A
buen cobijo
Hola,
buenos días, hoy Israel nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
Es
una tradición que, en el día de los Santos, tras la comida de fiesta y la
sobremesa, bajemos todas juntas hasta el cementerio rezando el Rosario. Es un
día para mirar al Cielo. Qué impresionante, qué inimaginable debe de ser...
Cristo nos lo dijo: “Voy a prepararos un sitio...”
Y,
por ello, bajamos a “felicitar” a las hermanas que nos han precedido: ¡ellas ya
han llegado!
Un
misterio, dos... y cada vez se iba notando más el frío. Un viento helado
soplaba a nuestras espaldas. De pronto, noto que una hermana más mayor se
acerca y se pone justo delante de mí. Me hizo gracia, porque noté en seguida
que intentaba ponerse un poco “a cobijo”. Y es que, como mi cuerpo es de
constitución fuerte, la tapaba algo del viento.
Así
que, entre risas, me puse a bromear con ella diciéndole que me había percatado
de su “intención”, pero le insistí en que me parecía muy bien, y así seguimos
todo el rosario.
Unos
minutos después, caí en la cuenta de que esto mismo tendríamos que hacer con
Cristo una y otra vez: ¡ponernos a cobijo junto al más Grande! Solo Él puede
salvarnos de cualquier situación en la que nos veamos, solo en Él encontramos
el cobijo que necesitamos en las tormentas. Solo Él nos da el Amor y la Fuerza
que necesitamos para vivir cada día de nuestra vida llenos de Alegría.
Es
cierto que muchas veces nos sucede que, hasta que no sentimos “el frío”, no
buscamos cobijo en Él, pero pienso que a Cristo no le importa, le basta con que
vayas una vez, para que tengas tu propia experiencia de cómo actúa en tu vida
cuando le dejas, y eso es algo que nunca se te podrá olvidar y que, al
recordarla, te hará saber adónde puedes volver. ¡Su Huella es imborrable!
Hoy
el reto del amor es que, ante una situación que te desborde, acudas a Él.
Cuando éramos pequeños, no teníamos problema en acudir a toda velocidad a los
brazos de nuestros padres cuando algo nos sucedía... Hoy Cristo te espera con
los brazos abiertos, Él es el más Grande, y siempre te acompaña.
VIVE
DE CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma
