Ayer,
en la solemnidad del Corpus Christi, el Pontífice ha querido celebrarla en el
barrio romano de Casal Bertone
Y
un 28 de mayo de 1978, San Romero sobre esta Solemnidad, recordaba que no
importa cuántos problemas tengamos, tenemos la bendición de recibir al Señor en
cuerpo y sangre cada domingo en la misa
Bendiciendo,
explica el Papa, la palabra se transforma en don porque cuando se bendice “no
se hace algo para sí mismo, sino para los demás”, “con amor”. Francisco afirma
que tantas veces hemos sido bendecidos, a veces cono palabras que hemos
escuchado palabras que nos han hecho bien. “Nos hemos convertido en bendecidos
el día del Bautismo, y al final de cada misa somos bendecidos”. “La Eucaristía
es una escuela de bendición. Dios dice bien de nosotros, sus hijos amados, y
así nos anima a seguir adelante.”
Sacerdotes no tengan miedo
de bendecir
El
Obispo de Roma se dirige después a los pastores y tras indicarles que es
importante “acordarse” de bendecir, los alienta a “no tener miedo de bendecir”:
Francisco constata cuanto es triste ver con qué facilidad hoy se maldice, se
desprecia, se insulta. De ahí su exhortación:
Nosotros,
que comemos el Pan que contiene en sí todo deleite, no nos dejemos contagiar
por la arrogancia, no dejemos que la amargura nos llene. El pueblo de Dios ama
la alabanza, no vive de quejas; está hecho para las bendiciones, no para las
lamentaciones. Ante la Eucaristía, ante Jesús convertido en Pan, ante este Pan
humilde que contiene todo el bien de la Iglesia, aprendamos a bendecir lo que
tenemos, a alabar a Dios, a bendecir y no a maldecir nuestro pasado, a regalar
palabras buenas a los demás.
Eucaristía antídoto contra
la indiferencia
Recordando
la petición de Jesús a los discípulos: "Dadles vosotros de comer" el
Obispo de Roma explica que lo que Jesús quiere decirnos es que lo que tenemos
da fruto si lo damos y no importa si es poco o mucho.
El
Señor hace cosas grandes con nuestra pequeñez, como hizo con los cinco panes.
No realiza milagros con acciones espectaculares, sino con gestos humildes,
partiendo con sus manos, dando, repartiendo, compartiendo. La omnipotencia de
Dios es humilde, hecha sólo de amor. Y el amor hace obras grandes con lo
pequeño. La Eucaristía nos los enseña: allí está Dios encerrado en un pedacito
de pan. Sencillo y esencial, Pan partido y compartido, la Eucaristía que
recibimos nos transmite la mentalidad de Dios. Y nos lleva a entregarnos a los
demás. Es antídoto contra el “lo siento, pero no me concierne”, contra el “no tengo
tiempo, no puedo, no es asunto mío.
Mons. Romero: ¿Qué es la
Eucaristía?
Es
el sacramento o misterio de la presencia de Cristo bajo las apariencias del pan
y el vino. Sacramento es un signo sensible que puede caer bajo el dominio de
nuestros sentidos, como es el pan y el vino que lo palpamos, lo saboreamos.
Nuestros sentidos captan la realidad de un signo, pero luego viene la fe y
descubre un elemento interior, lo significado por ese signo.
El
gusto, el oído, los sentidos -dice Santo Tomas- perciben sabor de pan y sabor
de vino, pero tu fe cree firmemente que en ese sabor de pan y de vino ya no
está presente lo que los filósofos llaman la substancia, es decir, lo que le da
subsistencia a ese pan, a esos sabores, sino que sólo han quedado las cosas accidentales
pero que lo substancial se ha transformado en la presencia verdadera del Señor;
el cuerpo y la sangre del Señor, son la realidad que se oculta, que se encierra
en ese signo visible.
Por
eso, cuando el sacerdote consagra el cuerpo y la sangre del Señor, se realiza
lo que en teología se llama la transubstanciación, quiere decir, que en vez de
la substancia de la subsistencia del pan y del vino, se ha colocado en su lugar
la presencia real de Cristo, y Cristo queda en verdadera, real, sustancialmente
presente en esa hostia que sigue teniendo sabor de pan, en ese cáliz que sigue
teniendo sabor de vino, pero que ya no se trata como pan y como vino sino que
ya está presente el Señor. Este es el misterio que celebramos hoy.
Homilía de Mons. Romero:
28 de mayo 1978
“Y
ojalá, queridos hermanos, que al hacer estas reflexiones a la luz de la Palabra
de Dios, nuestra fe en la Eucaristía crezca esta mañana y que nuestra
asistencia a misa no sea simplemente un acto rutinario. No venir por costumbre,
no venir por curiosidad, sino venir verdaderamente movidos porque venimos cada
domingo a encontrarnos con el gran misterio de la presencia del Señor. Y cuando
salgamos de misa, ojalá como Moisés cuando bajaba del Sinaí, que hasta su
rostro sensiblemente se había transformado en luminoso porque había estado en
la presencia del Señor”.
Yo
les suplico, que pongan todo empeño, dijo, a pesar de que allá afuera se
empeñan en turbarnos nuestra tranquilidad, que reflexionemos en que de verdad
cada domingo tenemos esa dicha. Y a eso nos convencen las tres lecturas de hoy.
Patricia
Ynestroza-Ciudad del Vaticano
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