La
obediencia a la fe y la adhesión a Cristo es lo que salva de las consecuencias
de la desobediencia universal que afecta a la humanidad
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El ser humano siempre ha pretendido o
querido ser el artífice de su destino, ha ambicionado ser autónomo en la
gestión de su vida y de sus responsabilidades, rechazando cualquier
intromisión en su vida.
En el fondo ésta ha sido la
respuesta o la actitud ante la gran tentación que dio origen al primer desaire
a Dios, el pecado original.
Dicho de otra manera, cree no
ser creatura de nadie y su salvación no la quiere esperar de otros,
sino de sí mismo. Pero esto es un gran error.
Es un error por dos razones: desde
que nace, el ser humano siempre necesitará la acogida, la ayuda y
la atención de los demás.
Además nace, crece y se
desarrolla en un contexto donde hay normas, leyes, condiciones que
hay que respetar, observar y cumplir.
En definitiva, que hay
que obedecer si se quiere ser parte integrante y constructiva de una sociedad.
La vida humana discurre entre el
orden divino, el orden social y el racional. Y desde siempre, desde que
hay hombres y ángeles, la obediencia ha sido contestada, y la
redención tuvo este motivo: restablecer la obediencia.
¿Qué significado tiene obedecer
en la Iglesia? ¿Tiene sentido todavía hoy la obediencia de la fe?
Tanto en la sociedad como en la
Iglesia hay un orden institucional. Por lógica,
es la persona, y sólo ella, quien debe hacer el esfuerzo, mediante la
obediencia, de adaptarse a ese orden y asimilarlo en pro de una sana vivencia y
convivencia.
Todos tenemos que obedecer: desde el Papa hasta el último bautizado,
desde un jefe de estado hasta el último de los ciudadanos.
La obediencia de Jesús
En las Sagradas Escrituras, tanto
en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento, hay muchas
referencias a la obediencia, pero nuestro
gran referente es la obediencia de Jesucristo.
El Evangelio dice que Él, aunque
filialmente sometido a los padres (Lc 2, 51), estaba totalmente dedicado a las
cosas de su Padre.
Jesús se mostró a sí mismo como
ejemplo de total obediencia al Padre: “He bajado del cielo no para hacer mi
voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6, 38).
Y Él, a su vez, está
en condición de salvar a quien le obedece: “Y aun
siendo Hijo, con lo que padeció aprendió la obediencia; y llegado a la
perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le
obedecen”(Heb 5, 8-9).
La
obediencia a la fe (Rom 1, 5) y la adhesión a Cristo (1 Pe 1, 2) es lo que
salva de las consecuencias de la desobediencia universal que afecta a la
humanidad.
Cualquier reflexión sobre el significado de la obediencia, tanto en el
ámbito humano como cristiano, debe partir de la Kénosis y de la obediencia
hasta la muerte de Cristo:
“El cual, siendo de condición divina, no
hizo alarde de ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando
condición de siervo, … y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y
muerte de cruz” (Fil 2, 6-8).
Por tanto la Kénosis es el vaciamiento de la propia
voluntad para llegar a ser completamente receptivo a la voluntad de Dios.
Él
nos redime obedeciendo (LG
3); y nosotros recibimos los efectos de la redención obedeciéndole.
“A Dios, que se revela, se debe la
obediencia de la fe, con la cual el hombre se abandona totalmente a Dios,
prestándole libremente el pleno obsequio del intelecto y de la voluntad”
(DV 5).
En la comunidad eclesial (signo
prefigurativo del Reino de Dios), la obediencia así como la
autoridad -que son funciones diferentes del único Espíritu (el Espíritu del agapé)-
están al servicio de la edificación de la Iglesia como cuerpo de
Cristo.
¿Qué es el agapé?
Los primeros cristianos emplearon ésta expresión griega para referirse al amor
de Dios para con el ser humano, al amor especial por Dios e incluso a un amor
sacrificado u oblativo que cada persona debía sentir hacia los demás.
Seis obediencias más
Y a propósito de la obediencia seis
sencillas historias:
1.- “Abraham, que sometido a
prueba, “tuvo fe en Dios” (Rm 4, 3) y siempre obedeció a su llamada; por esto
se convirtió en “padre de todos los creyentes” (Rm 4, 11.18).
2.- Y qué mejor ejemplo de obediencia
a Dios que el que tenemos en María. Ella da sentido a su
vida escuchando la palabra de Dios y realizando con su libertad la obediencia
de la fe.
No sólo dijo “hágase en mí según
tu palabra” (Lc 1, 38) sino que se entregó como nadie, y por eso Jesús responde
al piropo de alabanza a su madre con un motivo más alto: “Dichosos más bien los
que oyen la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 11, 27).
3.- San
José obedeció sin murmurar el decreto del emperador, que
le obligaba a trasladarse a Belén en medio del rigor del invierno, con grave
molestia para María. Pero es especialmente en la huida a Egipto cuando san José
ofrece el ejemplo de la obediencia más heroica y perfecta.
4.- San
Pedro obedeció al Señor. “Respondiendo Simón, le
dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado;
pero por tu palabra echaré la red”. (Lc. 5, 5).
5.- Se cuenta que un día santo
Domingo Savio le dijo a su confesor que cuando iba a
bañarse a un pozo en especial, allá escuchaba malas conversaciones. El
sacerdote le dijo que no podía volver a bañarse ahí. Domingo obedeció aunque
esto le costaba un gran sacrificio, pues hacía mucho calor y en su casa no
tenía ni bañera ni ducha. Y San Juan Bosco añade al narrar este hecho: “Si este
jovencito no le hubiera obedecido a su confesor y hubiera continuado yendo a
aquel sitio no habría llegado a ser santo. La obediencia lo salvó”.
6.- Y santa
Bernardita Soubirous subió y, cuando estuvo cerca de la
roca, buscó con la vista la fuente no encontrándola, y queriendo obedecer, miró
a la Virgen. A una nueva señal Bernardita se inclinó y escarbando la tierra con
la mano, pudo hacer en ella un hueco.
De repente se humedeció el fondo
de aquella pequeña cavidad y viniendo de profundidades desconocidas a través de
las rocas, apareció un agua que pronto llenó el hueco que podía contener un
vaso de agua.
Mezclada con la tierra,
Bernardita la acerco tres veces a sus labios, no resolviéndose a beberla. Pero
venciendo su natural repugnancia al agua sucia, bebió de la misma y se mojó
también la cara.
Todos empezaron a burlarse de
ella y a decir que ahora si se había vuelto loca. Pero, … ¡misteriosos
designios de Dios!, con su débil mano acababa Bernardita de abrir, sin saberlo,
el manantial de las curaciones y de los milagros más grandes que han conmovido
la humanidad” (sobre la aparición de Lourdes).
Fuente:
Aleteia