Muchas personas se vuelven ateas por el mal testimonio y la
imagen deformada de Dios que presentan muchos cristianos
Aunque
todos los cristianos decimos creer en el mismo Dios, no siempre la idea que
tenemos de él coincide con el Dios revelado en Jesucristo. Y es que cuando
decimos “Dios”, aunque participemos de la misma doctrina religiosa, no siempre
la palabra significa lo mismo en la vida de fe de cada creyente. Y es que hablar
de Dios es siempre problemático. Incluso algunas formas de ateísmo han surgido
como reacciones a determinadas imágenes de Dios.
Algunos piensan que no es
más que una debilidad idealista, una forma de escapar de los dolores de la vida
o de llenar los huecos de las cosas que no comprendemos. Otros creen que es un
tranquilizante para nuestras frustraciones, un consuelo para débiles o una
hipótesis para mentes que no quieren pensar. El acceso a Dios se vuelve
complejo porque toda relación con él es mediada por algo o alguien que no es él
mismo.
Normalmente proyectamos
sobre él imágenes que hemos recibido de otros o de nuestras propias
experiencias. Es algo más extendido de lo que se cree, el hecho de que muchas
personas que pertenecen a una misma iglesia predican ideas distintas del mismo
Dios, que hasta son contradictorias entre sí.
La Iglesia
Católica enseña que existen ateos por el mal testimonio de muchos cristianos y
la deformada presentación del Dios revelado en Jesucristo: “…en esta génesis del ateísmo pueden tener
parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la
educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina o incluso
con los defectos de la vida religiosa, moral y social, han ocultado más bien
que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión” (Gaudium et Spes, 19).
Imágenes de Dios que
alejan de la fe
Muchos
viven aferrados a una determinada idea sobre Dios, que cuando hace crisis, en
lugar de purificar la falsa imagen, toda la vida espiritual se derrumba y de
golpe, se dicen “ateos”. ¿Cómo puede existir un Dios
que permita tantas injusticias? Y a veces los cristianos colaboramos con el
ateísmo cuando decimos -con cierta ingenuidad- disparates totalmente alejados
del Dios revelado en Jesucristo.
¿Cuántas veces hemos
repetido cosas que están en las antípodas del Evangelio? Cuando alguien sufre,
en lugar de abrazar su dolor desde el amor de Dios, decimos frases hechas que
deforman a Dios: “Por algo Dios te mandó esta enfermedad, para purificarte”,
“Dios así lo quiso”, “Dios tenía otros planes para ti”, y cosas por el estilo,
como si Dios mismo enviara calamidades y sufrimientos a sus hijos, para
hacerlos más fuertes y santos.
San Pablo afirma que para
los que aman a Dios, todo coopera para su bien (Rom 8,31), pero eso no
significa que todo lo que suceda sea querido por Dios. Porque de ser así,
estaríamos en manos de un dios arbitrario y cruel. Que
Dios permita el mal y que no podamos explicar acabadamente este misterio, no
significa afirmar que sea su querer. Que podamos vivir las dificultades de la
vida como oportunidades y nos fortalezcan, no significa fatalmente que “así
estaba escrito” o que “era el plan de Dios”.
La
influencia del paganismo fatalista en la espiritualidad cristiana todavía hoy
hace estragos. En la religiosidad popular de raíz
cristiana hay muchas formas de hablar de Dios que se parecen más a los dioses
paganos que exigen sacrificios y que manifiestan una constante arbitrariedad,
que, al Dios revelado en el Evangelio, cuyo ser es entrega, amor y misericordia.
Un Dios que no quiere que el
hombre sea feliz, que no lo deje libre, no es el Dios del que nos habla el
cristianismo. ¿Cuántas veces nos dicen que Dios te dará algo si le das algo a
cambio? Sin embargo, el Evangelio nos enseña que el amor de Dios es gratuito y
fiel, independientemente de la respuesta humana. Su salvación no puede
comprarse, ni manipularse, ni obtenerse por sacrificios. Su entrega es gratuita
e incondicional.
Por otra parte, la imagen
que tenemos de Dios repercute directamente en nuestra forma de pensar y vivir
la fe. Quienes ven en Dios a una superpotencia
despótica que impone una voluntad caprichosa a sus súbditos, serán personas
angustiadas, serviles y muy exigentes con sus hermanos de fe.
