Eugénie Duren, una madre que le enseñó a su hijo a
vivir una profunda vida espiritual haciendo el bien en todo momento
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Cada 9 de Mayo se
conmemora el Día de Europa recordando la
denominada Declaración Schuman, la cual se considera la
semilla de la primera Unión Europea.
La misma promulgaba una Europa
unida para contribuir a la paz mundial por medio de acciones concretas,
comenzando con la administración conjunta del carbón y el acero entre Alemania
y Francia.
El ideario de esta propuesta fue Robert
Schuman, a quien se lo recuerda como un excelente ministro de
Asuntos Exteriores, pero sobre todo como un ser humano que ha actuado al servicio de
los más grandes ideales.
Su formación estuvo influenciada
por su entorno escolar y universitario, la enseñanza de la Iglesia, pero muy
especialmente por el aporte de su familia, y en concreto, de su madre, Eugénie
Duren.
Cultura de familia
Eugénie Duren había nacido en Luxemburgo,
pero como hija de un oficial de aduanas en el Gran Ducado fue trasladada con su
familia a Kruth en Francia donde pasaría la mayor parte de su infancia, y donde
a menudo regresaría con su hijo Robert a visitar a sus abuelos.
Cuando se casó con Jean-Pierre
de Lorena, un territorio anexionado por el imperio Alemán, adquirió la
nacionalidad alemana y juntos se mudaron a Clausen en Luxemburgo donde nació su
hijo en el año 1886.
La
vida de Robert estuvo atravesada así por tres fronteras: su madre
luxemburguesa, su padre alemán y una cultura francesa que había recibido de su
familia materna. Aprendió los tres idiomas perfectamente y creció con un
sentido familiar multicultural extraordinario.
Esta unión sólida de familia que
él experimentó, sería el componente aglutinador de las diferencias heredadas y
un valor fundamental en los años venideros en el ejercicio público de su
profesión para servir a los ideales de la paz y del entendimiento entre
los pueblos.
Su visión era la comunidad.
Una visión que al principio parecía una utopía frente al sentimiento
nacionalista de la posguerra, pero que iría convirtiéndola en realidad con una
nueva propuesta para Europa: la familia y el compartir de un “destino
común”.
Durante su niñez recibió una
educación ejemplar proporcionada por su madre Eugénie, con quien tenía un
vínculo muy especial de estrecha intimidad espiritual. Ella sería, según las palabras del
estadista, quien “marque profundamente su vida para siempre”.
Eugénie Duren era una mujer
culta, de gran sensibilidad, transmisora de un amor fraterno a los demás y
aficionada por la música y la lectura, de quien Robert
heredaría mucho más que su pasión por las melodías de Bach o Mozart
interpretadas en su piano.
En lo que se refería a su servicio
político, la influencia de su santa madre sería contundente al recibir de ella una impronta muy
fuerte llena de riqueza espiritual. Su madre constantemente lo incitaba a hacer
el bien y este se convertiría en el gran lema de su vida.
Vida de oración
La vida de Robert Schuman fue alimentada
por una fe cristiana vivida con gran intensidad que heredó de su familia
creyente, especialmente de su piadosa madre que lo motivaba a ser un hombre
sencillo y honesto, discreto, modesto y bueno.
La unión de madre e hijo era
particularmente fuerte en todo lo que se relacionaba a su fe, una fe que siendo
alimentada por la oración y los sacramentos supo encarnar y extendender a todos
los aspectos de su vida.
Haciendo referencia la oración,
en una de las cartas que su madre le envió todavía siendo un joven estudiante
le pedía “unirse con su familia por la mañana y por la noche ante Dios”.
Fidelidad a la Iglesia
Su madre nutría la fe de su hijo a través
de la Misa diaria, la lectura del Nuevo Testamento y la reflexión de textos
como la carta pastoral de Pío X sobre el estado de la Iglesia. Cuando León XIII
murió en 1903, Robert tenía 16 años. Cada tratado de este gran pontificado que
había durado 25 años podían encontrarse en el pequeño hogar de Eugenie.
Robert
tenía el profundo deseo de vivir su fe con gran fidelidad a la Iglesia y al
Santo Padre, poniendo su acción al servicio del plan de Dios.
