CON JESÚS
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Dominio público |
Entonces él les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondiendo
Pedro, le dice: «Tú eres el Cristo». Y les ordenó que no hablasen a nadie sobre
esto.
Y comenzó a enseñarles que el Hijo del Hombre debía padecer mucho, ser
rechazado por los ancianos, por los príncipes de los sacerdotes y por los
escribas, y ser muerto, y resucitar después de tres días. Hablaba de esto
abiertamente. Pedro, tomándolo apane, se puso a reprenderle. Pero él,
volviéndose y mirando a sus discípulos, increpó a Pedro y le dijo: «¡Apártate
de mí, Satanás!, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres».
Y llamando a la
muchedumbre junto con sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos
de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su
vida, la perderá; pero el que perdiera su vida por míy por el Evangelio, la
salvará». (Mc 8, 27-35)
I. En el Evangelio vemos a Jesús que hace una
encuesta, “preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?» Ellos
le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los
profetas.» Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?» Pedro le
contestó: «Tú eres el Mesías.»”, el enviado por Dios, el ungido, el que viene a
salvarnos. Es una expresión hermosa de nuestra fe, la que hace Pedro.
Pero
todavía es débil. Lo que pasa es que pensaban entonces que quería decir un guerrero,
por eso se inventa un nombre (el “hijo del Hombre”) para que piensen que
viniendo de Dios, era también el “siervo de Yavhé” sufriente, y les dice Jesús:
“«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los
ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres
días.»”
Les
dice dos cosas: que era el Hijo de Dios de la profecía de Daniel (que venía del
cielo) pero que tenía que sufrir, y esto provoca la protesta del jefe de filas:
“Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y,
de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú
piensas como los hombres, no como Dios!» Después llamó a la gente y a sus
discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí
mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la
perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»”
-El
Hijo del Hombre sufriente: Comienza una nueva revelación, que ha de morir en la
cruz por nosotros, y que nosotros también hemos de tomar la cruz de cada día,
pequeñas mortificaciones, no ser caprichosos, levantarnos puntuales, cosas que
ayuden a los demás como hacer pequeños servicios o encargos en casa, obedecer a
la primera, hacer los deberes o estudiar cuando toca, sonreír cuando nos
cuesta, y ofrecer esas pequeñas cosas, como un sacrificio.
A
veces nos costará tener buen carácter, dejar los problemas del trabajo fuera de
la casa, como aquel que se imaginaba que los colgaba de un árbol que tenía en
el jardín, para estar con la familia con
buen humor. Hoy te pido, Señor, tener la mortificación de la sonrisa.
Que no me enfade, o me desenfade enseguida, con la sencillez del niño, que
olvida enseguida los enfados para volver a sus juegos, porque a veces me quedo
como “encasquillado”, primero me enfado y luego al darme cuenta de la tontería
me enfado por haberme enfadado.
Quiero
arreglar las faltas de amor con actos de amor, sin darle vuelta a las cosas...
Unidos al sacrificio de Jesús, eso tiene mucho valor, que podemos meter en el
banco de la comunión de los santos, que es como un banco de sangre espiritual,
para ayudar a los que están sufriendo en tantos lugares del mundo, o para
interceder para que no haya guerras, o no mueran de hambre, o las almas del
purgatorio vayan al cielo…
II. Isaías cantaba un poema del siervo de Yahvé,
imagen de Jesús, desterrado y azotado, escupido y abofeteado, que supo
obedecer, supo aguantar como Jesús ante Pilato: “yo no resistí ni me eché atrás:
ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi
barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por
eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo
que no quedaría defraudado.
Tengo
cerca a mi defensor… el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?” Así hemos de
hacer cuando sentimos las violencias físicas, podemos completar lo que falta a
la pasión de Cristo. Y en medio del sufrimiento el siervo experimenta la ayuda
de Dios, que lo hace más fuerte que el dolor. Por eso practica la no
resistencia a través del sufrimiento: confía sólo en Dios, que está con él.
"...A quien te golpee la mejilla... ofrécele la otra..." como hizo
Jesús, «siervo de Dios»: «porque el Hijo del hombre no ha venido para que le
sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos».
Hoy
cantamos el Salmo que los judíos cantan al acabar la comida de Pascua, pues
recuerda la liberación de la esclavitud de Egipto. Cómo Dios los ayudó a escapar del grave peligro: Israel era
prisionero en las redes del terrible faraón, sin ninguna libertad, se sentía
muy "pequeño y débil" y "gritó". Y Dios lo escuchó y lo
liberó a Israel, y lo hizo entrar en la "tierra del reposo", "la
tierra de los vivos"... en que se vive a gusto: “Caminaré en presencia del
Señor en el país de la vida”, pero podemos pensar que es el cielo, porque “Amo
al Señor, porque escucha mi voz suplicante, porque inclina su oído hacia mí el
día que lo invoco”.
Y
así podemos rezar cuando nos vemos en peligro nosotros, Dios viene y nos saca
del pozo: “Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo,
caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor: «Señor, salva mi
vida»”. Y es que “El Señor es benigno y justo, nuestro Dios es compasivo; el
Señor guarda a los sencillos: estando yo sin fuerzas, me salvó. Arrancó mi alma
de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída.” Por eso me
propongo desde hoy: “Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida”.
Jesús
cantó la tarde del Jueves Santo este salmo al instituir la Eucaristía:
"Amo al Señor... Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del
Abismo, caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor: `¡Señor, salva
mi vida!'» y es que Jesús se preparaba a morir por mí… Me acerco a este salmo
con profunda reverencia…
III. Santiago dice: “¿De qué
le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras?” Está
claro, es como al ver un perro que se
mueve, sabemos que está vivo. “¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que
un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno
de vosotros les dice: «Dios os ampare; abrigaos y llenaos el estómago», y no
les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Esto pasa con la fe: si no
tiene obras, por sí sola está muerta”
O
sea que si yo no tengo amor a los demás mi fe es como si estuviera muerta…
entiendo que si no me ocupo de un necesitado y digo que amo a Dios es que es
todo de boquilla pero no de verdad... “Alguno dirá: «Tú tienes fe, y yo tengo
obras. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe.»” Es
aquello de que por sus frutos los conoceréis…
Virgen
Santa, Madre mía, ayúdame a que mi fe sea viva, llena de amor y esperanza.
Ayúdame a rezarle ahora de corazón esta oración a tu Hijo:
Señor, ayúdame a servir
Jesús,
quiero
seguir tu camino.
Vivir
alegre y dispuesto
para
servir a mis hermanos.
En
el lugar que me pidas.
En
mi familia,
con
mis amigos,
en
la escuela,
en
el club o en el barrio.
Quiero
vivir atento
a
las necesidades de los demás.
En
especial muy atento
a
todas las personas que sufren.
Quiero
ser como Tú,
servidor
de todos.
Ayúdame
a lograrlo.
(Marcelo
Muría)
Llucià Pou Sabaté
Fuente: Almudi.org