Si la imagen
de Dios es vaga y difusa, como una energía impersonal al estilo “New Age”,
nuestra fe será etérea y no comprometida con los demás, haciendo de la oración un
simple ejercicio de meditación individualista. Otros reducen la fe a una
cuestión social y política, a pura inmanencia, negando toda realidad
sobrenatural en nombre del “anuncio del Reino” (sin Dios), reduciendo la
salvación a una utopía humana y la teología a sociología.
Hay
casos donde se afirma que la Virgen María es más misericordiosa que Dios,
haciendo de Dios alguien menos perfecto -bueno- que María, como un dios del
Olimpo griego al que le cambia el humor y al que se puede manipular. Crecen las
publicaciones pseudopiadosas donde se presenta a la Virgen discutiendo con
Jesús para salvar a alguien, como si Jesús quisiera regatear la salvación que
él mismo nos regala.
Se
deforma así también el sentido de la intercesión en la oración y el lugar de
María en la fe de la Iglesia. Parecería que Jesús resucitado es otra persona
diferente del que hablan los evangelios. Para presentar la eficacia de la
intercesión de María se hace de Dios un ser distante y difícil de convencer,
como si Jesús solo concediera algo si su madre le insiste. ¿Un Dios que se
revela como amor infinito se hace rogar o es manipulable?
Por
otra parte, cuando se afirma que una catástrofe natural es a causa de un
castigo divino, nos pasamos al paganismo de un dios irascible. Las imágenes
deformadas son incontables y se van recreando en ambientes donde hay una
catequesis superficial y una evangelización que no presenta el anuncio (kerygma) fundamental del cristianismo.
Y así, vemos con qué
facilidad la misma fe puede ser deformada en diálogos cotidianos y hasta en la
misma catequesis, donde no hablamos del mismo dios, debido a las imágenes que
todos nos hacemos de él. Estas imágenes cambian el sentido del pecado, de la
libertad, de la gracia, del amor de Dios, de la pasión de Cristo, de la
salvación, de la Iglesia, de la vida sacramental y de la vida eterna.
La falta de purificación de
las falsas imágenes de Dios no es un tema menor en la vida de fe, sino la fuente
de muchas crisis y de grandes obstáculos en la evangelización y en la
catequesis.
El Dios que Jesús reveló
Los cristianos creemos que
Dios se ha revelado plenamente en Jesucristo, si queremos saber cómo es él, hay
que ir a la fuente, a Jesús. Para librarse de cualquier idea falsa del Dios de
los cristianos, es preciso confrontar nuestra idea de Dios con la manera de ser
de Jesús testimoniada en los Evangelios. Su palabra es la palabra de Dios, sus
gestos son los gestos de Dios, su rostro es el rostro humano de Dios. La
salvación que anuncia Jesús es amor gratuito, desde la nada.
¡Cuántas
veces se nos ha dicho que es importante amar a Dios…! Y es verdad. Pero mucho
más importante es que Dios nos ama a nosotros. Lo
realmente difícil es aceptar -creer- este amor para mí, porque es reconocer que
soy aceptado, así como soy y que ese amor por mí no va a cambiar, ni va a
desaparecer, ni a retroceder, ni me abandonará, porque es incondicional. “En esto consiste el
amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero”
(1 Jn. 4,10). Este es el cimiento de la fe cristiana y la certeza más profunda
del Evangelio.
¿Por qué nos ama Dios?
Porque se le dio la gana amarnos, porque sí. No nos ama porque seamos buenos o
por ninguna razón o mérito de nuestra parte. Si el amor de Dios dependiera de
algo que hay en mí, ya no sería incondicional. Solo depende de él, porque Dios
es el fundamento de su amor por mí. Su amor por ti no depende de ti. Aceptar
que somos amados incondicionalmente es un acto de fe. Si Dios me ama y me
acepta tal como soy, también yo debo amarme y aceptarme a mí mismo. Yo no puedo ser más
exigente que Dios, ¿no es verdad?
Dios nos ama así con un amor
que lo da todo sin pedir nada a cambio. Por
eso los grandes santos, hombres y mujeres de todos los tiempos, hicieron
grandes sacrificios y vivieron con radicalidad la fe. No por obligación o para
ganarse el cielo por sus obras, sino como respuesta a un amor incondicional y
gratuito.
Porque habían descubierto que el cielo se les había regalado sin haberlo
merecido. Si queremos purificar nuestra imagen de Dios, hay que mirar más a
Jesús.
Miguel
Pastorino
Fuente:
Aleteia