Joaquín Navarro-Valls dirigió las ruedas de prensa del Vaticano entre 1984 y 2006. Era la parte más visible de su trabajo, pero no la más importante
El contacto con los medios en el avión durante
los viajes del Papa se convirtió en un elemento decisivo
para la comunicación vaticana
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El 5 de julio de 2017
falleció Joaquín Navarro-Valls. Tenía 80 años y 22 de ellos los vivió a
fondo como portavoz de la Santa Sede, formando un tándem característico
con San Juan Pablo II, servicio que prolongó año y medio más con Benedicto
XVI.
Su hermano Rafael
Navarro-Valls ha recopilado en un volumen (Navarro-Valls.
El portavoz) veinte testimonios de personas que le
conocieron bien personal y/o profesionalmente, y esto en los dos ámbitos en
los que destacó, el médico y el periodístico, como psiquiatra y como
corresponsal de ABC en Italia antes de ser llamado a una responsabilidad
tan importante en un pontificado tan conscientemente volcado hacia los medios
de comunicación.
El propio Rafael
Navarro-Valls destaca en su contribución al volumen que, además, Joaquín
"escribía muy bien: era un gran contador de historias", como hizo al
relatar en un libro, Fumata
blanca, las bambalinas de aquel trepidante verano de 1978 en
el que se sucedieron vertiginosamente los pontificados de Giovanni Battista
Montini, Albino Luciani y Karol Wojtyla.
Faltaban seis años para que
fuese llamado al Vaticano, donde era bien conocido porque había sido elegido
dos veces presidente de la Asociación de la Prensa Extranjera en Italia.
Primero el propio Papa polaco le invitó a comer para sondearle, y
al día siguiente el cardenal Agostino Casaroli, secretario de Estado, le
llamó a su despacho para hacerle la propuesta formal.
Pidió un tiempo para
pensarlo, pero Casaroli, viejo zorro de la diplomacia pontificia y
conocedor de los usos vaticanos, le recordó que, si no aceptaba, sería "la
primera vez que alguien [contestase] negativamente a una petición del
Papa". Aceptó a la mañana siguiente, tras una noche sin dormir, y
"solo puso una condición: tener hilo directo con el Papa en todo
momento", lo que le fue concedido por Juan Pablo II.
De hecho, y aparte su
talento personal, ésa es la clave, según George Weigel, principal
biógrafo del Papa Wojtyla (Testigo de
esperanza y Juan Pablo
II: el final y el principio), de que haya sido "el
director de mayor éxito de la Oficina de prensa de la Santa Sede en la historia
de esa institución".
De la contribución de
Weigel se deducen tres motivos para ese éxito.
El primero, es que
Navarro-Valls tuvo personalidad suficiente para imponer "su sello
propio" de "laico católico intelectualmente sofisticado, bien
formado en la enseñanza de la Iglesia, intelectualmente comprometido con su
explicación teológica y comprometido con ella como una forma de vida que
conducía a la felicidad y, en última instancia, a la santidad".
Gracias a esa personalidad,
a su experiencia periodística y a su conocimiento de la mente y de la conducta
humanas como psiquiatra (y al hilo directo que había pedido), pudo
imponerse sobre "una Curia romana a veces recalcitrante" (cuya
mentalidad, incluido el propio departamento de prensa, era "mantener a
raya a los medios") e introducir los cambios necesarios para mantener
"una relación abierta, honesta y profesional" con ellos. Y
también para algo muy importante, que destaca Weigel: "Anticiparse a
las noticias y ayudar así a enmarcar una historia de manera
positiva".
Un segundo aspecto a
tener en cuenta es que Navarro-Valls comprendió bien -de ahí su estrecha
sintonía- la mentalidad con la que el Papa encaraba su pontificado.
"Entendió lo que Juan Pablo II quería decir con la 'Nueva
Evangelización' mucho antes de que el Papa utilizara esa frase",
afirma Weigel.
Desde su posición, facilitó
todo tipo de encuentros de todo tipo de personas e instituciones con el sucesor
de Pedro, "porque la Iglesia tenía que estar en el mundo para
convertirlo", explica el periodista estadounidense, "y el Papa tenía
que saber lo que pasaba en el mundo para poder dar testimonio de Cristo en
él". Navarro-Valls supo sortear "la espesa maquinaria de
vericuetos" de la Curia y practicó con acierto la "gestión de
egos" que exigía. Él, como el Pontífice, supo "enfocar el panorama
general, en lugar de las trivialidades burocráticas", para que
"el pontificado siguiera adelante en vez de estancarse o detenerse
completamente".
Por último, un tercer
punto esencial: Navarro-Valls fue un "diplomático papal no oficial",
un "diplomático 'sin cartera'", que desempeñó, siguiendo
instrucciones del Papa, misiones que iban más allá de sus estrictas tareas de
comunicación. Varios colaboradores del volumen, Weigel entre ellos, destacan
sobre todo dos de especial trascendencia. Una, la negociación directa entre él
y Fidel Castro para preparar el viaje que hizo Juan Pablo II a Cuba en
1998.
Y otra, la participación de
la Santa Sede en las cumbres de la ONU sobre población y desarrollo (El
Cairo, 1994) y sobre la mujer (Pekín, 1995), donde el Vaticano pudo influir
para hacer menos agresivas las políticas de globalización del aborto y de la
ideología de género allí decididas. En El Cairo, Navarro-Valls no dudó en
afirmar públicamente que el vicepresidente norteamericano Al Gore estaba
mintiendo al negar en sus ruedas de prensa el impulso mundial al aborto que
introducían los documentos promovidos por la Administración Clinton.
Las memorias de Joaquín
Navarro-Valls, que él inició y luego, bajo su dirección, continuaron dos
periodistas de su confianza, no llegaron a completarse. Siguen inéditas, pero,
como afirma en su aportación Luigi Accattoli -de La Repubblica
e Il Corriere della Sera-, "quien ha heredado el material debe
todavía decidir sobre el modo y el momento adecuado para su publicación".
Estas veinte colaboraciones en su homenaje sirven, mientras tanto, para abrir
boca.
C. L.
Fuente: ReL