EL TRABAJO DE MARTA
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Dominio público |
II. En
el trabajo, en el quehacer de cada uno, es precisamente el lugar donde
encontramos a Dios, «el quicio sobre el que se fundamenta y gira nuestra
llamada a la santidad».
III. Debemos
tener tal unidad de vida que el mismo trabajo nos lleve a estar en presencia de
Dios y, a la vez, los ratos expresamente dedicados a hablar con el Señor nos
ayuden a trabajar mejor.
«Cuando iban de camino entró en
cierta aldea, y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Tenía ésta una
hermana llamada María que, sentada también a los pies del Señor, escuchaba su
palabra. Pero Marta andaba afanada con los múltiples quehaceres de la casa y
poniéndose delante dijo: «Señor, ¿nada te importa que mi hermana me deje sola
en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me ayude». Pero el Señor le
respondió: «Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. En
verdad una sola cosa es necesaria. Así, pues, María ha escogido la mejor parte,
que no le será arrebatada». (Lucas 10, 38-42).
I. Señor, si he
hallado gracia a tus ojos, no pases de largo junto a tu siervo; traeré un poco
de agua, y lavaréis vuestros pies, y reposaréis debajo del árbol; después
seguiréis adelante, pues habéis pasado junto a vuestro siervo. Son las palabras
que Abrahán dirigió a Yahvé cuando se le apareció, como peregrino, en el
encinar de Mambré, a la hora del calor. Abrahán le dio de comer y le dispensó
una buena acogida. Nunca olvidó Dios estas muestras de hospitalidad de Abrahán.
El Evangelio de la Misa narra la llegada de Jesús con sus discípulos a casa de
unos amigos en Betania: Marta, María y Lázaro.
Por éste lloró un día el Señor al enterarse de su muerte,
y luego lo resucitó. Jesús va de paso hacia Jerusalén y se detiene en Betania,
que está a unos tres kilómetros antes de llegar a la ciudad. En casa de
aquellos hermanos, a quienes Jesús ama entrañablemente, recaló con sus
discípulos para descansar después de una larga jornada; allí, entre aquellos
amigos, se encuentra el Señor a gusto. Le tratan bien, y siempre es recibido
con alegría y afecto. Así hemos de tratar y de acoger nosotros a Jesús, que
está en el Sagrario de las iglesias. No tenemos otro amigo mejor ni más fiel.
No existe persona alguna a la que debamos tratar con mayor delicadeza y
confianza.
En este clima de amistad, las hermanas se desenvuelven con
naturalidad y sencillez, y muestran actitudes diversas. Marta andaba afanada
con los múltiples quehaceres de la casa; parece la mayor (San Lucas dice: una
mujer llamada Marta le recibió en su casa), y es la que se ocupa con todo
esmero de atender al Señor y a los que le acompañan; el trabajo debía de ser
abundante. Atender aun grupo tan numeroso, sobre todo si se presentaron de
improviso, no era tarea fácil. Y Marta deseaba hacer un recibimiento adecuado
al Señor, y se ocupaba con eficacia en preparar lo conveniente.
Sabemos que, en un momento determinado, pierde la paz y se
agobia, porque le falta la inicial rectitud de intención. María, en cambio,
estaba sentada a los pies del Señor escuchando su palabra, desentendida de los
preparativos de la comida. «Marta, en su empeño por prepararle al Señor de
comer, andaba ocupada en multitud de quehaceres. María, su hermana, prefirió
que le diese de comer a ella el Señor. Se olvidó de su hermana y se sentó a los
pies del Señor, donde, sin hacer nada, escuchaba su palabra». Nosotros, con la
ayuda de la gracia, tenemos que aprender la armonía de la vida cristiana, que
se manifiesta en la unidad de vida -unir Marta y María- de forma que el amor a
Dios, la santidad personal, sea inseparable del afán apostólico y se manifieste
en la rectitud de nuestro trabajo.
II. La hermana mayor
se dirige a Jesús con gran confianza y cierto tono de queja: Señor, ¿nada te
importa que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que
me ayude. Durante muchos siglos se ha querido presentar a estas dos hermanas
como dos modelos de vida contrapuestos: en María se ha querido representar la
contemplación, la vida de unión con Dios; en Marta, la vida activa de trabajo,
«pero la vida contemplativa no consiste en estar a los pies de Jesús sin hacer
nada: esto sería un desorden, sino pura y simple poltronería».
En el trabajo, en el quehacer de cada uno, es precisamente
el lugar donde encontramos a Dios, «el quicio sobre el que se fundamenta y gira
nuestra llamada a la santidad», donde amamos a Dios mediante el ejercicio de
las virtudes humanas y de las sobrenaturales. Sin un trabajo serio, hecho a
conciencia, con prestigio, sería muy difícil -quizá imposible-que pudiéramos
tener una vida interior honda y ejercer un apostolado eficaz en medio del
mundo.
Durante mucho tiempo y con demasiado énfasis se ha insistido en
las dificultades que las ocupaciones terrenas, seculares, pueden representar
para la vida de oración. Sin embargo, es ahí, en medio de esos trabajos y a
través de ellos, no a pesar de ellos, donde Dios nos llama a la mayoría de los
cristianos para santificar el mundo y santificarnos nosotros en él, con una
vida llena de oración que vivifique y dé sentido a esas tareas. Fue ésta una
predicación continua del Fundador del Opus Dei, que enseñó a miles de personas
a encontrar a Dios a través de su quehacer diario.
En cierta ocasión, dirigiéndose a un numeroso grupo de
personas, les decía: «Debéis comprender ahora-con una nueva claridad- que Dios
os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la
vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel,
en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el
hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera
cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones
más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir (...).
»No hay otro camino (...): o sabemos encontrar en nuestra vida
ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por eso puedo deciros que
necesita nuestra época devolver -a la materia y alas situaciones que parecen
más vulgares- su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de
Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro
continuo con Jesucristo». Poner el amor de María mientras se lleva a cabo el
trabajo de Marta.
Jesús responde a esta mujer en tono familiar: Marta, Marta, tú
te preocupas y te inquietas por muchas cosas. En verdad una sola cosa es
necesaria. Así, pues, María ha escogido la mejor parte, que no le será
arrebatada. Es como si le dijera: Marta, estás ocupada en muchos menesteres,
pero te estás olvidando de Mí; estás desbordada por muchas tareas necesarias,
pero estás descuidando lo esencial: la unión con Dios, la santidad personal.
Esa inquietud, ese ajetreo, no pueden ser buenos cuando te hacen perder la
presencia de Dios mientras trabajas; aunque el trabajo en sí es bueno y
necesario.
Jesús no hace una valoración de toda la actitud de Marta, ni
tampoco de todo el comportamiento de María. Cambia con hondura la cuestión y
apunta a algo más esencial: a la actitud interna de Marta; tan metida está en
el trabajo y anda tan preocupada por él, que se llega casi a olvidar de lo más
importante: la presencia de Cristo en aquella casa. ¡Cuántas veces nos podría
hacer el Señor el mismo cariñoso reproche! Afanes, trabajos necesarios, que no
pueden justificar nunca el olvido de Jesús presente en nuestras tareas, aun las
más santas, pues, como se ha dicho, no podemos dejara un lado al «Señor de las
cosas» por «las cosas del Señor»; no se puede relativizar la importancia de la
oración con la excusa de que quizá estemos trabajando en tareas apostólicas, de
formación, de caridad, etc.
III.
Debemos tener tal unidad de vida que el mismo trabajo nos lleve a estar en
presencia de Dios y, a la vez, los ratos expresamente dedicados a hablar con el
Señor nos ayuden a trabajar mejor, pues «entre las ocupaciones temporales y la
vida espiritual, entre el trabajo y la oración, no puede existir sólo un
"armisticio" más o menos conseguido; tiene que darse plena unión,
fusión sin residuo. El trabajo alimenta a la oración y la oración
"embebe" el trabajo. Y esto hasta el punto de que el trabajo en sí
mismo, en cuanto servicio hecho al hombre y a la sociedad -y, por tanto, con
las más claras exigencias de profesionalidad-, se convierte en oración
agradable a Dios».
Para lograr la presencia del Señor mientras trabajamos tendremos
que recurrir a industrias humanas, cosas que nos recuerden que nuestro trabajo
es para Dios y que Él está cerca de nosotros, contemplando nuestras obras; es
un testigo de excepción de nuestra actividad. Muchas veces nos ayudará la
consideración de que está muy cerca, quizá a pocas decenas o a unos centenares
de metros, en un oratorio o en la iglesia más cercana. «Ahí, desde ese lugar de
trabajo, haz que tu corazón se escape al Señor, junto al Sagrario, para
decirle, sin hacer cosas raras: Jesús mío, te amo.
»-No tengas miedo a llamarle así -Jesús mío- y de repetírselo a
menudo».
Todas las ocupaciones, hechas con rectitud de intención, pueden
ser el lugar donde cada día vivamos la caridad, la mortificación, el espíritu
de servicio a los demás, la alegría y el optimismo, la comprensión, la
cordialidad, el apostolado de amistad... Es el medio, en definitiva, con el que
nos santificamos. Y esto es verdaderamente lo que importa: encontrar a Jesús en
medio de esos diarios quehaceres, no olvidar en momento alguno «al Señor de las
cosas»; menos aún cuando esos quehaceres hacen referencia más directa a Él,
pues, de lo contrario, quizá terminaríamos llevándolos a cabo por nosotros
mismos, buscando en ellos solamente la realización personal o la mera
satisfacción de un deber cumplido, dejando a un lado la rectitud de intención,
olvidando al Maestro.
Le pedimos a la Virgen, al terminar la oración, tener el espíritu
de trabajo de Marta y la presencia de Dios de María mientras, sentada a los
pies de Jesús, escuchaba embebida sus palabras.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org