LA ALEGRÍA
II. Cruz y alegría. Causas de la tristeza.
Remedios.
III. El
apostolado de la alegría.
“En aquel tiempo,
Jesús vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían
comer. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían:
«Está fuera de sí» (Marcos 3,20–21).
I. La alegría verdadera,
la que perdura por encima de las contradicciones y del dolor, es la de quienes
se encontraron con Dios en las circunstancias más diversas y supieron seguirle.
Y, entre todas, la alegría de María: Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu
está transportado de alegría en Dios, salvador mío (Lucas 1, 46-47).
Ella
posee a Jesús plenamente, y su alegría es la mayor que puede contener un
corazón humano. La alegría es la consecuencia inmediata de cierta plenitud de
vida. Y para la persona, esta plenitud consiste ante todo en la sabiduría y en
el amor (SANTO TOMÁS, Suma Teológica). Por su misericordia infinita, Dios nos
ha hecho hijos suyos en Jesucristo y partícipes de su naturaleza, que es
precisamente plenitud de Vida, Sabiduría infinita, Amor inmenso.
No
podemos alcanzar alegría mayor que la que se funda en ser hijos de Dios por la
gracia, una alegría capaz de subsistir en la enfermedad y en el fracaso: Yo os
daré una alegría que nadie os podrá quitar (Juan 16, 22) prometió el Señor en
la Última Cena.
II. Somos hijos de Dios y nada
nos debe turbar; ni la misma muerte. Para la verdadera alegría nunca son
definitivas ni determinantes las circunstancias que nos rodeen, porque está
fundamentada en la fidelidad a Dios, en el cumplimiento del deber, en abrazar
la Cruz. Sólo en Cristo se encuentra el verdadero sentido de la vida personal y
la clave de la historia humana.
La
alegría es uno de los más poderosos aliados que tenemos para alcanzar la
victoria (1 Marcos, 3, 2). Este gran bien sólo lo perdemos por el alejamiento
de Dios (el pecado, la tibieza, el egoísmo de pensar en nosotros mismos), o
cuando no aceptamos la Cruz, que nos llega de diversas formas: dolor,
enfermedad, contradicción, cambio de planes, humillaciones.
La
tristeza hace mucho daño en nosotros y en los demás. Es una planta dañina que
debemos arrancar en cuanto aparece, con la Confesión, con el olvido de sí mismo
y con la oración confiada.
III. El apostolado que nos
pide el Señor es, en buena parte, sobreabundancia de alegría sobrenatural y
humana, transmitir la alegría de estar cerca de Dios. Un gesto adusto,
intolerante o pesimista aleja a los demás de uno mismo y de Dios, crea
tensiones y con facilidad se falta a la caridad.
La
alegría tiene como fundamento la filiación divina, y hemos de extenderla a
nuestro alrededor. Acudimos a la Virgen y hacemos junto a Ella el propósito de
hacer amable y fácil el camino a los demás, que bastantes amarguras trae la
vida (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Surco)
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org