EL MÁS IMPORTANTE DE TODOS
II. El ejercicio de la
autoridad y la obediencia en la Iglesia proceden de una misma fuente: el amor a
Cristo.
III. La autoridad en la Iglesia es un gran bien.
Obedecer como lo hizo Cristo.
«Una
vez que salieron de allí cruzaban Galilea, y no querían que nadie lo supiese;
pues iba instruyendo a sus discípulos y les decía: «El Hijo del Hombre va a ser
entregado en manos de los hombres, y lo matarán, y después de muerto,
resucitará a los tres días». Pero ellos no entendían sus palabras y temían
preguntarle.
Y llegaron a Cafarnaúm. Estando ya en casa les preguntó: «¿De qué discutíais
por el camino?». Pero ellos callaban, porque en el camino habían discutido
entre sí sobre quién sería el mayor. Entonces se sentó y, llamando a los doce,
les dijo: «Si alguno quiere ser el primero, hágase el último de todos y
servidor de todos». Y tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y
les dijo: «El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe; y
quien me recibe, no me recibe a mí, sino al que me envió». (Marcos 9,
30-37)
I.
En el
Evangelio de la Misa (Marcos 9, 29-36), San Marcos nos relata que Jesús,
mientras atravesaba Galilea con sus discípulos, los instruía acerca de su
muerte y resurrección.
Sorprende que, mientras el
Maestro les comunicaba los padecimientos y la muerte que había de sufrir, los
discípulos discutían a sus espaldas sobre quién sería el mayor. Estando ya en
casa, Jesús les preguntó por la discusión que habían mantenido en el camino.
Ellos, quizá avergonzados, callaban.
Entonces se sentó y,
llamando a los Doce, les dijo: Si alguien quiere ser el primero, hágase el
último de todos y servidor de todos. El Señor quiere enseñar a los que han de
ejercer la autoridad en la Iglesia, en la familia, en la sociedad, que esa
facultad es un servicio que se presta.
II. El Señor quiere enseñar
principalmente a los Doce cómo han de gobernar la Iglesia. Les indica que
autoridad es servir. Gobierno y obediencia no son acciones contrapuestas: en la
Iglesia nacen del mismo amor a Cristo. Se manda por amor a Cristo y se obedece
por amor a Cristo. La autoridad es necesaria en toda sociedad, y en la Iglesia
ha sido querida directamente por el Señor.
Cuando la autoridad no se
ejerce debidamente en una sociedad, se hace un gran daño a sus miembros: “Se
esconde una gran comodidad –y a veces una gran falta de responsabilidad- en
quienes, constituidos en autoridad, huyen del dolor de corregir, con la excusa
de evitar sufrimientos a otros. Se ahorran quizá disgustos en esta vida...,
pero ponen en juego la felicidad eterna –suya y de los otros- por sus
omisiones, que son verdaderos pecados” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja)
III. Se sirve al ejercer la
autoridad, como sirvió Cristo; y se sirve obedeciendo, como el Señor, que se
hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz (Filipenses 2, 8).
Y para obedecer hemos de
entender que la autoridad es un bien, un bien muy grande, sin el cual no sería
posible la Iglesia, tal como Cristo la fundó.
Para obedecer hemos de ser
humildes, pues en cada uno de nosotros existe un principio disgregador, fruto
amargo del amor propio, herencia del pecado original, que en ocasiones puede
encontrar una excusa para no someter gustosamente la voluntad ante un mandato
de quien Dios ha puesto para conducirnos a Él.
Acudamos al amparo de
Nuestra Madre Santa María, que quiso ser Ancilla Domini, la Esclava del Señor.
Ella nos enseñará que servir –tanto al ejercer la autoridad como al obedecer-
es reinar (CONCILIO VATICANO II, Lumen gentium)
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org