Desde los
primeros siglos del cristianismo y hasta los albores del siglo XXI, muchos
jóvenes han entregado totalmente su vida a Cristo y el Evangelio
Catalina Tekakwitha. A la derecha: Chiara Badano |
El Papa dedica un apartado de la exhortación Christus vivit a
enumerar a algunos de ellos, con la esperanza de que sirvan también para «curar
las heridas de la Iglesia y del mundo» y «renovar el ardor espiritual y el
vigor apostólico» de las comunidades cristianas.
«Muchos jóvenes
santos han hecho brillar los rasgos de la edad juvenil en toda su belleza y en
su época fueron verdaderos profetas de cambio». Ellos «nos animan a volver a
nuestro amor primero» y son ejemplo de «de qué son capaces los jóvenes cuando
se abren al encuentro con Cristo».
Estas afirmaciones de los obispos en el
documento final del Sínodo sobre Los jóvenes, la fe y el discernimiento
vocacional sirven de inspiración al Papa Francisco para, en Christus
vivit, ofrecer un breve repaso por esta peculiar historia de la santidad
juvenil.
Desde el siglo
III hasta hace menos de 30 años, y originarios de casi todos los continentes
–salvo Oceanía–, muchos de ellos murieron mártires por su fe, ya fuera
durante el Imperio romano o en un campo de concentración nazi. «Fueron
preciosos reflejos de Cristo joven que brillan para estimularnos y para
sacarnos de la modorra», resalta Francisco. Otros «no conocieron la vida
adulta» debido sobre todo a la enfermedad. Así, «nos dejaron el testimonio de
otra forma de vivir la juventud».
Mirando sus
vidas, la Iglesia «puede renovar su ardor espiritual y su vigor apostólico». Su
vida es, además –continúa el documento final del Sínodo–, «bálsamo» capaz de
«curar las heridas de la Iglesia y del mundo, devolviéndonos a aquella plenitud
del amor al que desde siempre hemos sido llamados».
El más joven de
ellos es santo Domingo Savio, fallecido a los 14 años. En el otro extremo de la
juventud, el Santo Padre no se ha resistido a incluir a san Francisco de Asís,
fallecido a los 44 años. Y no se olvida de otros «muchos jóvenes que quizás
desde el silencio y el anonimato vivieron a fondo el Evangelio» y pueden
interceder para que la Iglesia «esté llena de jóvenes alegres, valientes y
entregados que regalen al mundo nuevos testimonios de santidad».
Estos son los
santos que Francisco ha seleccionado como modelos e intercesores para los
jóvenes:
San Sebastián
(siglo III): «Era un joven capitán de la guardia pretoriana.
Cuentan que hablaba de Cristo por todas partes y trataba de convertir a sus
compañeros, hasta que le ordenaron renunciar a su fe. Como no aceptó, lanzaron
sobre él una lluvia de flechas, pero sobrevivió y siguió anunciando a Cristo
sin miedo. Finalmente lo azotaron hasta matarlo».
San Francisco
de Asís (1181-1226, 44 años): «Siendo
muy joven y lleno de sueños, escuchó el llamado de Jesús a ser pobre como Él y
a restaurar la Iglesia con su testimonio. Renunció a todo con alegría y es el
santo de la fraternidad universal, el hermano de todos, que alababa al Señor
por sus creaturas».
Santa Juana de
Arco (1412-1431, 19 años): «Era una joven campesina que,
a pesar de su corta edad, luchó para defender a Francia de los invasores.
Incomprendida por su aspecto y por su forma de vivir la fe, murió en la
hoguera».
Beato Andrés
Phû Yên (siglo XVII, murió en 1644): «Era un
joven vietnamita [que] era catequista y ayudaba a los misioneros. Fue hecho
prisionero por su fe, y debido a que no quiso renunciar a ella fue asesinado.
Murió diciendo: “Jesús”».
Santa Catalina
Tekakwitha (1656-1680, 24 años): «Una
joven laica nativa de América del Norte, sufrió una persecución por su fe y
huyó caminando más de 300 kilómetros a través de bosques espesos. Se consagró a
Dios y murió diciendo: “¡Jesús, te amo!”».
Santo Domingo
Savio (1842-1857, 14 años): «Le ofrecía a María todos sus
sufrimientos. Cuando san Juan Bosco le enseñó que la santidad supone estar
siempre alegres, abrió su corazón a una alegría contagiosa. Procuraba estar
cerca de sus compañeros más marginados y enfermos. Murió diciendo: “¡Qué
maravilla estoy viendo!”».
Santa Teresa
del Niño Jesús (1873-1897, 24 años): «A los 15
años, atravesando muchas dificultades, logró ingresar a un convento carmelita.
Vivió el caminito de la confianza total en el amor del Señor y se propuso
alimentar con su oración el fuego del amor que mueve a la Iglesia».
Beato Ceferino
Namuncurá (1886-1905, 18 años): «Era un
joven argentino, hijo de un destacado cacique de los pueblos originarios. Llegó
a ser seminarista salesiano, lleno de deseos de volver a su tribu para llevar a
Jesucristo».
Beato Isidoro
Bakanja (1887-1909, 22 años): «Era un
laico del Congo que daba testimonio de su fe. Fue torturado durante largo
tiempo por haber propuesto el cristianismo a otros jóvenes. Murió perdonando a
su verdugo».
Beato Pier
Giorgio Frassati (1901-1925, 24 años): «”Era un
joven de una alegría contagiosa, una alegría que superaba también tantas
dificultades de su vida”. Decía que él intentaba retribuir el amor de Jesús que
recibía en la comunión, visitando y ayudando a los pobres».
Beato Marcel
Callo (1921-1945, 23 años): «Era un joven francés. En
Austria fue encerrado en un campo de concentración donde confortaba en la fe a
sus compañeros de cautiverio, en medio de duros trabajos».
Beata Chiara
Badano (1971-1990, 18 años): «”Experimentó
cómo el dolor puede ser transfigurado por el amor […]. La clave de su paz y
alegría era la plena confianza en el Señor y la aceptación de la enfermedad como
misteriosa expresión de su voluntad para su bien y el de los demás”».
Fuente: Alfa y
Omega