La
gente sencilla exclamaba con profundo sentimiento: ¡Ha muerto una santa! ¡Ha
muerto nuestra madre!
![]() |
Dominio publico |
En
la escuela se distinguió por la piedad, la constancia y el talento en la
música, en el bordado y en la recitación.
A
los diez años hizo su primera Comunión. Con mirada retrospectiva ella misma
narra así sus sentimientos: «Cuando recibí por primera vez la Sagrada Comunión,
quedé como anonadada y experimenté que Jesús me llamaba a la Vida Religiosa».
Este encuentro con Cristo en la Eucaristía la marcó para siempre. Tomasa querrá
ser del Señor y vivir para Él.
Completó
su formación humana y espiritual en el Colegio de Loreto que las Religiosas de
la Sagrada Familia de Burdeos tenían en Valencia. Cuando pidió ingresar en el
noviciado de ese Instituto, su padre, considerando la situación política de la
época y la juventud de Tomasa, la obligó a volver a casa.
Tres
aspectos caracterizaron esta etapa de su vida en Bocairente: el espíritu de
piedad y oración, su dedicación a hacer el bien a los niños pobres, los
ancianos y enfermos y el tesón en dar una respuesta a aquello que sintió en su
interior el día de la primera Comunión.
Por
fin, Tomasa, parece que podría realizar el sueño de su vida: Consagrarse al
Señor en un convento de Carmelitas de clausura en Valencia, pero una
enfermedad, la obligó a abandonar el noviciado y volver a la casa paterna. Una
vez recuperada, hizo un nuevo intento de ingresar en un convento de clausura y
otra vez ocurrió lo mismo.
A
través de estos acontecimientos, Tomasa descubrió que Dios no la quería por ese
camino. Ella le pedía ver claro cuál era su voluntad, y su oración era ésta:
«Tuya, Jesús mío, tuya quiero ser, pero díme dónde».
Con
la certeza de sentirse llamada a una vida de especial Consagración, pero con la
duda de dónde la quería Dios, Tomasa se dirigió a Barcelona. Allí, después de
muchas dificultades, el Señor respondió a la búsqueda vocacional de Tomasa
haciéndola vivir una profunda experiencia mística, en la que el Corazón de
Jesús, mostrándole su hombro izquierdo ensangrentado, le dijo: «Mira cómo me
han puesto los hombres con sus ingratitudes, ¿quieres tú ayudarme a llevar esta
cruz?». A lo que Tomasa respondió: «Señor, si necesitas una víctima y me
quieres a mí, aquí estoy, Señor». Entonces, el Redentor le dijo: «Funda, hija
mía, que de ti y de tu Congregación siempre tendré misericordia».
Esta
experiencia fue crucial para Tomasa, le dio tal certeza, que jamás se borraría
de su mente y de su corazón. Desde ese momento, comprendió que Dios le pedía
dar vida a un nuevo Instituto.
La
interrogante ahora era dónde fundar, dónde dar respuesta positiva a la
invitación de Cristo a llevar la cruz de los más pobres, de los que menos
cuentan para este mundo. El Obispo D. Jaime Catalá fue quien le indicó que le
abriera el corazón a su confesor y que hiciera lo que él le indicaba. Con este
gesto, Tomasa, se sometió en fe a la Jerarquía de la Iglesia para hacer la
voluntad de Dios.
Las
inundaciones del río Segura que en 1884 habían destrozado la huerta murciana y
la escasez de Congregaciones religiosas en esta zona, hizo que la orientara
hacia esos lugares de mayor necesidad.
En
el mes de marzo, Tomasa, acompañada de tres postulantes, salió de Barcelona
camino de Puebla de Soto, a 1 km. de Alcantarilla, para fundar allí, con la
autorización del Obispo de Cartagena-Murcia, la primera Comunidad de Terciarias
de la Virgen del Carmen.
Los
habitantes de la huerta murciana aún no se habían repuesto de la tragedia de
las inundaciones de 1884, cuando apareció el cólera. Tomasa, —que por entonces
había tomado el nombre de Piedad de la Cruz— y sus Hijas se multiplicaban en el
cuidado a los enfermos y a las niñas huérfanas en un hospitalillo que ella
llamó de «La Providencia».
