MEDITACIÓN DIARIA: DOMINGO DE LA SEMANA 20 DEL TIEMPO ORDINARIO

PRENDA DE VIDA ETERNA

Dominio público
I.
La Sagrada Comunión es ya un adelanto del Cielo y garantía de alcanzarlo.

II. La Sagrada Eucaristía es también prenda de la futura glorificación del cuerpo.

III. Mientras nos dirigimos hacia la casa del Padre, nuestras debilidades deben llevarnos a buscar fortaleza en la Comunión.

“En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: -Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. 

Disputaban entonces los judíos entre sí: -¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Entonces Jesús les dijo: -Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre” (Juan 6,51-59).

I. La Sagrada Eucaristía, además de ser alimento del alma en su camino hacia Dios, es prenda de vida eterna y anticipo del Cielo. Prenda es la señal que se entrega como garantía del cumplimiento de una promesa (M. MOLINER, Diccionario del uso del español) La Comunión, como alimento del alma, aumenta la vida sobrenatural del hombre; a la vez y como consecuencia, da defensas para resistir a lo que en nosotros no es de Dios, aquello que se opone a la unión plena con Cristo.

Ayuda a combatir la inclinación al mal y fortalece contra el pecado; aumenta la alegría que procede de Dios, el fervor y la fidelidad a la propia vocación. Al encender la caridad y despertar la contrición por nuestras faltas, borra los pecados veniales de los que estamos arrepentidos y preserva de los mortales. En la Comunión tenemos ya un adelanto de la vida gloriosa y la garantía de alcanzarla, si no traicionamos la fidelidad al Señor.

II. Yo soy la Resurrección y la Vida, el que cree en Mí, aunque haya muerto vivirá, y todo el que vive y cree en Mí no morirá para siempre. (Juan 11, 25) Los Padre de la iglesia llaman a la Comunión “medicina de la inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir por siempre en Jesucristo” (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Efesios).

La Eucaristía es garantía de la futura resurrección y actúa como semilla de la futura glorificación del cuerpo y lo alimenta para la incorruptibilidad de la vida eterna. Siembra en el hombre un germen de inmortalidad, pues la vida de la gracia se prolonga más allá de la muerte. Si alguna vez nos entristece el pensamiento de la muerte, debemos pensar, llenos de esperanza que más allá sigue la vida del alma y un poco más tarde la acompañará el cuerpo, que será también glorificado.

III. Es pequeño el espacio que nos separa de la vida definitiva junto a Dios, y las posibilidades de dejarse arrastrar por un ambiente que no conduce al Señor son abundantes. San Pablo nos invita (Efesios 5, 15-20) a aprovechar bien el tiempo, el que nos toca vivir; más aún, hemos de recuperar el tiempo perdido.

Cristo en la Sagrada Comunión, nos enseña a contemplar el presente con una mirada de eternidad, y ahí encontramos las fuerzas necesarias para recorrer el camino que todavía nos falta hasta llegar a la casa del Padre; “es para nosotros prenda eterna, de manera que ello nos asegura el Cielo”.

Cuando recibimos la Sagrada Comunión le pedimos al Señor, la fuerza para recorrer con garbo humano y sobrenatural nuestro camino en la tierra, con la mirada puesta en la meta.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Fuente: Almudi.org