Un
gesto litúrgico antiguo que se remonta a la Iglesia primitiva
Entonces,
es costumbre decir “paz” o “la paz sea contigo” y estrechar la mano o besar,
dependiendo de la costumbre del lugar, a aquellos más cercanos a nuestro lugar.
Lo interesante es que este gesto litúrgico tiene unas antiguas raíces y ha
formado parte de la misa desde los comienzos mismos.
El
simbolismo espiritual de este acto se encuentra en el Evangelio de Mateo,
cuando Jesús dijo: “Si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de
que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve
a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu
ofrenda” (Mateo 5, 23-24).
La
actual Instrucción General del Misal Romano confirma este
simbolismo y explica: “Sigue el rito de la paz, con el que la Iglesia implora
la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana, y con el que
los fieles se expresan la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de la comunión
sacramental” (IGMR 82).
La
comunidad cristiana primitiva asumió en su corazón las instrucciones de Jesús e
incorporó el acto en sus celebraciones de la Eucaristía.
Las Constituciones
Apostólicas, documento escrito en el siglo IV,
instruye que después de la Oración de los fieles, “el obispo saluda a la
asamblea diciendo: ‘La paz de Dios con todos ustedes’. El pueblo responde: ‘Y
con tu espíritu’. El diácono añade, dirigiéndose a todos: ‘Salúdense mutuamente
con el abrazo de la paz [o el ósculo o beso de la paz]’”.
Lo
que nosotros conocemos como “señal de la paz”, la Iglesia antigua llamaba
“ósculo o beso de la paz”. En la cultura mediterránea de entonces era (y sigue
siendo hoy) costumbre saludar a familia y amigos con un beso en la mejilla.
Este
gesto se encuentra a lo largo de la historia litúrgica de la Iglesia y desde
tiempos de san Gregorio Magno era considerado un prerrequisito para la
recepción de la Comunión.
Este
beso de paz se daba normalmente solamente a los que estaban al lado y más tarde
se desarrolló el hábito de que el beso de paz descendiera desde el sagrario y
se pasara al pueblo, simbolizando la paz que viene de Cristo. Esto se
consolidaría aún más cuando el sacerdote besaba primero el altar y luego pasaba
ese beso a los asistentes.
En
otros ritos de la Iglesia, el beso de la paz asumió formas diferentes. Joseph
Jungmann explica en The Mass of the Roman Rite [La misa del
Rito Romano] cómo “entre los sirios orientales es habitual estrechar la mano
del prójimo y darle un beso. Entre los maronitas, los fieles estrechan los
dedos del prójimo entre los suyos y luego se besan. Los coptos son aún más
reservados, simplemente hacen una inclinación ante el prójimo y luego tocan su
mano”.
En
el siglo XVII, el beso de la paz quedó restringido en el Rito Romano a
únicamente los presentes en el santuario y no se pasaba a los fieles en sus
bancas. A veces era habitual en el clero usar un “portapaz” (u osculatorium, tabula
pacis…), una placa de metal, madera, marfil, etc., con alguna imagen o
signos en relieve que cada ministro besaba y pasaba al siguiente.
Luego,
después del Concilio Vaticano II, la Iglesia tomó una nueva perspectiva en
relación a esta antigua costumbre y decidió restaurar la acción original de los
fieles, confiando a cada conferencia episcopal la tarea de determinar la señal
más apropiada a cada cultura.
La
señal de la paz es un acto de gran simbolismo destinado a
señalar la necesaria disposición del corazón para recibir la Santa Eucaristía.
Recuerda a los fieles que, para estar en total comunión con Cristo, primero
“amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu
espíritu y con todas tus fuerzas”, sin olvidar amar “a tu prójimo como a ti
mismo” (Marcos 12,30-31).
Philip
Kosloski
Fuente: Aleteia