Desde Santiago de Compostela, san Juan Pablo II nos exhortó con estas memorables palabras que
cobran quizás hoy mayor actualidad: «Yo, Sucesor de Pedro en la
Sede de Roma… Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago,
te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú
misma"

Le veneramos con mucho
fervor y gratitud por haber traído la fe a nuestra tierra, según una venerable
tradición. Desde los inicios del cristianismo, España ha recibido la fe
apostólica mediante la predicación de san Pablo y de Santiago, junto a otros
varones apostólicos.
Sabemos que Santiago era
hermano de Juan, el evangelista, y que ambos eran hijos de Zebedeo, pescador en
el lago de Galilea. Jesús les llamó, y dejando a la barca y a su padre, le
siguieron. Por su carácter impetuoso, Jesús les impuso el sobrenombre de «hijos
del trueno». Como el resto de los apóstoles, pensaban que Jesús iba a ser un
mesías político que daría de nuevo a Israel su autonomía y la liberación del
yugo de Roma.
Es muy conocida la escena en
que Santiago y Juan, acompañados de su madre, piden a Jesús ocupar los puestos
de su derecha e izquierda en el futuro reino. Jesús les hace una pregunta
decisiva para probar su fidelidad a él: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de
beber? Respondieron afirmativamente, aunque no sabemos si entendieron en un
primer momento el alcance de la pregunta que indicaba el martirio de Cristo. Su
disposición, no obstante, era generosa.
Ambos sufrieron el martirio.
Santiago murió decapitado por Herodes Agripa, en el año 44. En el barrio armenio
de Jerusalén, la iglesia conocida como la de los dos Santiagos evoca el lugar
de su martirio y el del pariente del Señor. Juan, según la tradición, sufrió el
martirio, aunque sobrevivió a los tormentos, de ahí que se le conociera como el
que permanecería hasta que llegara el Señor.
Ambos hermanos, junto con
Pedro, formaron parte del grupo conocido como los predilectos del Señor. Fueron
testigos de la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor y de la agonía de
Cristo de Getsemaní. Vieron, pues, de cerca la gloria de Cristo y su terrible
angustia ante la inminencia de su muerte. Es un testimonio muy valioso que nos
confirma en la fe de la divinidad y humanidad de Cristo, como sucede con el
testimonio del resto de los apóstoles, columnas de la fe.
España se honra con el
patronazgo de Santiago, que nos ayuda a comprender la importancia de la fe en
nuestro pueblo. Que nuestra historia de fe se remonte a la predicación
apostólica es un gracia especial de Dios y una gran responsabilidad. La fe
cristiana pertenece, valga la expresión, al ADN de nuestra identidad como
pueblo, que lo ha configurado con los valores del evangélico constitutivos de
Europa, gracias en parte al cruce de los caminos que iban a Santiago y que se
convirtieron en una red preciosa para la transmisión de la fe.
Desde Santiago de
Compostela, san Juan Pablo II nos exhortó vivamente el 9 de Noviembre de 1982 con estas memorables palabras que cobran quizás hoy mayor
actualidad: «Yo, Sucesor de Pedro en la Sede de Roma…
Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo,
vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma.
Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que
hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes.
Reconstruye tu unidad espiritual, en un clima de pleno respeto a las otras
religiones y a las genuinas libertades. Da al César lo que es del César y a
Dios lo que es de Dios. No te enorgullezcas por tus conquistas hasta olvidar
sus posibles consecuencias negativas. No te deprimas por la pérdida
cuantitativa de tu grandeza en el mundo o por las crisis sociales y culturales
que te afectan ahora. Tú puedes ser todavía faro de civilización y estímulo de
progreso para el mundo. Los demás continentes te miran y esperan también de ti
la misma respuesta que Santiago dio a Cristo: “lo puedo”».
+ César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia