OBRAS SON AMORES: APOSTOLADO
II. Obras son amores y no buenas razones. La vida interior se expresa
en realidades concretas.
III. El amor a Dios se manifiesta en un apostolado alegre y lleno de
iniciativa.
«Al día siguiente,
cuando salían de Betania, sintió hambre. Al ver de lejos una higuera que tenía
hojas, se acercó por si encontraba algo en ella, y cuando llegó no encontró más
que hojas, pues no era tiempo de higos. E increpándola, dijo: Nunca jamás coma
nadie fruto de ti. Y sus discípulos lo estaban escuchando.
Por la mañana, al pasar vieron que la higuera se había secado de raíz. Y
acordándose Pedro, le dijo. “Rabbí, mira, la higuera que maldijiste se ha
secado.” Jesús les contestó: “Tened fe en Dios. En verdad os digo que
cualquiera que diga a este monte: Arráncate y échate al mar sin dudar en su
corazón, sino creyendo que se hará lo que dice, le será concedido. Por tanto os
digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo recibisteis y se os
concederá. Y cuando os pongáis de pie para orar perdonad si tenéis algo contra
alguno, a fin de que también vuestro Padre que está en los Cielos os perdone
vuestros pecados”. (Marcos 11, 12-14, 20-26)
I. Salió Jesús de Betania
camino de Jerusalén, que distaba pocos kilómetros, y sintió hambre, según nos
dice San Marcos en el Evangelio de la Misa. Es una de tantas ocasiones en que
se manifiesta la Santísima Humanidad de Cristo, que quiso estar muy próximo a
nosotros y participar de las limitaciones y necesidades de la naturaleza humana
para que aprendamos nosotros a santificarlas. El Evangelista nos indica que vio
Jesús una higuera alejada del camino y se acercó a ella por si encontraba algo
que comer, pero no halló más que hojas, pues no era tiempo de higos. La maldijo
el Señor: Nunca jamás coma nadie fruto de ti.
Volvieron
de nuevo aquel día, ya tarde, de Jerusalén a Betania; probablemente Jesús se
hospedaba en casa de aquella familia amiga donde era siempre bien recibido: la
casa de Lázaro, de Marta y de María. Y a la mañana siguiente, cuando se
dirigían a la ciudad santa, todos vieron que la higuera se había secado de
raíz. Jesús sabía bien que no era tiempo de higos y que la higuera no los
tenía, pero quiso enseñar a sus discípulos, de una forma que jamás olvidarían,
cómo Dios había venido al pueblo judío con hambre de encontrar frutos de
santidad y de buenas obras, pero no halló más que prácticas exteriores sin
vida, hojarasca sin valor. También aprendieron los Apóstoles en aquella ocasión
que todo tiempo debe ser bueno para dar frutos. No podemos esperar
circunstancias especiales para santificarnos.
Dios
se acerca a nosotros buscando buenas obras en la enfermedad, en el trabajo
normal, igual en situaciones en que se nos acumulan muchos quehaceres como
cuando todo está ordenado y tranquilo, tanto en momentos de cansancio como en
días de vacaciones, en el fracaso, en la ruina económica si el Señor la permite
y en la abundancia... Son precisamente esas circunstancias las que pueden y
deben dar fruto; distinto quizá, pero inmejorable y espléndido. En todas las
circunstancias debemos encontrar a Dios, porque Él nos da las gracias
convenientes. «También tú -comenta San Beda- debes guardarte de ser árbol estéril,
para poder ofrecer a Jesús, que se ha hecho pobre, el fruto del que tiene
necesidad». Él quiere que le amemos siempre con realidades, en cualquier
tiempo, en todo lugar, cualquiera que sea la situación que atraviese nuestra
vida. ¿Procuramos dar fruto ahora, en el momento, edad y circunstancias en los
que nos encontramos? ¿Esperamos situaciones más favorables para llevar a
nuestros amigos a Dios?
II. Las palabras de Jesús
son fuertes: Nunca jamás coma nadie fruto de ti. Jesús maldice esta higuera
porque solamente encontró en ella hojas, apariencia de fecundidad, follaje.
Realiza un gesto llamativo para que quede bien grabada la enseñanza en el alma
de sus discípulos y en la nuestra. La vida interior del cristiano, si es
verdadera, va acompañada de frutos: obras externas que aprovechan a los demás.
«Se ha puesto de relieve muchas veces -recuerda Mons. Escrivá de Balaguer- el
peligro de las obras sin vida interior que las anime, pero se debería también
subrayar el peligro de una vida interior -si es que puede existir- sin obras.
»Obras
son amores y no buenas razones: no puedo recordar sin emoción este cariñoso
reproche -locuela divina- que el Señor grabó con claridad y a fuego en el alma
de un pobre sacerdote, mientras distribuía la Sagrada Comunión, hace años, a
unas religiosas y decía sin ruido de palabras a Jesús con el corazón: te amo
más que éstas.
»¡Hay
que moverse, hijos míos, hay que hacer! Con valor, con energía, y con alegría
de vivir, porque el amor echa lejos de sí el temor (cfr. 1 Jn 4, 18), con audacia,
sin timideces...
»No
olvidéis que, si se quiere, todo sale: Deus non denegat gratiam; Dios no niega
su ayuda al que hace lo que puede». Es cuestión de vivir de fe y de poner los
medios que estén a nuestro alcance en cada circunstancia; no esperar con los
brazos cruzados situaciones ideales, que es posible que nunca se presenten,
para hacer apostolado; no aguardar a tener todos los medios humanos para
ponerse a actuar cara a Dios, sino manifestar con hechos el amor que llevamos
en el corazón. Veremos con agradecimiento y con admiración cómo el Señor
multiplica y hace fructificar nuestras siempre escasas fuerzas en relación a lo
que Él nos pide.
Si
es auténtica, nuestra vida interior -el trato con Dios en la oración y en los
sacramentos- se traduce necesariamente en realidades concretas: apostolado a
través de la amistad y de los vínculos familiares; obras de misericordia
espirituales, o materiales, según las circunstancias: enseñar al que no sabe
(dar charlas de formación, colaborar en una catequesis, dar un consejo oportuno
al que vacila o está desorientado...), colaborar en empresas de educación que
imparten una visión cristiana de la vida, hacer compañía y dar consuelo a esos
enfermos y ancianos que se encuentran prácticamente abandonados...
Siempre,
en toda circunstancia, en formas muy variadas, la vida interior se debe
expresar -de modo continuo- en obras de misericordia, en realidad de
apostolado. La vida interior que no se manifiesta en obras concretas, se queda
en mera apariencia, y necesariamente se deforma y muere. Si crece nuestra
intimidad con Cristo es lógico que mejor en nuestro trabajo, el carácter, la
disponibilidad para la mortificación, el modo de tratar a quienes tenemos cerca
en nuestro vivir diario, las virtudes de la convivencia: la comprensión, la
cordialidad, el optimismo, el orden, la afabilidad... Son frutos que el Señor
espera hallar cuando se acerca cada día a nuestra vida corriente. El amor, para
crecer, para sobrevivir, necesita expresarse en realidades.
III. Jesús no encontró más
que hojas... No existen frutos duraderos en el cristiano cuando, por falta de
vida interior, de estar metido en Dios y de considerar en su presencia la tarea
apostólica, se da lugar al activismo (hacer, moverse... sin estar respaldados
por una honda vida de oración), que a la postre resulta estéril, ineficaz, y es
síntoma frecuentemente de falta de rectitud de intención. Allí no existe más
que una obra puramente humana, sin relieve sobrenatural, quizá consecuencia de
la ambición, del afán de figurar, que se puede meter en todo lo que el hombre
realiza, hasta en lo de apariencia más elevada. Con razón se ha puesto de
relieve el peligro del activismo: obras en sí buenas, pero sin vida interior
que las apoye. San Bernardo, y después de él muchos autores, llamaba a esas
obras ocupaciones malditas.
Pero
también la falta de frutos verdaderos en el apostolado se puede dar por
pasividad, por falta de un amor con obras. Y si el activismo es malo y estéril,
la pasividad es funesta, pues el cristiano puede engañarse a sí mismo, creyendo
que ama a Dios porque realiza actos de piedad: es verdad que los hace, pero no
acabadamente, porque no mueven a hacer el bien. Estas prácticas piadosas sin
frutos serían la hojarasca vacía y estéril, porque la verdadera vida interior
lleva a un apostolado intenso, en cualquier situación y ambiente, a actuar con
valentía, con audacia, con iniciativas, echando fuera los respetos humanos,
«con alegría de vivir», con la fuerza que imprime un amor siempre joven.
Hoy,
mientras hablamos con el Señor en este rato de oración, podemos examinar si hay
frutos en nuestra vida, ahora, en el presente. ¿Tengo iniciativas como
sobreabundancia de mi vida interior, de mi oración, o pienso, por el contrario,
que en mi ambiente -en la facultad, en la fábrica, en la oficina...- nada puedo
hacer, que no es posible obtener más frutos para Dios? ¿Me comprometo y ayudo
eficazmente en empresas apostólicas..., o «sólo rezo»? ¿Me justifico diciéndome
que entre el trabajo, la familia, la dedicación a las prácticas de piedad, «no
tengo tiempo»? Entonces lo normal será que el trabajo, la vida de familia....
tampoco sean ocasión de apostolado.
Obras
son amores... El verdadero amor a Dios se manifiesta en un apostolado
comprometido, realizado con tenacidad. Y si el Señor nos encontrara pasivos,
contentándonos con unas prácticas de piedad sin manifestación apostólica llena
de alegría y de constancia, quizá podría decirnos en la intimidad de nuestro
corazón: más obras... y menos «buenas razones». Son muchas las ocasiones a lo
largo de un día para -de mil formas diferentes- dar a conocer a Cristo, si
nuestro amor es verdadero. La vida interior sin un profundo afán apostólico se
va empequeñeciendo y muere; se queda en mera apariencia.
A la mañana siguiente,
al pasar -anota el Evangelista-, los Apóstoles vieron que la higuera se había
secado de raíz, completamente. Es la imagen expresiva de aquellos que por
comodidad, por pereza, por falta de espíritu de sacrificio, no dan esos frutos
que el Señor espera. Una vida apostólica, como ha de ser la de todo cristiano,
es lo opuesto a esta higuera seca: es vida, iniciativa, entusiasmo por la tarea
apostólica, amor hecho obras, alegría, actividad quizá callada pero
constante....
Examinemos
nuestra vida y veamos si podemos presentar al Señor ‑que se acerca a nosotros
con hambre y sed de almas- frutos maduros, realidades hechas con un sacrificio
alegre. En la dirección espiritual nos pueden ayudar a distinguir lo que haya
en cada uno de nosotros de activismo (dónde tenemos que rezar más) y lo que
haya de falta de iniciativa (dónde tenemos que «movernos» más). La Virgen,
Nuestra Señora, nos enseñará a reaccionar para que jamás la vida interior,
nuestro deseo de amor a Dios, se convierta en hojarasca vacía y sin valor.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org