Estos
grupos saben cómo adaptarse a los nuevos tiempos dejando atrás la imagen de una
comuna liderada por un gurú
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Miguel
Perlado lleva más de 16 años trabajando con víctimas de las sectas. Desde el
Colegio Oficial de Psicólogos de Cataluña coordina el Grupo de Trabajo
sobre Derivas Sectarias que persigue difundir los conocimientos existentes
en este ámbito y denunciar la manipulación y el abuso psicológico que
practican. Lo cuenta Ana Soteras en este reportaje publicado por Efe Salud.
Perlado
también tienen otro objetivo claro: formar a psicólogos, educadores,
pedagogos, abogados… para que logren identificar y atender a los afectados por
las sectas en España, donde existe un “agujero” legal y jurídico por el
que pueden escapar los que llegan a ser denunciados y los que continúan
impunes.
Una
realidad, bajo diferentes prismas, que se abordará en el III Encuentro Nacional
de Profesionales, Familiares y Ex Miembros de Sectas que se celebrará del 3 al
4 de marzo en Marbella (Málaga).
¿A quiénes buscan las sectas?
Con
un fin didáctico y preventivo, en 2014 se realizó el documental “Sectas”, realizado por Estudios
Molécula, y a iniciativa del Grupo de Derivas Sectarias y la Asociación
Iberoamericana para la Investigación del Abuso Psicológico (AIIAP), y que
cuenta la experiencia de seis personas ex miembros de diferentes grupos
sectarios.
Algunos
son ejemplos de adeptos que responden a los perfiles que hoy son carne de
cañón:
- Jóvenes
idealistas, universitarios, con inteligencia por encima de la media, con
tendencias algo obsesivas, perseverantes y con un componente de insatisfacción
que les lleva a buscar algo diferente. Son productivos, no unos locos. Los que
más interesan a las sectas.
- Personas
entre 30 y 40 años con antecedentes de alguna adicción a tóxicos o
dependencias afectivas o emocionales y aquellos que sufren la crisis de la mitad
de la vida y que buscan nuevos caminos.
- Y
los que están continuamente buscando: hoy con un chamán, mañana con una terapia
revolucionaria, y pasado, orando en el monte, retrata el psicólogo.
La secta en el siglo XXI
El
Grupo de Derivas Sectarias tiene localizadas unas 200 sectas activas en
España y calcula que 600.000 personas están afectadas. Estos grupos
saben cómo adaptarse a los nuevos tiempos dejando atrás la imagen de una comuna
liderada por un gurú de túnica blanca. En pleno siglo XXI existe una amplia
diversidad de sectas, un cajón de sastre que dificulta su identificación y su
verdadero cometido.
Dentro
de la multitud de ofertas de terapias alternativas “hay grupos que se
adueñan de determinadas prácticas (chamanes, constelaciones familiares,
conexiones con los ángeles…) que, precisamente por su nivel de indefinición,
puede tener más calado sobre la persona”, señala el experto. Pero, en
general, utilizan tácticas mundanas de influencia social pero llevadas al
extremo.
Las
sectas han cambiado sus estilos doctrinales: “Si antes esperaban platillos
voladores, ahora siguen nuevas pseudoterapias, se adaptan al tiempo actual
en aquellos temas que mayor penetración social tienen”, indica el psicólogo.
Y
han variado las estrategias de captación: “Ya no practican el proselitismo
callejero, ahora funciona el boca a oreja, a través de amigos, conocidos o
compañeros de trabajo que te proponen ir a una charla, a una reunión…”, añade.
También
se suben al carro de las nuevas tecnologías haciendo un uso expansivo de
las redes sociales y exhibiendo presentaciones multimedia, “atractivas y
seductoras, mientras ocultan su verdadera naturaleza”.
Y
es que mientras estos grupos ofrecen, por un lado, algo distinto y atrayente,
por otro necesitan legitimar sus prácticas y se parapetan detrás de
registros como asociaciones, ONG, grupos de ayuda y grupos religiosos.
El abuso psicológico
Miguel
Perlado define a la secta como “aquel grupo o movimiento que exige una
dedicación o devoción hacia una persona, idea u objeto y que para la
consecución de sus fines emplean mecanismos de control de la personalidad o de
manipulación”.
“Puede
ser –añade– un producto, un sistema aparentemente comercial, una
dinámica que despliega grados de dependencia patológica con consecuencias como
la restricción de miras, pensamiento monotemático, incapacidad critica,
negación del problema, fanatización y radicalización de la mente”.
Encabezando
la lista figura el terrorismo, el yihadismo o ETA son dos ejemplos de sectas
radicalizadas mencionadas por el especialista. Y a medio camino hay grupos que
no se consideran sectas pero sí comparten la mecánica. Se trata de bandas
juveniles violentas, fanáticos deportivos, equipos deportivos de élite…
Detrás
de los movimientos sectarios hay una clave: el abuso psicológico que
practican a través del miedo y la generación de un sentimiento de culpa, además
de vejaciones con el fin de doblegar al adepto.
