Varias parroquias madrileñas se han ofrecido a la
Vicaría de Pastoral Social e Innovación para abrir sus puertas, como pidiera el
Papa y tantas veces ha recordado el arzobispo Osoro
Los nuevos inquilinos de la parroquia de Nuestra Señora de las Angustias, a la hora del desayuno. Foto: Parroquia de Ntra. Sra. de las Angustias |
Desde hace poco más de una semana, diez inmigrantes que fueron arrojados en
Madrid por diversas instituciones tras llegar a centros de acogida saturados en
varias provincias del sur, comen y duermen en un local de la parroquia de
Nuestra Señora de las Angustias.
Ante la respuesta de «lleno total» que daba la
Administración pública madrileña a su petición de dormir bajo techo, no les
quedó más remedio que dormir en la calle. Hasta que llegó la Iglesia.
Tenía solo 18 años cuando
salió de Costa de Marfil, hace ahora un año.
—Tuve que salir a causa de
la miseria.
Pasó por Mali, Níger y
Argelia.
—Gracias a que había
ahorrado algo de dinero antes de marcharme de mi país, pude hacer el trayecto
en coche.
Eso no le libró de los
bosques de Nador, en Marruecos. Su último destino antes de dar el ansiado salto
a España.
—No tenía ni para comer.
Fue muy duro estar allí.
El 22 de junio, hace apenas
15 días, llegó en patera a Almería, donde fue a parar directo a una comisaría.
—Al liberarme, se
deshicieron de mí. Me dijeron que no había plazas en ningún sitio. Me dejaron
en la calle.
Fue la Cruz Roja la que le
pagó el transporte hasta Madrid. A él y a otros compañeros. Ya en la capital
durmió dos días en la calle hasta que un paisano suyo, otro costamarfileño, le
llevó hasta el Servicio Capuchino para el Desarrollo (SERCADE), miembro de la
Mesa por la Hospitalidad de la Archidiócesis de Madrid, y que cuenta con un
centro de atención a inmigrantes en la céntrica calle Lope de Vega. Desde allí,
llegó hace apenas una semana a la parroquia Nuestra Señora de las Angustias.
—Ahora vivo en la iglesia,
y estoy muy contento. La gente es adorable.
Lo corrobora su compañero
camerunés, de 26 años. Llegó a la capital con otras siete personas, esta vez
desde Algeciras, donde vivió la misma rutina que su amigo: llegada, comisaría y
a la calle.
—Cuando llegamos a Madrid
llamamos al Samur, pero nos dijeron que estaba todo lleno. No podían ayudarnos,
solo nos indicaron los lugares donde podíamos encontrar a otros paisanos.
Gracias a ellos pasa las
noches en la parroquia, cerca de la estación de tren de Atocha.
—Estoy durmiendo en la
iglesia, me siento agradecido sobre todo cuando pienso que hay otros hermanos
pasando la noche en la calle.
Como estos dos jóvenes,
otros ocho inmigrantes subsaharianos arrojados en Madrid, ante
la respuesta de «lleno total» de las instituciones, han podido dejar de dormir
en la calle gracias a la alargada sombra que ha generado la Mesa por la
Hospitalidad creada en 2015 por el cardenal Osoro, tras «el aldabonazo que nos
dio a todos el efecto Aylan Kurdi», asegura el delegado de Migraciones, Rufino
García Antón.
Las parroquias se van
animando a abrir sus puertas
Varias parroquias
madrileñas se han ofrecido a la Vicaría de Pastoral Social e Innovación para
abrir sus puertas, como pidiera el Papa y tantas veces ha recordado el
arzobispo Osoro. Muchas de las conclusiones del Plan Diocesano de
Evangelización (PDE) han tenido como destinatarios los migrantes y refugiados.
Parroquias como Nuestra Señora de las Rosas, la Sagrada Familia o Santa María
de Martala han ofrecido sus instalaciones para acoger a refugiados; San Ignacio
de Loyola de Torrelodones colabora con una casa de acogida de Cruz Roja, y el
arciprestazgo de Embajadores tiene un centro de integración de inmigrantes.
Pero la pionera fue la de las Angustias. «Desde la Vicaría de Pastoral Social y
la Mesa por la Hospitalidad nos pidieron ayuda y no podíamos negarnos. Es una
actitud de la parroquia que viene de lejos, por eso la comunidad se está
volcando», asegura Lucas Cano, el párroco.
Todo comenzó hace un mes
aproximadamente: se necesitaban parroquias con disponibilidad humana y
logística. «Aquí tenemos un local que durante un tiempo se habilitó como centro
de día para personas mayores, después para talleres ocupacionales… y vimos que
en la sala grande podíamos meter diez camas. Además, tiene sala de comedor, una
cocina y dos habitaciones pequeñas», explica Luis Valle, fiel de la parroquia y
uno de los responsables del proyecto. Dicho y hecho: «Localizamos camas
corriendo, habilitamos el espacio de un día para otro y buscamos voluntarios
para hacer, cada noche, la cena para doce personas.
Además, hay un pequeño
equipo de cuatro personas que se encargan de que siempre haya café, té,
galletas, leche, zumos… y todo lo que necesiten de útiles de higiene». Dos
personas se quedan cada noche a dormir con los diez inmigrantes, que llegaron
hace ya una semana. De momento, el recurso es para la noche. «Los chicos se van
a las nueve de la mañana aproximadamente, después de desayunar, y vuelven a las
nueve de la noche», afirma Valle.
Durante la mañana, es
SERCADE quien se encarga de gestionar la actividad de los muchachos. Xabier
Parra, coordinador de la institución, recalca que el paso adelante dado por la
parroquia «es absolutamente positivo, no solo por las consecuencias en el bienestar
de quienes están siendo acogidos, sino por la calidez en la respuesta, la
participación comunitaria y la dignidad que desprende cada gesto».
Los fieles, volcados
De momento, cada noche se
ha encargado una familia de la cena, que requiere menú especial, puesto que la
mayoría de los nuevos vecinos son musulmanes. «Las familias hacen en sus casas
comida sencilla y la traen cada noche. Tenemos hasta un pequeño grupo de email
para dar instrucciones», señala el coordinador. Esta respuesta positiva no pasa
desapercibida para los inmigrantes, que «están contentos, tranquilos y muy
agradecidos».
No hay fecha de salida,
sino que la marcha será «cuando encuentren algo mejor o tengan conocimiento
suficiente para poder desenvolverse». O cuando la Administración pública no los
deje durmiendo en la calle. Y mientras eso ocurre, los demás «aprendemos que no
podemos tener miedo a compartir, porque lo que tenemos es para todos», recalca
el párroco de las Angustias. «Nos sobran recursos materiales, esa es la verdad,
y si no se pueden recibir a diez, seguro que sí a cinco o a dos. Lo importante
es que lo que predicamos cada domingo lo pongamos en práctica», añade. «Todas
las comunidades estamos en una situación privilegiada para hacer esto: tanto
colegios como congregaciones, parroquias, casas a medio utilizar… solo hay que
romper los miedos y no dejarnos saturar por la actividad diaria, que nos come».
Para el delegado de
Migraciones, «este sustrato importante de sensibilidad» que se va viendo en la
Iglesia en Madrid «tiene que ir en incremento. Además, en dos niveles: tanto en
la respuesta inmediata ante el requerimiento como en la respuesta cotidiana, en
el día a día».
Cristina Sánchez Aguilar
Fuente: Alfa y Omega