UNIDAD Y DIVERSIDAD EN EL APOSTOLADO
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Dominio público |
II. Difundir
la doctrina entre todos.
III. Unidad y pluriformidad
en la Iglesia. Fidelidad a la vocación recibida.
«Juan le dijo: Maestro, hemos visto a uno
expulsando demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no viene con
nosotros. Jesús le contestó: No se lo prohibáis, pues no hay nadie que haga un
milagro en mi nombre y pueda a continuación hablar mal de mí: el que no está
contra nosotros, está con nosotros.»(Marcos 9, 38-40)
I. “Muchas son las formas de apostolado –proclama el Concilio
Vaticano II- con las que los seglares edifican a la Iglesia y santifican al
mundo, animándolo en Cristo” (CONCILIO VATICANO II, Apostolicam actuositatem)
La única condición es “estar con Cristo”, con su Iglesia, enseñar su doctrina,
amarle con obras.
El
espíritu cristiano ha de llevarnos a fomentar una actitud abierta ante formas
apostólicas diversas, a poner empeño en comprenderlas, aunque sean muy
distintas a nuestro modo de ser o de pensar, y alegrarnos sinceramente de su
existencia, entre otras razones, porque la viña es inmensa y los obreros, pocos
(Mateo 9, 37). No podemos vivir la fe y tener al mismo tiempo una
mentalidad como de partido único.
Nadie
que trabaje con rectitud de intención estorba en el campo del Señor. Importa
mucho que, entendiendo bien la unidad en la Iglesia, Cristo sea anunciado de
modos bien diversos.
II. La doctrina de la Iglesia debe llegar a todas las gentes, y muchos lugares que fueron cristianos necesitan ser evangelizados de nuevo. En todos podemos sembrar la doctrina de Cristo, separando con delicadeza extrema los espinos que harían infructuosa la semilla: “no excluimos a nadie, no apartamos ninguna alma de nuestro amor a Jesucristo” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Carta).
II. La doctrina de la Iglesia debe llegar a todas las gentes, y muchos lugares que fueron cristianos necesitan ser evangelizados de nuevo. En todos podemos sembrar la doctrina de Cristo, separando con delicadeza extrema los espinos que harían infructuosa la semilla: “no excluimos a nadie, no apartamos ninguna alma de nuestro amor a Jesucristo” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Carta).
El
cristiano es, por vocación, un hombre abierto a los demás, con capacidad para
entenderse con personas bien diferentes por su cultura, edad o carácter. El
trato con Jesús en la oración nos lleva a tener un corazón grande en el que
caben las gentes más próximas y las más lejanas, sin mentalidades estrechas y
cortas que no son de Cristo.
III. La diversidad, lejos de quebrantar la unidad de la Iglesia, representa su condición fundamental. Hemos de pedir al Señor advertir y saber armonizar de modo práctico estas realidades sobrenaturales en la edificación del Cuerpo Místico de Cristo: unidad en la verdad y en la caridad; y simultáneamente, reconocer para todos en la Iglesia la variedad pluriforme en espiritualidades, en enfoques teológicos, en acciones pastorales, en iniciativas apostólicas.
III. La diversidad, lejos de quebrantar la unidad de la Iglesia, representa su condición fundamental. Hemos de pedir al Señor advertir y saber armonizar de modo práctico estas realidades sobrenaturales en la edificación del Cuerpo Místico de Cristo: unidad en la verdad y en la caridad; y simultáneamente, reconocer para todos en la Iglesia la variedad pluriforme en espiritualidades, en enfoques teológicos, en acciones pastorales, en iniciativas apostólicas.
La
doctrina del Señor nos mueve no sólo a respetar la legítima variedad de
caracteres, de gustos, de enfoques en lo opinable, en lo temporal, sino a
fomentarla de modo activo. Así, todos los cristianos unidos en Cristo, en su
amor y en su doctrina, fieles cada uno a la vocación recibida, seremos sal y
luz, brasa encendida, verdaderos discípulos de Cristo.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org