¡Holaaaa!
Hola,
buenos días, hoy Joane nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
Estábamos
en Vísperas; por el rabillo del ojo, en los bancos, pude ver a un amigo muy
cercano a la Comunidad que, de vez en cuando, aparece en Lerma con su mujer.
Sión, que está sentada a mi lado, me confirmó que se trataba de él.
No
podía girar la cabeza para saludarle, pero sí se me fue a organizarse para
dedicarle un rato a la mañana siguiente: pensé en qué momento le podría
atender, me preguntaba por qué su mujer no estaba en Vísperas, cómo saludarle
discretamente al acabar...
Se
terminaron las Vísperas y mi cabeza aterrizó. Me acerqué a la reja, levanté la
mano y le saludé, a la vez que mi cara mostraba alegría por su inesperada
visita. Nuestro amigo, sin embargo, se mantenía con los brazos cruzados, hasta
que ya casi obligado, levantó su mano mostrándose un poco perplejo. Ahí me di
cuenta de que... ¡no era Manolo! Se parecía, pero no era. Bajé la mano sin
saber muy bien qué hacer con ella y me di media vuelta muerta de vergüenza.
Después
se lo conté a las monjas. A muchas les había pasado como a Sión y a mí, y
compartían divertidos momentos en los que ellas se habían confundido de persona
o en que alguien les saludaba efusivo, respondían con la mano, pero en realidad
no era a ellas, sino... a la persona que tenían detrás.
En
la oración me daba cuenta de que esa persona “desconocida”, que no sabría el
motivo de mi efusivo saludo, se iría diciendo algo así como “con qué cariño me
saludaban las monjas...” Seguro que se sentiría acogido sin saber qué ocurrió.
A veces dosificamos las muestras de cariño, cuidando que sea para los más
cercanos, como si este se fuese a acabar. Sin embargo, un gesto de cariño hacia
un desconocido en el momento oportuno, puede suponerle mucho.
Jesús
iba de un sitio para otro, veía a las personas con las que se encontraba,
miraba más allá de conocidos y desconocidos, y tocaba lo más profundo.
Cualquiera se sentía único a su lado, aliviado del peso de la jornada o del
dolor de su sufrimiento.
Hoy
el reto del amor es que saludes con amor y una sonrisa a tres personas que sean
desconocidas. Deja que entren en tu día los “desconocidos” que el Señor pone en
tu camino a la tienda, al trabajo, a la universidad, al colegio. Que tus tres
armas sean el saludo, la sonrisa, la acogida. Descubrirás que tu corazón se
ensancha y el cariño, lejos de acabarse, aumenta. Nadie está a tu lado por
casualidad.
VIVE
DE CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma