Jesús bajó a los
infiernos pero no para liberar a los condenados
La diferencia entre estas dos realidades
es más clara en otras lenguas. Jesús pues no bajó al infierno, no estuvo en el
infierno. Él bajó (con su alma unida a su divinidad) sólo a los lugares
inferiores, a la morada de los muertos; descendió
a la profundidad de la muerte (Mt
12, 40; Rm 10, 7; Ef 4, 9).
Y descendió después de haber vencido a la
muerte, mediante su propia muerte, y al diablo “que tenía el poder de la
muerte” (Hb 2, 14).
¿Y a qué bajó Jesús a ese lugar que la
Biblia llama hades o sheol? Jesús antes
de resucitar baja a los lugares inferiores porque allí también tenía que ser
anunciada la obra de la redención: “Hasta a los muertos se ha
anunciado la Buena Nueva …” (1 P 4, 6).
Baja Jesús porque los muertos tendrán que
oír “la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán” (Jn 5, 25).
¿Qué muertos oirán la voz del Hijo de
Dios? Son quienes,
formando parte del Antiguo Testamento, creyeron en la futura venida de
Jesús como el Mesías de
Dios y reconocerán su voz.
Son los
justos que aguardaban a la redención, la salvación de Cristo
para poder acceder finalmente a la visión de Dios.
Concretamente estamos hablando, por
ejemplo, de los
profetas, de los patriarcas, entre otros. Jesús liberó a estos justos, que lo
esperaban como el Redentor tan anunciado y prefigurado en la Antigua Alianza; y
les abrió las puertas del cielo.
Este anuncio de Jesús es la última fase
de la misión de Jesús. La visita de Jesús a dichos lugares inferiores es el
pleno cumplimiento del anuncio de la salvación.
Todo lo anterior bien lo resume la
doctrina de la Iglesia: “La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (Flp 2,
10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo
después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la
visión de Dios (cf. Sal 6, 6; 88, 11-13).
Tal era, en efecto, a la espera del
Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (Sal 89, 49;1 S 28,
19;Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica, como lo
enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el “seno de Abraham”
(Lc 16, 22-26).
“Son precisamente estas almas santas, que
ESPERABAN A SU LIBERTADOR en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó
cuando descendió a los infiernos”.
Jesús no bajó a los infiernos para liberar
a los condenados ni para destruir el infierno de la condenación sino para
liberar a los justos que le habían precedido” (Catecismo, 633).
Fuente:
Aleteia