Una conmovedora experiencia de
cómo unos hijos ayudaron a su madre a cambiar su corazón
Mi esposo nos abandonó a mí y a mis
cuatro pequeños hijos después de mucha violencia física y emocional por su
adicción al alcohol, lo hizo para iniciar una nueva relación, y ya no supimos
de él por muchos años.
Sin recursos, pasamos por
muchas penurias por la que dos de mis hijos no pudieron estudiar para ayudarme
a sacar adelante a la familia, lo cual logramos en un ambiente cristiano en el
que siempre procuré no hablar mal de su padre, aunque sin ocultarles para nada
la verdad.
Al paso de los años nos
sobrepusimos a un rechazo cuyo recuerdo fue cediendo como cuando alguien muere…
hasta que una mañana, en una calle, el mayor de mis hijos se encontró con un
individuo de aspecto indigente que salió a su encuentro. Era él.
Se identificó, y mi hijo con
incredulidad hizo ademán de seguir adelante pero lo detuvo un sentimiento de
compasión. Lo escuchó. Por sus palabras y parecido lo reconoció y supo que
vivía solo, enfermo y en la miseria. Le dijo no querer nada de nosotros que no
fuera perdón, y le pidió que llevara ese mensaje a toda la familia, sobre todo
a mí.
Se despidió diciéndole que no
lo volvería a molestar.
Mi primera reacción fue desear
que ese encuentro no hubiera sucedido nunca, para mí simplemente no era justo
que hubiera vuelto a aparecer en nuestras vidas, haciendo que en mi memoria
volvieran a aparecer los vivos recuerdos de una injusticia que recayó sobre
todo en las personas inocentes de mis hijos.
Debo admitir que, en esos
momentos, en mi interior se dio un doloroso sentimiento de complacida revancha
y gusto por el mal que estaba sufriendo.
Sentimientos que iban contra
el espíritu cristiano que trataba de vivir y con el que había formado a mis
hijos.
En un domingo de convivencia
familiar, al ofrecer los alimentos rezamos el padre nuestro, y al
decir: “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden”, mis hijos me miraron a los ojos. Luego me dijeron que
deseaban que perdonara a su padre de todo corazón y liberara mi espíritu de una
vez y para siempre. Sabían lo mal que lo estaba pasando con ese inesperado
encuentro.
El problema era que, además de
mi profundo resentimiento, yo pensaba que si lo perdonaba estaba
traicionando el gran amor que sentía por ellos.
Ante su petición, me encontraba
en la encrucijada de que perdonar y olvidar son dos cosas distintas, ya
que el “querer perdonar” es cosa de la voluntad, pero por voluntad no se
olvidan las cosas, así como así.
¿Cómo olvidar lo malos tratos?
¿Cómo olvidar los días en que a mis hijos solo pude mal alimentarlos? ¿El que
dos de mis hijos tuvieran que empezar a trabajar desde pequeños sin poder
realizar estudios? ¿Su penosa ausencia en las enfermedades y tantas pruebas?
¿Cómo olvidar las carencias afectivas de mis hijos que provinieron precisamente
de quien más necesitaba amor y protección?
No, no quería olvidar, y
eso equivalía a no querer perdonar, de eso me daba cuenta con toda
claridad, y se los dije.
Aun así, mi hijo mayor me dijo
que deseaban acogerlo en su propia casa ya que andaba en condición de
menesteroso y enfermo, pero que no lo harían si yo no estaba de acuerdo, pues
ellos, al igual que yo, pensaban que hacerlo sin esa condición, también
sentirían que estaban traicionando el amor entre nosotros.
En ese momento alcé la voz
diciendo que ya eran adultos, y que en todo caso: ellos serían quienes le
atenderían, que en mi casa jamás volvería a entrar, ni yo lo vería jamás
en lo personal.
Entonces
me pidieron que tan solo admitiera en mi corazón “querer olvidar y
querer perdonar” dejando en manos de Dios el poder hacerlo, y que por lo demás, el ofensor ya
estaba pagando con evidente sufrimiento.
Luego guardaron silencio, un
silencio que en la consciencia me grito durante varios días que no
estaba dando el testimonio que ellos esperaban, de quien desde niños les
había enseñado a creer en el Dios del perdón.
Reconocí que no debía admitir
que una nube del pasado cubriera de sombra el presente que con tanto esfuerzo y
a Dios gracias habíamos construido, que un buen presente quizá no pueda
borrar lo malo del pasado, pero si cambiarle de signo.
Y accedí sinceramente a
“querer olvidar y querer perdonar” tratando de liberar a su padre de su
deuda moral y liberarme a mí misma del alto precio de mi viejo y
constante resentimiento.
Consentí entonces en que
viviera en la casa de mi hijo, solo con la condición de guardar mi prudente
distancia. Y comencé a rescatar mi paz y libertad interior.
El final no es color de rosa,
me decidí por el perdón, sí, pero ahora debo esforzarme en mantener mi decisión
en el transcurso del tiempo, cada vez que recuerde la ofensa, que sienta la
herida, ya que de no hacerlo corro el peligro de volver a consentir el
resentimiento y retirar el perdón.
Necesitaré mucha humildad y
fortaleza, pero quiero lograrlo.
Perdonar
es un acto de la voluntad, por tanto, es posible tomar la decisión de perdonar,
aunque el sentimiento sea adverso. Ciertamente, hay que tratar de eliminar los
sentimientos negativos que hayan quedado después de haber perdonado, por
ejemplo, cambiando la herida en compasión y trasformando la ofensa en
intercesión.
Perdonar
es la más alta manifestación de amor a Dios y, en consecuencia, es lo que más
trasforma el corazón humano.
Orfa Astorga
Fuente:
Aleteia