Ante la Eucaristía cuando
no sabes bien qué decir, te servirá para dejar de mirar tus defectos y
concentrarte en Cristo
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Cuando
descubres tus propias miserias, o las de tu familia, comunidad o país, consuela
mucho dirigirse a Dios y experimentar su misericordia y su amor
incondicionales. Pero no siempre es fácil este cambio de enfoque, de mí a Él.
Una buena opción para
intentarlo es ir a una iglesia y sentarse, o arrodillarse, delante de un
sagrario que guarde la Eucaristía, o una custodia en la que esté expuesta.
Te puede pasar que no
sepas qué decir, como le ocurrió al joven Hermano Rafael, un monje del
monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas (España), según expresa en esta
bella oración con la que es fácil sentirse identificado…
Oración
Señor, no sé qué hago
aquí….
Nada… pues nada sé hacer…
Quisiera rezar… no sé… pero no importa.
No rezo, porque no sé.
Señor, no sé qué hago aquí…, pero estoy contigo y eso me basta.
Y yo sé que estás aquí, delante de mí.
Señor, quisiera veros…
Pero ¿hasta cuándo, Señor?
¿Y mientras tanto? ¿Cómo podré resistir?
Soy débil, soy flojo, soy pecado, soy nada.
Pero Señor, quisiera veros, aunque sé que no lo merezco.
¡Cuántas veces me pongo delante de Ti,
mis primeros movimientos son de vergüenza.
Señor, Tú sabes por qué.
Pero después, Señor, ¡qué bueno sois!
Después de verme a mí, os veo a Vos
y entonces al contemplar vuestra misericordia que no me rechaza,
mi alma se consuela y es feliz.
Pensar que os ofendí y que a pesar de ello me amáis
y me permitís estar en vuestra presencia sin que vuestra justa ira me aniquile…
¡Señor, déjame llorar mis culpas,
pero dame un corazón grande, muy grande
para poder corresponder un poquito, aunque sea muy poquito,
al inmenso amor que me tenéis».
¿Quién era Rafael Arnáiz?
En realidad san
Rafael Arnáiz era un místico, pero tenía la capacidad de
expresar su unión con Dios de una manera muy cercana.
Sufrir diabetes le
obligó a llevar una vida de trapense un poco distinta a la de los demás: a
veces tenía que abandonar el monasterio y demandaba ciertas atenciones de su
comunidad.
Quizás esta enfermedad le
ayudó a comprender a fondo que la santidad no es perfeccionismo, y a mantener
una alegría y un sentido del humor excepcionales.
Patricia
Navas
Fuente: Aleteia