“Todos somos instrumentos muy
imperfectos de una Providencia que nos utiliza en la realización de los grandes
diseños que están más allá de nosotros”, escribió después de la guerra.
Devoción a la Virgen María
Su madre fue la que le enseñó a recitar el
rosario diario y le transmitió su amor por la Virgen María. Cada mañana, cuando
iba a la escuela de niño, escuchaba a su madre decirle: “No olvides tu rosario”.
Rezaba el rosario todos los días
y compartía con su madre esta devoción que ambos la profundizaron al escuchar
al gran Papa León XIII, profundamente mariano, incluidas sus ocho encíclicas
sobre la Madre de Jesús.
Más adelante en su vida con
ocasión de ser despedido del servicio militar, su madre atribuyó a este hecho
ser una gracia recibida de la Santísima Virgen.
Compromiso de santidad
De pequeño Robert había sentido interés por
la santidad. Poseía todos los autógrafos de los papas desde el siglo XV y
muchos otros autógrafos de santos. También había acumulado una colección de
casi 8,000 libros, incluyendo un tercio de obras teológicas.
Con los años se alimentó de las
vidas de los santos y del pensamiento de los filósofos neotomistas, entre los
que Jacques Maritain ocupó el primer lugar.
Además de la lectura, también
participó activamente de peregrinaciones. En 1909 acompañó a su madre a Roma
para presenciar la beatificación de Juana de Arco y
en muchas ocasiones visitó con su madre el Santuario de
Lourdes.
Su padre había muerto cuando
Robert tenía solo 14 años, pero la repentina muerte de su madre más tarde en un
accidente en 1911, sería un evento que condicionaría su vida.
En su correspondencia con sus
primos, expresó que “no podía levantarse de esta tragedia tan dura”. Fue así
que la muerte de su querida madre le hizo cuestionar la dirección y el objetivo
inmediato de su vida.
Fue en ese momento a los 25 años
cuando consideró seriamente una vocación religiosa para retirarse del mundo y
dedicarse a la oración, pero al ser disuadido por su mejor amigo decidió
continuar sus estudios de Derecho.
Su
amigo alsaciano Henri Eschbach le escribió: “¡Los santos del futuro serán
santos con chaquetas! En nuestra sociedad, el apostolado de laicos es una
necesidad urgente. No puedo imaginar un apóstol mejor que tú. Permanecerás de
pie porque serás mejor haciendo el bien, que es tu única preocupación”.
Y eso fue a lo que se dedicó
toda su vida. Schuman respondió con una conmovedora carta que decía: “Bendigo a
Dios porque me ha consolado con pena. Viviré para otros que sufren y necesitan
apoyo”.
Abandono a la voluntad de
Dios
Robert Schuman le dijo una vez a René
Lejeune que él y su madre habían hecho en 1910 un solemne acto de abandono a la
santa voluntad de Dios, para que “pueda usarnos como un instrumento de sus
propósitos de Amor”.
Incluso la señora Schuman
parecía haber tenido una premonición sobre su temprana muerte. En una carta a
un amigo, poco antes de morir, ella escribió: “Bendigo a Dios por todo lo que
nos ha dado hasta ahora, que nos ha reservado y que debemos aceptar de sus
manos paternas, para bien o para mal. Solo pido que sea para nuestra salvación
eterna, esto tiene valor, el resto es accidental”.
Después del armisticio de 1918,
teniendo en cuenta sus responsabilidades diocesanas a la juventud y habilidades
en el derecho francés y alemán, se postuló en las primeras elecciones
legislativas y se convirtió en diputado.
A partir de ese momento la
política continuará siendo para él hasta el final de su vida un compromiso
perpetuo para hacer el bien sin ambición personal y con la
única motivación de servir al bien común a través de la política, en palabras
del Papa Pío XI, “en el campo de mayor caridad”.
La
vida apasionante del “padre de Europa” aparece así como un testimonio histórico
y como un magnífico ejemplo de vida espiritual, donde los políticos también
pueden ser santos y Europa puede ser una verdadera unión de fraternidad.
Cecilia Zinicola
Fuente:
Aleteia