Ante
la cada vez mayor de demanda de trasplantes, la Iglesia Católica ya se ha
pronunciado sobre los criterios morales para la donación de órganos
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Foto referencial Pixabay (dominio público) |
La
doctrina de la Iglesia alienta la generosidad de los donantes dentro de un
contexto apropiado, por ello el Catecismo de la Iglesia Católica señala en el
número 2296 que “el trasplante de órganos es conforme a la ley moral si los
daños y los riesgos físicos y psíquicos que padece el donante son
proporcionados al bien que se busca para el destinatario. La donación de
órganos después de la muerte es un acto noble y meritorio, que debe ser
alentado como manifestación de solidaridad generosa”.
La
donación de órganos, sin embargo, “es moralmente inadmisible si el donante o
sus legítimos representantes no han dado su explícito consentimiento. Además,
no se puede admitir moralmente la mutilación que deja inválido, o provocar
directamente la muerte, aunque se haga para retrasar la muerte de otras
personas”, agrega el Catecismo.
San
Juan Pablo II también se refirió al tema en su encíclica Evangelium vitae (El
Evangelio de la Vida), en la que señala que "merece especial
reconocimiento la donación de órganos, realizada según criterios éticamente
aceptables, para ofrecer una posibilidad de curación e incluso de vida, a
enfermos tal vez sin esperanzas".
El
Pontífice polaco dijo además en el año 2000, a los participantes del congreso
internacional de la Sociedad de Trasplantes, que dada la importancia del cuerpo
y su valor sagrado, “todo procedimiento encaminado a comercializar órganos
humanos o a considerarlos como artículos de intercambio o de venta, resulta
moralmente inaceptable, dado que usar el cuerpo ‘como un objeto’ es violar la
dignidad de la persona humana”.
El
Papa Benedicto XVI también se refirió al tema en noviembre de 2008, durante un
congreso internacional sobre la donación de órganos organizado por la
Pontificia Academia para la Vida.
“La
donación de órganos es una forma peculiar de testimonio de la caridad. En un
tiempo como el nuestro, con frecuencia marcado por diferentes formas de
egoísmo, es cada vez más urgente comprender cuán determinante es para una
correcta concepción de la vida entrar en la lógica de la gratuidad. En efecto,
existe una responsabilidad del amor y de la caridad que compromete a hacer de
la propia vida un don para los demás, si se quiere verdaderamente la propia
realización. Como nos enseñó el Señor Jesús, sólo quien da su vida podrá salvarla”,
afirmó Benedicto XVI en aquella oportunidad.
El
ahora Papa Emérito dijo además que “por lo que se refiere a la técnica del
trasplante de órganos, esto significa que solo se puede donar si no se pone en
serio peligro la propia salud y la propia identidad, y siempre por un motivo
moralmente válido y proporcionado”.
Como
San Juan Pablo II, también alertó del peligro del tráfico de órganos:
“Eventuales lógicas de compraventa de órganos, así como la adopción de
criterios discriminatorios o utilitaristas, desentonarían hasta tal punto con
el significado mismo de la donación que por sí mismos se pondrían fuera de
juego, calificándose como actos moralmente ilícitos”, precisó.
Fuente:
ACI Prensa