250 JÓVENES CRISTIANOS Y MUSULMANES PARTICIPAN EN UN FIN DE SEMANA DE AMISTAD EN TAIZÉ

Nural, de Malasia, creció en un pueblo donde no había cristianos. Ahora que estudia en Reino Unido ha convivido con bastantes, pero no hablaban de su fe y ella seguía teniendo muchos prejuicios. Todo ha cambiado este fin de semana, en Taizé

Foto: Taizé
Franck, un camerunés de 26 años, llegó el jueves pasado a Taizé de una forma poco común: en bicicleta desde París, donde estudia. Viajaba en compañía de otros nueve estudiantes que trabajan en Cáritas Joven, una rama de Cáritas Francia que reúne a unos 10.000 jóvenes.

En el grupo de ciclistas había voluntarios cristianos y musulmanes, que Franck considera ya «como de la familia». Precisamente viajaban hasta Taizé para participar en la segunda edición del Fin de Semana de Amistad organizado por la comunidad ecuménica para propiciar el diálogo entre jóvenes de ambas religiones, que acabó el domingo. Este año, el tema era Vida interior y amistad.

La idea de abrir una vez al año los encuentros entre cristianos a jóvenes musulmanes surgió «por nuestro contacto con varias personas y grupos comprometidos con el diálogo interreligioso», explica el hermano Jasper, portavoz de la comunidad.

Ante el reto cada vez más apremiante que supone el diálogo con el islam, continúa, «para nosotros era importante hacer algo, aunque fuera algo pequeño. No podíamos estar inactivos. Tal vez no haya sido un paso tan grande, puesto que tenemos una larga tradición de unir gente».

Coexisten, pero no comparten

En esta segunda edición, 250 jóvenes han respondido a la llamada de la comunidad fundada por el hermano Roger Schutz. «Unos pocos ya conocían Taizé, muchos más fueron invitados por alguien que conocía Taizé, y otros participan en iniciativas de diálogo entre las dos religiones en sus ciudades, y se enteraron por esta vía», explica el hermano Jasper.

Entre los jóvenes musulmanes estaba Nural, una joven malasia de 22 años que está estudiando en el Reino Unido. Curiosamente, acudió con algunos otros estudiantes musulmanes, pero también varios ateos. Su clase –explica a Alfa y Omega– es muy internacional, así que está acostumbrada a tratar con jóvenes cristianos y de otras religiones.

Sin embargo, reconoce que no suele hablar con ellos de su fe. «Venir a Taizé me pareció una buena oportunidad para conocerlos más. Me ha gustado la diversidad que hay aquí, y la posibilidad de compartir con personas de orígenes muy distintos».

Lo mismo le ocurre a Franck, cristiano, con los musulmanes. De hecho, estuvo viviendo una temporada con una familia musulmana. Para él, el intercambio más profundo sobre la fe comenzó durante los cinco días de viaje en bicicleta hasta la pequeña localidad de la Borgoña francesa.

Le pareció muy curioso, por ejemplo, que «los cristianos de Eritrea bendicen la comida de forma muy parecida a los musulmanes, y tampoco comen cerdo. ¡También me sorprendió mucho que los musulmanes que hemos conocido hicieran tantas preguntas!».

Espiritualidad, servicio… y cocina

La estructura del encuentro ha sido bastante parecida a la de las semanas en Taizé, con la particularidad de que durante las tres oraciones diarias también se habilitó una sala grande para la oración de los participantes musulmanes. A lo largo de los cuatro días que duró el encuentro, clérigos y personas de ambas religiones compartieron con los jóvenes su experiencia de Dios, cómo la vida interior puede ayudar en medio de los conflictos, el servicio a los pobres como catalizador de la amistad y el diálogo –este testimonio lo dieron algunos de los jóvenes musulmanes que viajaron con Franck–, el discernimiento de la vocación de Dios para la propia vida, o sus iniciativas en defensa de los derechos de la mujer.

Incluso hubo tiempo para la poesía, y para un taller de cocina impartido por un cristiano occidental, otro oriental, un musulmán chiíta y otro sunita. En estos talleres participó, por ejemplo, Ousama Nabil, director del Observatorio de la Universidad de Al Azhar para Contrarrestar el Terrorismo.

A Nural, el fin de semana le ha servido para superar algunos prejuicios que tenía sobre los cristianos, fruto de haber crecido en un pequeño pueblo de Malasia donde no había personas de esta religión. «Me preguntaba por qué creían en Jesús y no en Mahoma –recuerda–. Ahora que conozco a algunos cristianos, no me parece tan extraño. También he aprendido las diferencias entre las distintas iglesias. Creo que a partir de ahora mi actitud hacia ellos va a cambiar».

Este cambio de actitud hacia el otro hace mucha falta, añade Franck. «Los cristianos que nunca se han interesado por un musulmán siempre van a tener prejuicios», concluye.

María Martínez López

Fuente: Alfa y Omega