Si Dios pide algo de los hombres, lo hace para darnos a entender que
«necesita» de nosotros para llegar a donde nosotros no podemos con nuestros
medios
Se ha dicho que Dios no se
deja ganar en generosidad. Su gracia es siempre sobreabundante y desborda las
necesidades del hombre. Basta sólo pensar en la creación de la nada para vivir
en un asombro permanente ante la generosidad de Dios al crear los mundos y
desbordarnos con sus dones.
Los gestos milagrosos de
Jesús en el evangelio de Juan también lo presentan como el Mesías que nos trae
la abundancia de bienes, como habían anunciado los profetas. En este domingo,
la Iglesia lee el relato de la multiplicación de panes y peces según el cuarto
evangelio.
Ante una multitud de unos
cinco mil, contando sólo los hombres, Jesús pregunta a sus discípulos qué hacer
para darles de comer. Estos se sienten incapaces pues carecen del dinero necesario.
Andrés, el hermano de Pedro, le dice a Jesús que hay un muchacho que tiene
cinco panes y dos peces, cantidad insuficiente para una multitud. Jesús da la
orden de que sienten para comer y realiza el milagro. Fue repartiendo el pan y
dando de los peces todo lo que quisieron.
Si leemos con atención este
relato y el discurso del pan de vida que le sigue, nos daremos cuenta de que la
intención del evangelista es presentarlo como un anticipo de la eucaristía.
Jesús no ha venido a saciar a los hombres con el pan material. Por eso, cuando
se da cuenta de que, por haber saciado el hambre de la multitud, quieren
hacerlo rey, se retiró él solo a la montaña. No han entendido su mensaje, que
explicará más tarde.
En el Antiguo Testamento hay
un relato, mucho más escueto, que narra un milagro parecido del profeta Eliseo.
Se trata de una multiplicación de panes de cebada, veinte en concreto, que
multiplicó para dar de comer a cien hombres. Los dos relatos se leen en la
liturgia de este domingo con una intención pedagógica muy clara. Por una parte,
se quiere subrayar que Cristo es el cumplimiento y la superación de la
Escritura. Él nos trae la sobreabundancia del Mesías. Con menos panes y dos
peces hace más que Eliseo.
Este dio de comer a cien
personas; Jesús a más de cinco mil. De Eliseo no se dice que lo hiciera él
mismo, sino Dios que actuaba por medio de él. Jesús lo hace él mismo,
repartiendo los panes y dando de los peces. Aunque en ambos milagros se dice
que sobró, Juan afirma que con las sobras de los cinco panes llenaron doce
canastas.
Este contraste entre lo que
hace un profeta afamado, como Eliseo, y Jesús subraya que Dios, en su Hijo, se
muestra como «el derrochador más despreocupado», según dice un teólogo. San
Pablo dirá que Dios en Cristo nos ha bendecido y enriquecido con toda clase de
bienes. Es la sobreabundancia divina en acto, capaz de tomar lo poco que
tenemos para devolvérnoslo multiplicado con medida superior al ciento por uno.
Cuando Jesús parta el pan y
entregue el cáliz en la última cena, comprenderemos hasta qué punto Dios
derrocha sus bienes con los hombres. Dios no tiene medida en la donación de sí
mismo, puesto que la medida es su propio Hijo, infinito como el Padre. Dios es
pura donación. Y si pide algo de los hombres, lo hace para darnos a entender
que «necesita» de nosotros para llegar a donde nosotros no podemos con nuestros
medios. Si pide mi tiempo, mis manos y mis pies, mis medios, es para mostrar su
capacidad infinita de amar y enseñarnos a colaborar con él aprendiendo a
derrochar también nosotros los bienes, muchos o pocos, que tengamos.
Así lo han hecho los santos
que se han fiado del Dios capaz de transformar nuestra pobreza en un
inconcebible derroche de amor. Por eso, Jesús manda que se recojan todas las
sobras para darnos a entender que no se puede desperdiciar nada que viene de
él. Siempre habrá algún necesitado que pueda beneficiarse de su amor.
+ César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia