Pese
a que el británico James Bruce declaró haber sido el primer europeo en visitar
esa fuente, escritores modernos con mejores conocimientos le dan el crédito al
jesuita español Pedro Páez
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Pedro Paez Jaramillo, SJ |
Los
europeos, prácticamente, no consiguieron nuevos datos sobre los orígenes del
Nilo hasta los siglos XV y XVI, cuando viajeros por Etiopía visitaron el lago Tana
e incluso la fuente del Nilo Azul en las montañas al Sur del lago.
Las
hazañas realizadas por católicos a lo largo de la historia aparecen muchas
veces ocultas para muchos y alejadas de los libros oficiales de Historia. Pero
lo cierto es que los misioneros católicos, muchos de ellos españoles, han sido
responsables de grandes descubrimientos.
Uno
de ellos es el jesuita español Pedro Páez Jaramillo, cuya vida fue una
auténtica aventura digna de una película. Él fue el verdadero descubridor de
las Fuentes del Nilo, las que contempló en 1618, casi dos siglos antes que lo
hiciera el naturalista, explorador y geógrafo británico James Bruce de
Kinnaird.
Una biografía que
debería ser más conocida
La
vida de este jesuita estará disponible a partir del jueves 3 de mayo en
el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, donde
ya están presentes las historias de miles de personajes.
Precisamente,
las aventuras del padre Páez Jaramillo aparecen ampliamente relatadas en Antes
que nadie del historiador español Fernando Paz, libro donde relata
«aventuras insólitas de unos españoles que quisieron ser demasiado».
Curiosamente, el primer capítulo está dedicado a este jesuita.
Su misión fue llevar el
Evangelio a los últimos rincones
Este
religioso madrileño tenía como gran misión de su vida llevar el Evangelio a los
últimos rincones del mundo, siguiendo el ejemplo de San Francisco Javier, y sin
tener ningún miedo al martirio. Y en su vida estuvo en muchísimas ocasiones muy
cerca de ser mártir.
Su
vida giró en torno a la India, Etiopía (en aquel tiempo llamada Abisinia) y las
persecuciones de los musulmanes. De hecho, llegó a estar hasta siete años preso
en lo que hoy es Yemen, pero también impresionó tanto a los emperadores de
Abisinia, que uno de ellos le pidió bautizarse católico y pedir una alianza con
el Imperio Español ofreciendo a su hijo como esposo de la hija de Felipe III.
El
misionero jesuita fue realizando conversiones por donde pasaba. Para ello,
aprendió perfectamente la lengua local y las costumbres de la zona. Su gran
aventura por Etiopía, donde fue amigo y consejero admirado de varios de sus
emperadores, tuvo como punto más importante el descubrimiento de las fuentes
del Nilo.
Vio lo que Alejandro,
Julio César o Ciro sólo soñaron
En
su libro Historia de Etiopía, que escribió en 1620, Páez Jaramillo retrata
todas estas impresionantes vivencias. Fernando Paz recuerda que el misionero
«retrata tanto el país como se retrata a sí mismo» y se caracteriza por no ser
«presuntuoso, no es jamás vano; al contrario, toma distancia de los hechos y,
mucho más aún, huye de todo protagonismo».
Eso
sí, el día que vio las Fuentes del Nilo y supo realmente lo que estaba ante sus
ojos, el misionero expresó: «Confieso que me alegré de ver lo que tanto
desearon ver antiguamente el rey Ciro y su hijo Cambeis, el gran Alejandro y el
famoso Julio César». Y lo escribe sin grandilocuencia ni hambriento de fama,
como ocurriría en 1770 con James Bruce, que reivindicó ser el primer europeo en
alcanzar las fuentes.
En
aquel momento, Páez acompañaba al monarca etíope por las montañas del Sahala (Sahara).
Así relata Fernando Paz el hallazgo: «Ascendieron hasta los tres mil metros de
altura, y desde allí Páez divisó el curso de un riachuelo que brotaba de algún
lugar de la montaña, al que iban a desembocar otros arroyos, alimentando un
cauce cada vez más caudaloso. Los distintos cursos de agua parecían salir de un
par de lagunas: los indígenas las conocen como “Abbay”, que es el nombre que
aún hoy dan al Nilo Azul». Páez, sabiendo lo que realmente era esa masa de
agua, fue siguiendo el curso del río, aunque no pudo llegar hasta la
desembocadura.
El río Nilo
El
Nilo es el mayor río de África y uno de los ríos más grandes del mundo y quizás
el más importante en lo referido al nacimiento de civilizaciones. Su cauce
transcurre en dirección norte a lo largo de siete naciones: Burundi, Ruanda,
Tanzania, Uganda, Kenia, República Democrática del Congo, Sudán del Sur, Sudán,
Egipto y Etiopía, llegando a recorrer 6.700 kilómetros hasta su desembocadura
en el mar Mediterráneo.
Una vida dedicada a la
evangelización
Pedro
Páez Jaramillo entró en la Compañía de Jesús en 1582, en la ciudad
universitaria de Coímbra (Portugal), cantera de la expansión de los jesuitas,
no solamente por Portugal y España, sino también por las misiones, cuyo puerto
de embarque en los primeros tiempos fue Lisboa. Tras sus estudios de Filosofía
en Belmonte (Cuenca, España), solicitó a sus superiores ser enviado a las
Indias. Se embarcó en el citado puerto lisboeta, en abril de 1587, rumbo a la
India, donde concluyó sus estudios de Teología y fue ordenado sacerdote en Goa
en enero de 1589.
Pocos
días después, con el fin de reanimar la misión en Etiopía, sus superiores
resolvieron enviarlo a ese país, acompañado del padre Antonio de Montserrat, un
jesuita catalán formado en Portugal que en 1574 había sido destinado a la
misión de la colonia portuguesa de Goa, en la India. Tanto Pedro Páez como
Monserrat, a la altura de Dhofar, fueron apresados por los árabes y
permanecieron presos por espacio de siete años en tierras del actual Yemen. Los
últimos meses de su prisión permanecieron en Moca sirviendo incluso en las
galeras turcas. Fueron rescatados por unos 1.300 cruzados que invadieron la
región.
El
padre Páez regresó a Goa en noviembre de 1596 y reinició los trabajos
apostólicos en la península de Salsete y Diu. En marzo de 1603 comenzó un viaje
a Etiopía, disfrazado de mercader armenio, alcanzando Massaua en abril de ese
mismo año y semanas después se hallaba en Fregona, adonde habían sido
desterrados los jesuitas desde 1595. No perdió tiempo, antes de contar con la
llamada del negus (emperador etíope) Za-Denghel. Como era una constante en el
horizonte misionero de los jesuitas, Pedro Páez se preparó lingüísticamente con
el aprendizaje de la lengua común y cortesana, el amárico; además del geez, la
lengua litúrgica.
Como
había ocurrido con Monserrat y el emperador mongol, Páez se ganó el prestigio
en la Corte del negus y de sus sucesores, consiguiendo conversiones
significativas y resaltando la obediencia al Papa como Sumo Pontífice, a quien
el jesuita solicitó que nombrase un patriarca como máxima autoridad religiosa
de estos territorios. Así se reemplazaría al abuna copto (jefe de la Iglesia
Ortodoxa de Etiopía y Eritrea) que había sido enviado desde El Cairo.
Fue
un jesuita de muchas y notables capacidades intelectuales y de trabajo práctico
y pastoral, además de aportar sus saberes en el ámbito de la construcción,
incluyendo la carpintería y la herrería. Impulsó la construcción de un palacio
donde pudiese residir el emperador, además de una iglesia en Gorgora. Atendía
especialmente a la comunidad portuguesa, pero era un jesuita que participaba en
la controversia, sobre todo en las disputas religiosas que se desarrollaban en
torno a la naturaleza de Cristo.
Era
esta cuestión la que dividía a los cristianos romanos de los coptos. Páez se
convirtió en la voz autorizada en Europa de la Historia de Etiopía.
Precisamente era éste el título –Historia Aethiopiae– de la obra que le encargó
escribir el prepósito general de la Compañía de Jesús, padre Mucio Vitelleschi.
Las páginas abarcaban cronológicamente de 1555 a 1622.
Consideraba el superior
en Roma que era necesario que en Europa se diese a conocer el horizonte
misionero. Páez describió en esas páginas las fuentes del río Nilo, que pudo
contemplar por vez primera en abril de 1618. Mientras que algún autor negó su
presencia en este lugar, Tacchi-Venturi llegó a compararlo por su labor en
Etiopía con el también jesuita Mateo Ricci en China.
Fuente: AICA/Alfa y Omega