¡Vuelve!
Hola,
buenos días, hoy Joane nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
En
los días de Ejercicios, a eso de las 6.30 de la tarde, hacía un pequeño
descanso y recorría la huerta rezando el Rosario. Uno de los días, antes de
salir, una hermana me dijo que parecía que iba a llover, que no se iba a
arriesgar a salir a dar su paseo.
Sin
embargo, llegó mi hora e, ignorando el aviso de la hermana, atravesé los
caminos hasta el extremo más lejano del monasterio, hasta la otra punta de la
huerta... ¡literal!
De
repente, unas gotas. “Seguro que pasarán”, me dije, y me senté en un banco
debajo del porche.
Al
poco, ya no eran gotas: la lluvia aumentó considerablemente, aunque volví a
pensar que en poco pararía. Pero ahí no quedó la cosa. Se puso a llover de tal
manera, que no se veía nada ¡a dos metros de distancia!
Y
yo ahí, sentada, aún pensando que, al acabar el Rosario, quizá de “algún modo
milagroso”, las nubes se disiparían, el sol brillaría... y en ese momento, la
campana que avisa para ir a rezar Vísperas empezó a tocar. No había otra: tenía
que salir corriendo.
Corrí
a toda velocidad. Por supuesto, el hábito blanco, del que no han fabricado una
modalidad impermeable... ya te puedes imaginar cómo se quedó.
Cuántas
veces metemos la cabeza en algo a pesar de que nos digan lo contrario. Nos
empeñamos en que tiene que salir y, ya cuando tenemos la “lluvia encima”,
clamamos al Cielo pidiendo que “milagrosamente las nubes se disipen”.
Cuando
nos vemos bajo la lluvia, somos los primeros en castigarnos, nos sentimos
indignos de volver a Casa, de que nos acojan, porque nosotros somos los
primeros que no nos acogemos.
Puede
que te encuentres bajo la lluvia torrencial, que esa decisión que has tomado te
haya llevado a estar bajo el agua. No tengas miedo de volver a Casa, no corras
en la otra dirección. Es hora de buscar Refugio, pero no allá, a lo lejos.
Vuelve. Corre, aunque te mojes, pero vuelve, no tengas miedo. “Pero, ¿cómo voy
a volver empapado, tal como he quedado?” Vuelve, déjate abrazar en tu pobreza
tal y como estás, déjate secar con la toalla, que te tiendan una mano para
seguir caminando.
Cristo
es el primero que te entiende, que te ama tal como estás. No tengas miedo a
experimentarlo porque, de que tú experimentes ese Amor por ti, depende que te
puedas volver a levantar sintiéndote profundamente abrazado.
Hoy
el reto del Amor es que vuelvas a casa. Que vuelvas a esa persona y le pidas
perdón, que te acerques a la Iglesia por la que te sentías juzgado a dejarte
abrazar, que escribas unas líneas a quien no sabes cómo acercarte... Si lo
sientes en el corazón... ¡vuelve!
VIVE
DE CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma