En Venezuela teníamos una relación hermosa y pensábamos en la llegada de ese momento de consolidar la unión casándonos
“Mi novia llegó hace varios meses a Perú y
estamos bien, gracias a Dios; pero la verdad es que uno soñó con casarse y
formar un hogar, con tener una familia y hacer las cosas de la manera correcta
como lo enseña la Iglesia. Hasta que nuestro sueño se frustró…
En
Venezuela teníamos una relación hermosa y pensábamos en la llegada de ese
momento de consolidar la unión casándonos, pero la situación del país era
insostenible y llegamos a un punto de supervivencia.
No
teníamos la manera de comprar una nevera, un televisor, ropa o cosas más
elementales: ¡nada que ver con eso!; a duras penas, podíamos adquirir los
alimentos.
Y
la única solución a la grave crisis del país era que alguno de los dos saliera.
Ya luego una pareja se llevaría a la otra. “De manera que sin quererlo
terminamos incurriendo en una vida de concubinato, que no es lo que manda la
Iglesia, sino lo que muchas veces toca”.
Entonces, hay quienes dicen:
¡Vamos a casarnos, pero en el extranjero! Y la verdad es que surgen muchas
cosas que no cuadran: lo haremos sin la familia, en un país
distinto al nuestro; lo haremos sin amigos y sin el calor de hogar.
Es un sentimiento difícil de
afrontar, y más para las mujeres, que –al menos en Latinoamérica- tienen esa
ilusión bonita de ir al altar con su novio para jurar el amor, “hasta
que la muerte nos separe”.
Ése es el tema… “Hay
mucha gente casada en la Iglesia pero hay quienes hemos visto nuestros sueños
frustrados en cierto punto debido a la situación del país”.
“No
teniendo acceso a comida, salud, trabajo o educación en Venezuela, uno parte
hacia otras tierras para no ver morir su juventud en vano, ¡y acaba también por
sacrificar la posibilidad de formar un hogar como Dios manda!”
El de Yosert no es un caso
aislado, sino la historia real de miles de parejas de jóvenes que como él
partieron de la nación sudamericana huyendo de una crisis humanitaria sin
precedentes.
Salieron del país convencidos de que todo
sería mejor, pero también en lo espiritual tendrán que afrontar nuevas,
particulares y complejas dificultades.
Habla con angustia, nostalgia y
tristeza. Admite que su partida abrupta “y el cambio radical de nuestras
circunstancias hizo que el plan de Dios se viera afectado tocando negativamente
muchas vidas”.
Además de familias separadas por
la distancia tras la migración forzada de una parte fundamental del grupo por
razones de subsistencia, nuevos escenarios, preocupaciones y realidades se van
descubriendo en historias que muchachos como este venezolano le cuentan a Aleteia desde
Perú.
Teníamos una relación en Venezuela
y estaba en nuestra mente y nuestro corazón el deseo sincero de casarnos y
formar un hogar, pero acá no hay forma de hacerlo.
“Se está viendo muchísimo. Son
novios, no convivían, salen al extranjero y terminan conviviendo. Les cuesta
adaptarse. Y es que la mayoría de los jóvenes como yo se está yendo del país
con su novia, no con sus amigos; por lo menos una gran parte de los venezolanos
que emigran”.
Se
trata de “una población que está entrando a una vida matrimonial no planificada
como consecuencia de una situación que ‘¡nos tocó asumir!’ La desesperación
ante las dificultades en Venezuela es tal que decimos: vámonos del país, y ya,
¡pero no tomamos en consideración la responsabilidad de formar un hogar!”.
Yosert es ingeniero industrial.
Estuvo a cargo de una subgerencia en Venezuela antes de partir. Ganaba tres
veces un salario mínimo, pero la hiperinflación de la nación sudamericana hacía
polvo sus ingresos.
Vive en Perú, en una zona “particularmente
lejana de la capital, donde ya casi no hay oportunidades y sí demasiados
venezolanos, algunos de los cuales nos dejan mal parados”.
Es emprendedor y daba catequesis
para niños en el estado Carabobo en su país natal. Ahora casi no tiene
oportunidad de ir ni siquiera a misa. Y cuando va lo hace solo, porque tampoco
coincide con su novia, que trabaja como “buhonera”.
Él partió en bicicleta
realizando escalas, con apenas una mochila encima, con título pero sin
apostillar, y muchas ganas. Tardó “un montón” en
recorrer los más de 4300 kilómetros para llegar.
Cumplió su promesa: reunió y
envió el dinero para que ella pudiera pagar el pasaje y reencontrarse. El peso
sobre los hombros de este jovencito convertido en adulto por las
circunstancias, resiste la carga de mucho más que un morral.
No obstante, conserva la ilusión
de seguirse organizando, convencido de que “en la Cruz se encuentran las fuerzas
también para luchar y sonreír”. Su novia, más optimista que él, le pide a
Dios que les conceda la alegría de casarse. Por ahora, tendrán que esperar,
pues ¡no hay tiempo, dinero… ni familia!
Carlos
Zapata
Fuente:
Aleteia