In crescendo
“El
maestro gritaba y se comportaba de una forma muy violenta, sin violencia física
pero sí verbal”, relata en el documental un joven informático que se introdujo
en un grupo budista atraído por terapias alternativas tipo reiki.
Pero
la captación de una persona vulnerable empieza siendo una seducción suave:
“te ayudaremos, aquí nos apoyamos entre todos, no comentes lo que hacemos
porque los demás no lo entenderán…” Una estrategia sibilina que te va
enredando hasta que te convierte en un adicto, en un dependiente.
“Entramos
buscando ayuda de pareja y al final nos ofrecieron participar en un grupo
espiritual que reforzaría la terapia”, relata un ingeniero de caminos, mientras
que una maestra, por su parte, reconoce que estaba pasando por una depresión y
que una falsa psicóloga la fue introduciendo en el grupo.
Se
les exige un compromiso creciente y el objetivo final es controlar a la
persona para obtener un beneficio económico y en ocasiones sexual. Personas que
buscaban cierta espiritualidad para superar sus vacíos han acabado participando
en prácticas sexuales colectivas.
“Nos
teníamos que desnudar en grupo y participar de ritos iniciáticos, eran los
momentos de más presión”, recuerda el ingeniero, quien asegura que a las
parejas las acababan separando.
El
dinero suele estar también en el horizonte. Los miembros empiezan contribuyendo
con cantidades de dinero de forma sistemática y algunos acaban perdiendo hasta
sus propiedades.
“Lo
que había empezado de forma voluntaria se convirtió en exigencia. Habíamos
perdido todos nuestros ahorros, habíamos hipotecada nuestra casa y seguíamos
haciendo esfuerzos” para seguir asistiendo a los cursos y pagando,
manifiesta en el vídeo un realizador audiovisual que entró al grupo animado por
su esposa que ya formaba parte.
¿Cómo se puede llegar
hasta ese punto?
El
psicólogo Miguel Perlado considera que el poder y el control que ejerce el
grupo sobre la persona hace que se llegue a esos extremos.
“Cuando
todo un grupo va al unísono en una dirección, ilusionado y que replica lo mismo
que el líder, eso te va envolviendo. Un día entras en una sala y te quitas los
zapatos porque todos están descalzos y el día que te quitas todo dices que lo
haces por la evolución espiritual”, explica.
Y
recuerda el caso de una paciente que entró en un grupo de yoga para mejorar el
dolor de espalda y al cabo de un año se dedicaba a limpiar el centro
argumentando que así trabajaba el desapego y purificaba el karma. “Hubo un
proceso de trasformación de la personalidad sostenido por la influencia del
grupo”, apunta el especialista.
Reconstruir una
personalidad dañada
A
veces la cuerda se rompe de tanto tensar y el individuo acaba abandonando la
secta o la intervención de los familiares, por ejemplo, acaba logrando arrancar
al adepto de las garras del grupo. “La salida –subraya Perlado– puede
tardar años porque uno no se da cuenta y acaba justificando su propia
explotación”.
Cuando
lo consiguen el paso más adecuado es buscar ayuda psicológica, “de lo
contrario el riesgo de recaída y de entrar en otra relación de abuso se
incrementa a medida que pasa el tiempo”, señala el profesional.
La
víctima se sienta frente al psicólogo con sentimiento de culpa, con miedo
y con vergüenza, además de temer represalias del grupo, lo que dificulta el
principal objetivo: reconstruir la identidad anulada.
“Los
primeros seis meses son críticos porque tienen problemas de autoestima, de
confianza en los demás, de concentración, de ansiedad, pesadillas… Dudan si han
hecho lo correcto al irse o si el grupo tenía razón. En torno al año empiezan a
estabilizarse (ya sé dónde estoy y lo que me ha pasado) y a partir de ahí la
reconstrucción”, precisa el psicólogo.
Pero
quedan las secuelas, a veces muy hondas: distorsión de la visión de uno
mismo y de los demás, dificultades a la hora de relacionarse fuera del grupo,
daño económico, daño emocional, la culpa, la sensación de ser un bicho raro y
de estar loco.
Los
casos más difíciles son los de aquellos niños que crecieron y fueron educados
por sus padres en una secta. Cuando piden ayuda ya de adultos sufren un choque
brutal con la realidad porque no han tenido otro referente que el grupo.
Pero
el panorama es diverso y se producen todo tipo de situaciones con un factor
común: “La persona entra en un proceso de transformación sin controlar las
consecuencias, aun creyendo que las controla. Ese es el punto de riesgo
para la salud mental”, concluye Miguel Perlado.
Por: P. Luis Santamaría del Río
Fuente:
R.I.E.S. (Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas) //
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