5. La institución de la Eucaristía
Mientras la cena se tuvo
El gran regalo nos diste
Más amor que este no
existe
Occiso más resurgiste
Recita el Amigo el
sintagma
Inmediatamente se tiene
Al recibirte unión en el
alma
La dulce presencia
perenne.
Jesús murió
violentamente ofreciéndose como sacrificio por nosotros, al tercer día
resucitó: Occiso más resurgiste. En ese hecho está nuestra salvación. Por el
bautismo recibimos toda esa fuerza salvadora que se manifestará al final de los
tiempos (cfr. Rm 6, 3-6, Col 2, 12). El Misterio Pascual de Cristo: su pasión,
muerte y glorificación, se hace presente en la Misa.
Jesús quiso anticipar su
Misterio Pascual durante la última cena y darnos el poder de hacerlo presente a
través del rito que estableció esa noche dichosa… Mientras la cena se tuvo el
gran regalo nos diste. El regalo de la Eucaristía y el regalo del poder para
realizarla: el Orden Sacerdotal.
El amor consiste en
querer estar cerca, gozar de la cercanía, en buscar el bien del amado, el hacer
cosas en su beneficio... Jesús hace todo esto en la Eucaristía: al instituirla
establece el camino para estar cerca de todos los hombres de todos los
tiempos, estar cerca de un modo nuevo: con su Humanidad (cuerpo y alma) y su
Divinidad. Cada vez que deseamos estar cerca de Dios sabemos dónde encontrarlo
con su Divinidad y su Humanidad... y siempre está, disponible y esperando: la
dulce presencia perenne. Esa cercanía es máxima cuando por su Cuerpo nos unimos
a Él, y para Él es una gran alegría, porque nos ama. Y si percibe correspondencia
en nosotros aumenta su gozo. Al recibirte unión en el alma.
La primera vez que Dios
entró en el mundo de esta manera fue cuando se encarnó. Cuando el Ángel fue
con María y le anunció el designio de Dios y tras un breve diálogo el “Verbo se
hizo carne” (Jn 1, 14). Palabras de miel las que intercambiaron en esa ocasión.
Pero son aún más dulces las palabras de Jesús en la última cena: “esto es mi
cuerpo, esto es mi Sangre”... y más todavía “hagan esto en conmemoración mía”,
ya que con ellas se asegura su presencia en el mundo y el modo para unirnos a
Él.
Las palabras con las que
Jesús consagró por primera vez el pan y el vino convirtiéndolos en su Cuerpo y
su Sangre son palabras con sentido completo, podemos decir que son un
sintagma. Es más, esas palabras son las que restablecen el sentido en el mundo:
Dios está con nosotros y une la creación a sí y la redime y la eleva.
Y quien pronuncia esas
palabras es Jesús, siempre es Él, el sacerdote le presta su voz: recita el
Amigo el sintagma y como efecto de su poder transforma la realidad del pan y
del vino en su Cuerpo y su Sangre, aunque la vista, el tacto y el gusto no lo
perciban. Justo después de que el sacerdote, en la persona de Cristo, pronuncia
las palabras más amorosas que jamás se hayan dicho, inmediatamente se tiene la
dulce presencia perenne, y si se tienen las condiciones requeridas al recibirte
unión en el alma.
El amor consiste en
querer estar cerca, gozar de la cercanía, en buscar el bien del amado, el hacer
cosas en su benefcio... Jesús hace todo esto en la Eucaristía: al instituirla
establece el camino para estar cerca de todos los hombres de todos los
tiempos, estar cerca de un modo nuevo: con su Humanidad (cuerpo y alma) y su
Divinidad. Cada vez que deseamos estar cerca de Dios sabemos dónde encontrarlo
con su Divinidad y su Humanidad... y siempre está, disponible y esperando: la
dulce presencia perenne. Esa cercanía es máxima cuando por su Cuerpo nos unimos
a Él, y para Él es una gran alegría, porque nos ama. Y si percibe correspondencia
en nosotros aumenta su gozo. Al recibirte unión en el alma.
La primera vez que Dios
entró en el mundo de esta manera fue cuando se encarnó. Cuando el Ángel fue
con María y le anunció el designio de Dios y tras un breve diálogo el “Verbo se
hizo carne” (Jn 1, 14). Palabras de miel las que intercambiaron en esa ocasión.
Pero son aún más dulces las palabras de Jesús en la última cena: “esto es mi
cuerpo, esto es mi Sangre”... y más todavía “hagan esto en conmemoración mía”,
ya que con ellas se asegura su presencia en el mundo y el modo para unirnos a
Él.
Las palabras con las que
Jesús consagró por primera vez el pan y el vino convirtiéndolos en su Cuerpo y
su Sangre son palabras con sentido completo, podemos decir que son un
sintagma. Es más, esas palabras son las que restablecen el sentido en el mundo:
Dios está con nosotros y une la creación a sí y la redime y la eleva.
Y quien pronuncia esas
palabras es Jesús, siempre es Él, el sacerdote le presta su voz: recita el
Amigo el sintagma y como efecto de su poder transforma la realidad del pan y
del vino en su Cuerpo y su Sangre, aunque la vista, el tacto y el gusto no lo
perciban. Justo después de que el sacerdote, en la persona de Cristo, pronuncia
las palabras más amorosas que jamás se hayan dicho, inmediatamente se tiene la
dulce presencia perenne, y si se tienen las condiciones requeridas al recibirte
unión en el alma.
Con permiso del autor: Juan Pablo Lira
Fuente: 20 palabras para meditar los misterios del Rosario
