Yuni Achondo vivió
aterrorizando a la gente de Nuevo México. «Nadie quería acercarse a mí. Todos
sabían que he tirado bala, movido droga...»
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| Foto: José Luis Garayoa |
Le detuvieron el 14 de febrero del 2018. «Para mí no fue un arresto,
sino una liberación. En los últimos 13 meses, cinco de los once compañeros que
movíamos la droga están bajo tierra. Ustedes lo llaman conversión, pero yo no
sé. Lo único que le puedo decir es que en la prisión Jesús me encontró roto,
triste, golpeado y muy solo, pero Él me salvó y me cambió para siempre».
Se me ocurrió decir en el
Centro de Detención que cada tres semanas debía de contar una historia y
publicarla en España, y ahora tengo historias en lista de
espera. Todos me quieren contar la suya, e incluso me piden que diga sus
nombres por si a los que leen sus historias les sirve de algo.
El protagonista de hoy es
Yuni Anchondo y cuenta que vivió aterrorizando a la gente de su ciudad, en
Nuevo México, «por causa de mi comportamiento violento. Me tenían miedo y nadie
quería acercarse a mí». Yuni siente que estoy nervioso y me tranquiliza. «No se
preocupe, padrecito, todos allí fuera y aquí dentro saben que he tirado
bala, movido droga… El uniforme que me han asignado [viste el color rojo]
lo dice todo».
Me cuenta que le detuvieron
el 14 de febrero del 2018. «Para mí no fue un arresto, sino una liberación. En
los últimos 13 meses, cinco de los once compañeros que movíamos la droga están
bajo tierra. Ustedes lo llaman conversión, pero yo no sé. Lo único que le puedo
decir es que en la prisión Jesús me encontró roto, triste, golpeado y muy solo,
pero Él me salvó y me cambió para siempre».
Y me pide un favor:
«Dígales que soy otro, que no me tengan miedo, que he cambiado. Un día me cansé
de estar encerrado una y otra vez, de perder a mi mujer, de perder a mis hijos
por culpa de mis adicciones, y me enfrenté a Dios. Le pregunté si yo también le
importaba. Y allí, en la cárcel, descubrí leyendo la Biblia que Dios había
usado para su plan de salvación a adúlteros, ladrones, asesinos, cobradores de
impuestos, traidores…, cambiándoles el corazón. ¿Por qué no habría de cambiar
el mío? Decidí cambiar y fiarme de Jesús. Le dije que, si Él quería, podía
curarme. Y me sanó».
Creo que Yuri se da cuenta
de que estoy escuchándolo emocionado. «Mire, padrecito, yo le corrí a
Diosdurante 40 años de mi vida sirviendo al enemigo. Vivía en una mentira.
Y a nadie puedo culpar más que a mí mismo. Dios nunca me abandonó. Nunca me
faltaron los buenos consejos de mi madre y de mi padre. Tampoco puedo culpar a
la justicia por mi encarcelamiento». Sonrío y prosigue: «Dios todavía no ha
terminado conmigo.
Me está cambiando poco a
poco. Una de las cosas que me enseña es a perdonarme y a dejar el pasado atrás.
No estoy con mi familia, pero la amo y me aman. Solo sueño con recuperar el
tiempo perdido. Cuando salga, lo primero que haré será buscar a las personas a
las que he hecho daño y pedirlas que me perdonen y que me den la oportunidad de
ser un hombre nuevo. Porque –y esto lo aprendí leyendo la Biblia–, soy un
hombre nuevo, una criatura nueva».
Le doy un abrazo. De pie y
con la mano en la puerta enrejada, termina: «Mi abogado me dice que en un mes o
mes y medio podré salir. Nos vemos fuera, rece por mí. Dígales que no me tengan
miedo».
José Luis Garayoa
Agustino recoleto. Misionero en Texas (EE. UU.)
Agustino recoleto. Misionero en Texas (EE. UU.)
Fuente: Alfa y Omega
