20 PALABRAS PARA MEDITAR LOS MISTERIOS DEL ROSARIO. 5º. MISTERIO LUMINOSO

5. La institución de la Eucaristía

Mientras la cena se tuvo
El gran regalo nos diste
Más amor que este no existe
Occiso más resurgiste
Recita el Amigo el sintagma
Inmediatamente se tiene
Al recibirte unión en el alma
La dulce presencia perenne.

Jesús murió violentamente ofreciéndose como sacrificio por nosotros, al tercer día resucitó: Occiso más resurgiste. En ese hecho está nuestra salvación. Por el bautismo recibimos toda esa fuerza salvadora que se manifestará al final de los tiempos (cfr. Rm 6, 3-6, Col 2, 12). El Misterio Pascual de Cristo: su pasión, muerte y glorificación, se hace presente en la Misa. 

Jesús quiso anticipar su Misterio Pascual durante la última cena y darnos el poder de hacerlo presente a través del rito que estableció esa noche dichosa… Mientras la cena se tuvo el gran regalo nos diste. El regalo de la Eucaristía y el regalo del poder para realizarla: el Orden Sacerdotal. 

El amor consiste en querer estar cerca, gozar de la cercanía, en buscar el bien del amado, el hacer cosas en su beneficio... Jesús hace todo esto en la Eucaristía: al instituirla establece el camino para es­tar cerca de todos los hombres de todos los tiempos, estar cerca de un modo nuevo: con su Humanidad (cuerpo y alma) y su Divinidad. Cada vez que desea­mos estar cerca de Dios sabemos dónde encontrarlo con su Divinidad y su Humanidad... y siempre está, disponible y esperando: la dulce presencia perenne. Esa cercanía es máxima cuando por su Cuerpo nos unimos a Él, y para Él es una gran alegría, porque nos ama. Y si percibe correspondencia en nosotros aumenta su gozo. Al recibirte unión en el alma.

La primera vez que Dios entró en el mundo de esta manera fue cuando se encarnó. Cuando el Án­gel fue con María y le anunció el designio de Dios y tras un breve diálogo el “Verbo se hizo carne” (Jn 1, 14). Palabras de miel las que intercambiaron en esa ocasión. Pero son aún más dulces las palabras de Je­sús en la última cena: “esto es mi cuerpo, esto es mi Sangre”... y más todavía “hagan esto en conmemo­ración mía”, ya que con ellas se asegura su presencia en el mundo y el modo para unirnos a Él.

Las palabras con las que Jesús consagró por primera vez el pan y el vino convirtiéndolos en su Cuerpo y su Sangre son palabras con sentido com­pleto, podemos decir que son un sintagma. Es más, esas palabras son las que restablecen el sentido en el mundo: Dios está con nosotros y une la creación a sí y la redime y la eleva.

Y quien pronuncia esas palabras es Jesús, siempre es Él, el sacerdote le pres­ta su voz: recita el Amigo el sintagma y como efecto de su poder transforma la realidad del pan y del vino en su Cuerpo y su Sangre, aunque la vista, el tacto y el gusto no lo perciban. Justo después de que el sacerdote, en la persona de Cristo, pronun­cia las palabras más amorosas que jamás se hayan dicho, inmediatamente se tiene la dulce presencia perenne, y si se tienen las condiciones requeridas al recibirte unión en el alma.

El amor consiste en querer estar cerca, gozar de la cercanía, en buscar el bien del amado, el hacer cosas en su benefcio... Jesús hace todo esto en la Eucaristía: al instituirla establece el camino para es­tar cerca de todos los hombres de todos los tiempos, estar cerca de un modo nuevo: con su Humanidad (cuerpo y alma) y su Divinidad. Cada vez que desea­mos estar cerca de Dios sabemos dónde encontrarlo con su Divinidad y su Humanidad... y siempre está, disponible y esperando: la dulce presencia perenne. Esa cercanía es máxima cuando por su Cuerpo nos unimos a Él, y para Él es una gran alegría, porque nos ama. Y si percibe correspondencia en nosotros aumenta su gozo. Al recibirte unión en el alma.

La primera vez que Dios entró en el mundo de esta manera fue cuando se encarnó. Cuando el Án­gel fue con María y le anunció el designio de Dios y tras un breve diálogo el “Verbo se hizo carne” (Jn 1, 14). Palabras de miel las que intercambiaron en esa ocasión. Pero son aún más dulces las palabras de Je­sús en la última cena: “esto es mi cuerpo, esto es mi Sangre”... y más todavía “hagan esto en conmemo­ración mía”, ya que con ellas se asegura su presencia en el mundo y el modo para unirnos a Él.

Las palabras con las que Jesús consagró por primera vez el pan y el vino convirtiéndolos en su Cuerpo y su Sangre son palabras con sentido com­pleto, podemos decir que son un sintagma. Es más, esas palabras son las que restablecen el sentido en el mundo: Dios está con nosotros y une la creación a sí y la redime y la eleva.

Y quien pronuncia esas palabras es Jesús, siempre es Él, el sacerdote le pres­ta su voz: recita el Amigo el sintagma y como efecto de su poder transforma la realidad del pan y del vino en su Cuerpo y su Sangre, aunque la vista, el tacto y el gusto no lo perciban. Justo después de que el sacerdote, en la persona de Cristo, pronun­cia las palabras más amorosas que jamás se hayan dicho, inmediatamente se tiene la dulce presencia perenne, y si se tienen las condiciones requeridas al recibirte unión en el alma.

Con permiso del autor: Juan Pablo Lira

Fuente: 20 palabras para meditar los misterios del Rosario