No
se trata de sucumbir ante quien hace el mal. Sino de aprender a sanar
interiormente. Y responder en el modo correcto. Veamos de qué manera
![]() |
Shutterstock |
¿Por
qué los cristianos tenemos que soportar injusticias? ¿Por qué tenemos que
evitar enfrentar los problemas sufriendo todo pasivamente? ¿No nos volvemos
ineptos si, cuando tenemos dificultades, simplemente nos quedamos mirando?
La
respuesta es negativa y el porqué nos lo explica Franz Jalics, autor de “Ejercicios
de contemplación” (Editorial Ancora).
El camino de la sanación
Digamos
que alguien, en una discusión, me ha injustamente herido con sus afirmaciones.
¿Cómo reacciono? Tengo dos opciones.
Puedo
regresar el golpe hiriendo a mi vez, o hacer de cuenta que no pasó nada y
reprimir todo, diciéndome que en realidad no me ha herido. En ninguno de los
dos casos se produce una sanación. Regresar el golpe es una reacción hacia el
exterior que no produce ningún tipo de redención; al contrario, puede ser que
quien está hablando conmigo reaccione a su vez todavía más violentamente.
En
el segundo caso engullo la ofensa que, sin embargo, se detiene como piedra
en el estómago. Nada se ha redimido, porque sea reprimiendo, sea devolviendo el
golpe, se busca evitar el dolor y se queda en el ámbito del hacer, de
la acción.
Dejarse tocar por la
herida
Entonces
¿cómo se lleva a cabo la verdadera sanación? ¿Cuál es la estrategia más
correcta respecto a lo que me está sucediendo? Lo mejor que se puede hacer es
dejarse tocar por la herida. Así empezamos a sentir el dolor. No es ni un
hacer, ni un pensar. Es solo un sufrir, con lo cual se inicia nuestra sanación
interior por el golpe.
Si no hay urgencia de
responder
Si
no hay urgencia por responderle al otro, no reacciono. Necesito tiempo para
permitir a la herida volverse una cicatriz. Según la seriedad de la herida, la
dejo reposar un tiempo. Cuando la herida ya no duele quiere decir que se ha
transformado en cicatriz. Ha dejado su marca, pero ha perdido por el momento su
carácter amenazador.
Así
puedo dirigirme nuevamente al exterior, volver a esa persona para hablar con
ella de la herida que me ha hecho. Puedo también comportarme enérgicamente,
pero no reaccionaré con odio. El dolor ha pasado, permitiéndome encontrarla con
más amor.
Si hay urgencia de
responder
Digamos,
en cambio, que yo no me pueda esperar, con motivo de las circunstancias que
requieren una reacción inmediata.
También
en este caso me dejo tocar por el dolor y miro qué siento: “Es una herida y me
duele. Le permito que me duela”. En este momento empieza la redención. Visto
que la situación, como hemos dicho, exige una reacción rápida, impidiéndome
tomarme el tiempo necesario para que sane la herida, me quedo con mi
interlocutor.
Al
no estar todo redimido, mi reacción tendrá connotaciones de odio, presente en
el fondo, pero no estará totalmente a merced del odio, porque el proceso de
sanación ya ha comenzado. Mientras más circunstancias externas nos permitan
tomarnos un tiempo, más posibilidades para la redención.
Los ejercicios
contemplativos
Resumiendo:
cuando hablo de sufrir, de dejar estar, de no poner límites, de no defenderse,
me refiero siempre a las reacciones hacia el interior y no hacia el exterior.
En los ejercicios contemplativos se toma en consideración solo la dimensión
interior, en la que podemos aprender un nuevo modo de comportarnos.
La
reacción externa, en cambio, depende ampliamente de las circunstancias. Aunque
es mejor reaccionar con amor cuando la herida ha sido ya sanada, las
circunstancias externas pueden justificar una reacción anticipada, incluso si
está marcada por un cierto odio latente.
Los psicólogos
Muchos
psicólogos sostienen que se debería aprender a defenderse. Esto es correcto, si
se refiere a las reacciones externas. Si alguien me molesta, se comporta
incorrectamente, me provoca injustamente o me agrede, puedo ciertamente poner
límites externos. Pero no debo limitar mi amor por él con barreras internas.
Gelsomino del Guercio
Fuente:
Aleteia