felicidad, pero de no haber prestado suficiente atención a lo obvio:
tomarme de la mano de Cristo y seguir su mensaje.
Cuántas veces he elegido la
mentira, la venganza, el resentimiento, cuando el mensaje de Cristo era otro: ¡sígueme, ama,
perdona, sirve, no juzgues, recuérdame, cree!
Recientemente pude tener un
regalo muy grande en mi vida. Pude conocer a alguien que tiene el
testimonio de haber visto y hablado con Cristo.
Porque estas cosas
maravillosas no les pasan solo a los santos de otros tiempos, estas
manifestaciones también son permitidas por Dios para que podamos como pueblo de
Dios, nutrirnos de nuestra fe, despertar a la fe.
Una imagen es la que me
viene al pensamiento cada vez que recuerdo la conversación. La hondura del amor
de Dios en su mirada pareciera ser la hondura del universo.
Y en los días siguientes a
la conversación que tuve con esta persona, el sentimiento del amor de Dios
pareciera haber atravesado algo y haber echado raíces profundas en mi corazón. Como
si ahora yo fuera poseedora de esa presencia de Cristo. Porque sin duda, hoy
lo tengo más vivo que en los días anteriores.
Me he preguntado desde
entonces: ¿cómo es posible que aquel que se encuentra
con la mirada de Cristo haya sido transformado en otra fuente de la que mana
incesantemente ese amor que abarca tanto?
Pienso en el Cireneo, que
acompañaba a Cristo cargando su cruz. Aquel hombre también habría sido
transformado al haberse encontrado con la mirada de Dios. Y todos los que lo
vieron vivo.
Por eso el testimonio tan
abrumador de tantísimos que estuvieron incluso “contentos” por haber sido
considerados dignos de sufrir en nombre de Cristo.
Ganarse ese amor valía todos
los sufrimientos del mundo… y, sin embargo, ese amor nos es dado antes siquiera
de levantar la mirada al cielo.
Cuánto
amor derramado sobre un mundo indiferente. Ni siquiera esa indiferencia tan
atroz del hombre hacia Dios es tan grande para opacar el amor tan descomunal de
Dios por nosotros.
El hombre tiene que
apartarse de su historia terrenal y saber que paralelamente hay
otra historia que
se escribe sobre sí mismo, sobre su dignidad, sobre su destino, sobre su origen.
Su hogar no es la tierra, en
la que estamos de paso; su hogar es el cielo y su destino es el
mismísimo corazón de Dios, cuyo amor no deja de verterse y de dar vida.
En estos días leía en la
Biblia:
“A
ustedes (sus discípulos) se les ha concedido el conocer los secretos del reino,
pero a ellos no. Porque quien escuche mis enseñanzas recibirá (conocimiento) en
abundancia, pero al que no las escuche, se le quitará aun lo que tiene” (Mt.
13, 11-12)
Ojalá podamos convertirnos
en discípulos suyos, recibir el mensaje como hombres nuevos que escriben sobre
papel nuevo, para poder recibir ese conocimiento.
Convertirnos es el mensaje
de Cristo y el mensaje que todos los apóstoles llevaron hasta los confines del
mundo. Convertirse supone una tarea de todos los días,
para que convirtiéndonos podamos ver con mayor claridad lo que ahora no vemos
por nuestra ceguera espiritual.
Ciega
y sorda, hasta que Tú me sanes…
www.luzeltrigal.com
Lorena
Moscoso
Fuente:
Aleteia