PRENDA DE VIDA ETERNA
II. La Sagrada Eucaristía es también prenda de la futura glorificación del
cuerpo.
III. Mientras nos dirigimos hacia la casa del Padre, nuestras debilidades
deben llevarnos a buscar fortaleza en la Comunión.
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a los judíos: -Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de
este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida
del mundo.
Disputaban entonces los judíos entre sí: -¿Cómo puede éste darnos a
comer su carne? Entonces Jesús les dijo: -Os aseguro que si no coméis la carne
del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que
come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el
último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El
que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. El Padre que vive
me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá
por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres,
que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre” (Juan
6,51-59).
I. La Sagrada Eucaristía,
además de ser alimento del alma en su camino hacia Dios, es prenda de vida
eterna y anticipo del Cielo. Prenda es la señal que se entrega como garantía
del cumplimiento de una promesa (M. MOLINER, Diccionario del uso del español) La
Comunión, como alimento del alma, aumenta la vida sobrenatural del hombre; a la
vez y como consecuencia, da defensas para resistir a lo que en nosotros no es
de Dios, aquello que se opone a la unión plena con Cristo.
Ayuda
a combatir la inclinación al mal y fortalece contra el pecado; aumenta la
alegría que procede de Dios, el fervor y la fidelidad a la propia vocación. Al
encender la caridad y despertar la contrición por nuestras faltas, borra los
pecados veniales de los que estamos arrepentidos y preserva de los mortales. En
la Comunión tenemos ya un adelanto de la vida gloriosa y la garantía de
alcanzarla, si no traicionamos la fidelidad al Señor.
II. Yo soy la Resurrección
y la Vida, el que cree en Mí, aunque haya muerto vivirá, y todo el que vive y cree
en Mí no morirá para siempre. (Juan 11, 25) Los Padre de la iglesia llaman a la
Comunión “medicina de la inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir
por siempre en Jesucristo” (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Efesios).
La
Eucaristía es garantía de la futura resurrección y actúa como semilla de la
futura glorificación del cuerpo y lo alimenta para la incorruptibilidad de la
vida eterna. Siembra en el hombre un germen de inmortalidad, pues la vida de la
gracia se prolonga más allá de la muerte. Si alguna vez nos entristece el
pensamiento de la muerte, debemos pensar, llenos de esperanza que más allá
sigue la vida del alma y un poco más tarde la acompañará el cuerpo, que será
también glorificado.
III. Es pequeño el espacio
que nos separa de la vida definitiva junto a Dios, y las posibilidades de
dejarse arrastrar por un ambiente que no conduce al Señor son abundantes. San
Pablo nos invita (Efesios 5, 15-20) a aprovechar bien el tiempo, el que nos
toca vivir; más aún, hemos de recuperar el tiempo perdido.
Cristo
en la Sagrada Comunión, nos enseña a contemplar el presente con una mirada de
eternidad, y ahí encontramos las fuerzas necesarias para recorrer el camino que
todavía nos falta hasta llegar a la casa del Padre; “es para nosotros prenda eterna,
de manera que ello nos asegura el Cielo”.
Cuando
recibimos la Sagrada Comunión le pedimos al Señor, la fuerza para recorrer con
garbo humano y sobrenatural nuestro camino en la tierra, con la mirada puesta
en la meta.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org