La solidaridad fue más allá de los material, pues
entre 20 y 30 voluntarios colaboraron en la recepción de los regalos, así como
su preparación y embalaje para ser entregados a las familias
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José Manuel y Olatz, con
todos los regalos que recogieron
y llevaron a Cuenca.
Foto: Blessings
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El robo de los juguetes que los Magos dejaron en la Cáritas de la
parroquia del Cristo del Amparo de Cuenca para familias necesitadas desembocó
en una ola de solidaridad que multiplicó por 100 el número de regalos. Solo una
familia de Madrid recogió en pocas horas más de 500 regalos.
Los Reyes Magos
existen. Y los milagros también. Sí, hoy, en el siglo XXI. Más cerca de lo que
pensamos: entre Madrid y Cuenca. Porque donde abundó el pecado, sobreabundó la
Gracia, frase que se ha convertido en leitmotiv de esta experiencia. La
historia comienza así:
Amanecía el
viernes 4 de enero, a pocas horas de la llegada de los Reyes Magos. La Policía
contacta con Fernando Díaz, voluntario de Cáritas de la parroquia del Cristo
del Amparo en Cuenca, para informarle de que la furgoneta donde guardaban los
regalos que les habían dejado los Magos –estaban ahí para que los niños no los
descubriesen en los salones parroquiales– había sido forzada y los juguetes,
sustraídos.
Se había ido al
traste el trabajo de semanas para que unos 40 niños tuvieran su regalo el día
6. Superado el shock inicial, Fernando y otros voluntarios deciden
dar difusión a la noticia a través de redes sociales y aplicaciones de
mensajería masiva para intentar recoger, nuevamente, regalos. Esta vez, con el
tiempo en contra.
La noticia
corrió como la pólvora, se movilizaron las hermandades de la ciudad y los
juguetes comenzaron a llegar. Los acercaban en persona, llegaban mensajeros y
aterrizaban, incluso, paquetes desde Alemania. Tal fue la repercusión que la
Subdelegación del Gobierno en la ciudad abrió una sala para que aquellos que
quisiesen colaborar pudiesen dejar su aportación.
En Madrid, la
noticia le llegó a Olatz Elola, fundadora de Blessings, una tienda de regalos
cristianos, que pensó en un primer momento hacer llegar algunos de los
artículos que ella vende. Le dijo a su marido, José Manuel, que Cuenca no
estaba tan lejos y difundió a través de su cuenta en Instagram que si alguien
estaba interesado en donar juguetes los aceptarían hasta llenar su coche.
Para ello
abrieron su oficina hasta las 21 horas del viernes. ¿El resultado? Recibieron
más de 500 regalos que llevaron, acompañados de sus tres hijos, hasta Cuenca la
víspera de Reyes. «Contamos a los niños que los Magos habían tenido un problema
en Cuenca y que se trataba una misión especial que nos encomendaban. Al día
siguiente, cuando ellos abrían sus propios regalos sentían que habían sido
partícipes de los que se abrían en Cuenca. Habían ayudado a los Reyes Magos»,
explica Olatz a Alfa y Omega.
Con la
solidaridad suscitada en Cuenca, la furgoneta que llegó de Madrid y otras
colaboraciones el número de juguetes se multiplicó por 100. Tanto es así que
desde la parroquia pidieron a la Subdelegación del Gobierno que entregara los
juguetes que ellos custodiaban a otras entidades que trabajan con la infancia
pues no se podían hacer cargo. Porque con los que tienen en sus salones,
reconoce Fernando Díaz, tienen para 10 años.
Pero la
solidaridad fue más allá de los material, pues entre 20 y 30 voluntarios
colaboraron en la recepción de los regalos, así como su preparación y embalaje
para ser entregados a las familias. El milagro era una realidad, del mal había
surgido el bien. Con el objetivo conseguido y tras dos días de incansable
trabajo, Fernando Díaz, lanzaba, como el primero pidiendo ayuda, otro mensaje.
Este para dar
las gracias: «Acabada esta larga jornada, solo nos queda decir gracias. En el
mundo sigue habiendo gente buena, hay esperanza y solidaridad. Ojalá nunca
acabe y siempre estemos dispuestos a darlo todo por los demás. Hemos recogido
100 veces más de lo que se llevaron. Nuestro más sincero agradecimiento a
todos. Solo nos queda un último favor: que este mensaje se difunda tanto como
el primero. Gracias».
F. Otero
Fuente: Alfa y
Omega