Iban
llegando otras jóvenes, atraídas por el modo de vivir de aquellas primeras
Terciarias Carmelitas. La Casa se quedó pequeña, hubo que comprar la de
Alcantarilla. También se estableció una nueva Comunidad en Caudete... Todo
hacía pensar que al fin, Tomasa había encontrado el lugar donde llevar a cabo
su vocación.
Sin
embargo... de nuevo la cruz. Era el signo que ella había pedido para saber que
todo aquello era de Dios: «Fundar en tribulación» y el Corazón de Jesús se lo
concedió con creces.
Aunque
la Virgen María ocupó un lugar muy importante en el corazón y en la vida de
Tomasa, su Carisma estaba centrado en el Corazón de Cristo. Y... ¡designios de
Dios! Aparecieron algunas tensiones entre las Comunidades de Alcantarilla y
Caudete, ya que la Congregación no tenía aún la aprobación diocesana.
En
el mes de agosto, las Hermanas de Caudete se dirigeron a Alcantarilla y se
llevaron las novicias, dejando a Madre Piedad sola con Sor Alfonsa. Fueron días
de mucho dolor. La Fundadora, como siempre, se refugió en la oración, se postró
ante el Cristo del Consuelo y allí permaneció horas y horas clavada a sus pies.
Sufre, pero no se rompe, porque la barquilla de su vida estaba bien anclada en
el Señor.
Una
vez más acudió a la Jerarquía eclesiástica en busca de orientación y de luz.
Será el Obispo Bryan y Livermore quien envíe a Tomasa y a su fiel compañera,
Sor Alfonsa, al Convento de la Visitación de las Salesas Reales en Orihuela
para hacer un mes de ejercicios espirituales y para proyectar una nueva
Fundación, tomando como protector a un Santo Obispo. Es aquí, donde el Espíritu
Santo iluminó vivamente a M. Piedad, al tiempo que la llenaba de fuerza
profética, le mostraba su verdadero Carisma, y el título de su Congregación,
que estaría bajo el patrocinio de S. Francisco de Sales.
Y...
llegó la hora de Dios. Era el 8 de septiembre de 1890. Nacía en la Iglesia,
después de muchas dificultades y tribulaciones, la Congregación de Hermanas
Salesianas del Sagrado Corazón de Jesús, una Congregación donde el Corazón de
Cristo quiere ser amado, servido y desagraviado de las ofensas que recibe de
los hombres. Y al amar, servir y desagraviar, ver el rostro del Señor en las
niñas huérfanas, en las jóvenes obreras, en los enfermos, en los ancianos
abandonados... y ayudarles a llevar la cruz.
Nos
legó su propio Carisma: Hacer sensible ante los hombres, especialmente pobres,
el amor del Padre Providente, manifestado en el Corazón misericordioso de Jesús
abierto en brazos de la Cruz.
Aunque
toda la vida de Madre Piedad fue una renuncia al mundo, no por eso había
«huido» del mundo, sino que seguía en él haciendo el bien y luchando contra el
mal. Testigos de ello fueron tantos matrimonios rotos o a punto de romperse,
tantas jóvenes a las que iba a buscar a las fábricas para formarlas en la
escuela dominical, niñas sin hogar a las que amó entrañablemente, ancianos
solos, enfermos...
Vivió
pobre y murió pobre, sentada en un sillón, porque «Aquel —decía señalando el
Crucifijo— murió en la cruz y yo no debo morir en la cama, sino en el suelo».
Expiró con el crucifijo en los labios y en la santa paz de Dios. Era el sábado,
26 de febrero de 1916.
La
gente sencilla exclamaba con profundo sentimiento: ¡Ha muerto una santa! ¡Ha
muerto nuestra madre!
El
día 6 de febrero de 1982 tuvo lugar en la Diócesis de Cartagena-Murcia la
apertura del Proceso de Beatificación y Canonización de la Sierva de Dios.
El
día 7 de mayo de 1983 fue clausurado dicho Proceso, pasando a Roma, que aprueba
la validez del mismo el 3 de febrero de 1984.
Después
de un estudio exhaustivo sobre las virtudes practicadas por Madre Piedad, el 1
de julio de 2000, en el Vaticano, en presencia de S.S. Juan Pablo II, se dio
lectura al Decreto de reconocimiento de Virtudes Heroicas, y el 12 de abril de
2003 al Decreto sobre el milagro, dando paso así a la Beatificación en Roma el
21 de marzo de 2004.
Fuente: Vatican.va