Alejado de la Iglesia por algún tiempo, pero al final de su
vida, después de recibir la comunión, lloró en silencio, con lágrimas rodando
por sus mejillas
Nació en Londres, un 13 de agosto de 1899, en el
seno de una familia muy religiosa, siendo criados siempre bajo el temor a
errar, a pecar. No quería ser asociado a lo que está mal. De pequeño, inventaba
sus propios juegos que disfrutaba con los amigos. De mayor, ya un consagrado
realizador cinematográfico, asumía desde la escritura del guion hasta de los
decorados, pasando por la fotografía e iluminación.
“En el film
de acción, es el director quien es un ‘Dios’, quien debe crear la vida”,
sostenía. El testimonio del sacerdote jesuita Mark Henninger, quien acompañó al
genial cineasta en los tiempos finales de su vida, es impresionante: “Hitchcock
despertó, miró hacia arriba y besó la mano de (el Padre) Tom y le agradeció”.
Llegó a la
casa de Hitchcock en Bel Air (Estados Unidos) y celebró Misa ahí, invitado por
otro sacerdote amigo, justamente el padre Tom. Lo visitó hasta el final y sobre
ello reflexionó en un escrito de prensa relatando cuán extraordinario fue que
Hitchcock se dejara guiar por Dios al final de su vida.
Algo le
“suspiraba en su corazón”, escribió el padre Mark, “y las visitas respondieron
a un profundo deseo humano, una real necesidad humana”.
El director de “La Confesión” había sido
educado por salesianos y jesuitas en distintas etapas de su vida, pero se fue
alejando de la práctica de la religión, más no de Dios, al que buscaba
afanosamente,
angustia que reflejaba en sus películas. En La Confesión-1953-, la única
producción de Hitchcock referente a un sacerdote, realiza un film
fundamentalmente católico.
Sacerdotes admiradores de Hitchcock dijeron
en con oportunidad de esa película: “Es un increíble retrato de un sacerdote, y
creo que realmente da en el clavo del significado, la realidad, del secreto de
confesión”… “Terminó siendo una película realmente impresionante, y muy
católica. El sacerdote realmente pone su vida en el borde por no decir nada”.
El famoso director de cine amaba el suspense y fue, sin duda, el mejor en
reflejar los complejos sentimientos humanos, especialmente la angustia y la
ansiedad. Era capaz de escenificar los muy concretos miedos del protagonista
ante las distintas situaciones de la vida.
En las películas de Hitchcock hay casi
siempre una especie de dios malicioso que se encarga de gastarles bromas a los
personajes, y cuanto más delicada la situación del personaje, más bromas de
este tipo le gasta.
En sus películas “Dios no juega a los dados”, afirmaban sus cronistas: En
muchos de los momentos cumbres de su cine, cuando el protagonista está a punto
de hacer avanzar la historia, aparece alguien de la nada que desconoce la trama
principal o los apuros del protagonista y que, sin darse cuenta, amenaza con
arruinar la situación con su sola presencia.
Según
Hitchcock, en la vida real no hay un horario para las desgracias y la vida no
diseña escenarios terroríficos para que a alguien le suceda algo terrorífico:
cualquier cosa mala puede suceder a cualquiera en cualquier momento. Lo
importante era que pudiésemos captar el mal, que pudiésemos leer las
intenciones de quien ataca al protagonista.