Las instituciones supranacionales parecen impotentes.
El testimonio de sor Yudith Pereira de Solidarity with South Sudan: las
milicias están fuera de control, los niños mueren de hambre
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Niños obligados a la guerra en Sudán del Sur |
El
pasado 16 de abril, el Consejo de Relaciones Exteriores de la Unión Europea
expresó «profunda preocupación por el perdurar de la violencia, por las graves
violaciones y los abusos de los derechos humanos en Sudán del Sur».
La
nota del organismo europeo llega a algunas semanas de la dura denuncia que
firmó la Comisión para los derechos humanos de la ONU sobre la situación en el
país.
En
el documento se habla de reclutamiento forzado de niños (obligados
repetidamente a matar a civiles), de masacres, destrucciones de hospitales,
escuelas y viviendas y de «acciones de policía étnica, violaciones de masa,
mutilaciones y aldeas enteras incendiadas».
Ese
mismo 16 de abril, el secretario general de las Naciones Unidas, António
Guterres, en un informe sobre la situación de Sudán del Sur denunció el
fenómeno de las violaciones como instrumento de guerra étnica en muchas zonas
del país. Los diferentes organismos supranacionales exponen sin dudas el
dramatismo que está viviendo el país, pero, al mismo tiempo, parecen certificar
la impotencia de la comunidad internacional frente a una de las crisis más
trágicas de los últimos años.
La
guerra civil en la República más joven del mundo (pues Sudán del Sur alcanzó la
independencia en 2011) continúa desde hace más de cuatro años. La presencia de
17 mil Cascos azules, cuyo mandato fue renovado por otro año el pasado 15 de
marzo, ha tenido resultados muy limitados y las esperanzas que había despertado
el intento de resucitar los acuerdos de paz (firmados por el gobierno de Salva
Kiir y las fuerzas de oposición de Riek Machar, en Addis Abeba en agosto de
2015) se desvanecieron.
«En
Sudán del Sur –explicó sor Yudith Pereira-Rico, directora de “Solidarity with
South Sudan”, ente que reúne varias congregaciones religiosas y que trabaja en
colaboración con la Cnferencia Episcopal local– se concentran todas las
tragedias del mundo: la guerra, la inflación, salarios sin pagar desde hace más
de un año y medio, falta de estructuras, hambre, carestía. Más de 3 millones de
habitantes han huido. Hasta hace algunos años había 12 millones de personas,
ahora hay menos de 9 y, de estos, siete se encuentran en una situación de
emergencia humanitaria.
Sin considerar una minúscula minoría de hijos
de las familias en el poder, todos los niños viven el hambre. En diciembre se
dio la enésima negociación en Adis Abeba, pero más que una mesa de paz se trató
de un encuentro para asegurar la repartición del poder. Estados Unidos hablan
de imponer sanciones contra Sudán del Sur: al final estoy convencida de que es
el único camino. Estados Unidos erogan muchos financiamientos y si se cierran
los flujos, los líderes políticos se verán obligados a encontrar un acuerdo.
De
cualquier manera, el verdadero problema es el constante flujo de armas. Este
país se ha transformado en un infinito mercado de armas y cada vez que en las
Naciones Unidas se propone el embargo, siembre hay alguien que lo bloquea. Una
vez Rusia, otra vez Israel y lo mismo con otros países».
La
guerra ha dejado la economía de rodillas: se ha llegado al 900% de la
inflación, «ya no se compra nada. Estamos viviendo un derrumbe económico total.
Por el momento todas las tribus están en guerra y entre ellas hay algunas que
tradicionalmente nunca han abrazado las armas. La situación lleva cada día a
que alguien guerree con otro. Las milicias están completamente fuera de control
y actúan con base en el hambre y en la búsqueda de dinero».
La
joven nación, que nació hace poco más de siete años, está al borde del colapso.
Entre los principales responsables, en primer lugar, está toda la clase
política, acusada de una absoluta incapacidad en la gestión del proceso
democrático. «Se necesita una clase política que provenga de la sociedad civil,
para gobernar el país –explica sor Yudith. Sería incluso mejor que surgiera una
clase dirigente femenina: las mujeres ven las cosas de manera diferente y
podrían diseñar mejor que los hombres un proyecto de paz. Todavía no existe una
conciencia nacional, una mentalidad del bien común.
Nosotras,
desde que llegamos a Sudán del Sur hace diez años, en todas las instituciones
de las que nos ocupamos, insistimos en el concepto de convivencia civil: es
posible vivir juntos, aunque seamos diferentes. Hemos formado por lo menos a
3000 maestros y a muchísimos agentes sanitarios. Y creo que todos ellos son la
esperanza del futuro del país. Pero hay que evitar que huyan y acabar con el
conflicto antes de que sea demasiado tarde».
Creada
por las Uniones de las Superioras y de los Superiores Generales, Solidarity
With South Sudan nació como respuesta a la llamada de los obispos de Sudán del
Sur de abrir misiones en el país. Como las candidaturas de cada congregación se
tardaban en llegar, se propuso garantizar una presencia estable
inter-congregacional. «Es nuestro valor añadido –subraya la monja–: somos una
comunidad compuesta por 30 religiosos, hombres y mujeres, que viven en cinco
localidades de Sudán del Sur. Nuestras órdenes, las realidades, las
proveniencias y las culturas son muy diferentes, pero trabajamos juntos por
amor de este país martirizado».
«Aquí
–añade– hay muchas ong que ofrecen servicios fundamentales para la emergencia,
dan comida, se ocupan de los cuidados médicos. Nosotros, en cambio estamos aquí
establemente y podemos apostar por el desarrollo Nos ocupamos de escuelas,
hospitales, de la formación de enfermeros y obstétricas, de maestros, de
proyectos a largo plazo. Nos ocupamos también de un campo para desplazados
espontáneo con 5000 personas. Tenemos motivos para esperar un futuro diferente
y que regresen muchos de los que han huido. Pero si no se procede,
inmediatamente, al embargo de las armas y a una negociación auténtica de paz,
las esperanzas no se convertirán en otra cosa».
LUCA
ATTANASIO
ROMA
Fuente:
Vatican Insider