El debilitamiento del
matrimonio y la natalidad está íntimamente relacionado con el declive de la fe
Los estudios de este
proceso de secularización apuntan a hipótesis basadas en factores de
comportamiento relacionados, por ejemplo, con la urbanización y la tecnología.
De hecho, no faltan estadísticas que indican que la práctica religiosa
cristiana ha disminuido en casi todos los países considerados los más
desarrollados desde el punto de vista económico.
También es frecuente apuntar a
una relación entre el declive de la familia tradicional y el declive de la
religión. Sin embargo, la autora
norteamericana Mary Eberstadt, en su obra How the West Really Lost God (“Cómo
el mundo occidental perdió realmente a Dios”), presenta un abordaje diferente
al examinar esa relación dentro del proceso general de secularización: mientras
que el más común es identificar el debilitamiento familiar como consecuencia
del debilitamiento religioso, Mary Eberstadt propone lo contrario: que el
declive de la familia es una causa del declive de la religión.
Al observar que somos
las personas más libres de la historia de la humanidad y, al mismo tiempo, las
más indigentes en términos de vínculos familiares y de fe, ella ilustra la
relación fe-familia citando estudios e investigaciones empíricas que, por
ejemplo, informan que la tendencia a ir a la iglesia ha caído en las familias
con menos hijos y que, por otro lado, los hombres casados y con hijos tienen el
doble de probabilidad de frecuentar la iglesia comparados con los hombres
solteros y sin hijos.
Además de eso, cita
investigaciones que demuestran que la convivencia prematrimonial también
interfiere negativamente en la vivencia de la fe.
“Lo que decides respecto
a tu familia es un fuerte indicador de cuánto tiempo dedicarás o no a la
iglesia”, considera la autora, proponiendo que las familias más sólidas y
numerosas llevan a las personas a ser más religiosas.
Mary Eberstadt reconoce
que la correlación no es necesariamente casualidad, sino que subraya la mutua
influencia que existe entre los factores “familia” y “fe”, y entre el
debilitamiento de uno y otro.
Para mencionar otro
ejemplo: a medida que ha caído la tasa de fertilidad en muchos países
occidentales, cada vez más personas han comenzado a “vivir juntas” en lugar de
casarse sacramentalmente y, paralelamente, cada vez menos gente ha seguido
asistiendo a la iglesia.
“Más niños y más
matrimonios significa más Dios”, ha concluido Eberstadt tras describir y
comentar la serie de transformaciones demográficas de las últimas décadas.
La autora aborda aún
otros “clichés” de la relación entre la familia y la religiosidad, como el
hecho de que las mujeres en general son más religiosas que los hombres.
Mientras que otras tesis
proponen que la feminidad sería más “propensa” que la masculinidad a la
práctica religiosa, Eberstadt sugiere algo más constatable en la práctica: que
la experiencia de la familia y de los hijos, más inmediata en la mujer que en
el hombre, lleva más fácilmente a la vivencia de la religiosidad.
Ella considera que la
paternidad/maternidad puede llevar a los padres a una práctica religiosa más
frecuente debido a la necesidad, por ejemplo, de proporcionar a los hijos un
ambiente más favorable a la vida de comunidad.
Es particularmente
interesante la observación de que el cristianismo es “una historia contada a
través de la perspectiva de una familia de hace 2000 años”; así mismo, en una
sociedad cada vez más individualista y familiarmente fragmentada, las dinámicas
familiares vuelven más fácil percibir el sentido y sentir atracción hacia la
propuesta cristiana.
Mary Eberstadt ha
registrado también que las llamadas “nuevas tendencias familiares” contrarias
al cristianismo continuarán expandiéndose en Occidente en los próximos tiempos,
pero subraya, al mismo tiempo, que el “giro” también se llevará a cabo más
tarde o más temprano.
Además de los históricos
renacimientos del cristianismo en los panoramas difíciles, es necesario
recordar que, antropológicamente, el ser humano necesita vínculos familiares y
volverá a recurrir a ellos cuando entienda que su ruptura no le traerá ni una
verdadera autonomía ni una verdadera felicidad.
Por otra parte, la
autora resalta que, aunque a las personas no les guste oír que están
equivocadas, el cristianismo no tiene que dejar de lado su misión de proponer
un estilo de vida en que somos todos hijos del mismo Padre; un estilo de vida
que, necesariamente, implica sólidos lazos familiares, matrimonio indisoluble y
la apertura irrevocable a la vida en cualquier circunstancia, por más
desafiante que se presente.
La obra de Mary
Eberstadt concluye, en resumen, que el cristianismo y las familias saludables
significan una gran ventaja para la sociedad en su búsqueda de sentido y
felicidad.
Fuente: Aleteia