Prolongar el impacto social
de las hermandades más allá de la Semana Santa: ése es el desafío al que se
enfrentan, sostiene la autora del estudio
La
relajación en las normas de las cofradías “está llevando a que las hermandades
sólo tengan vida los días previos a la Semana Santa y durante ella. El resto
del año están sumidas en la invisibilidad, salvo contadas personas que están
muy vinculadas a su cofradía.
Hoy, la Semana Santa es el gran acto y cuando
acaba, hasta el año que viene”, lamenta Silvia María Pérez González, profesora
titular de Historia Medieval en la Universidad Pablo de Olavide.
Ha
dirigido un estudio sobre las CXXII Reglas de Hermandades y Cofradías Andaluzas
de los siglos XVI y XVII que ha publicado la Universidad de Huelva. Es el fruto
de más de una década de investigación y trabajo en archivos y repositorios
locales y nacionales para localizar los documentos y transcribirlos.
Las
cofradías y hermandades nacen en la Edad Media, pero de aquella época la
documentación que se guarda es escasa. Empieza a abundar justo a partir de la
época estudiada en el volumen, que recibe además el impacto normativo del
Concilio de Trento.
Los
investigadores han recopilado las “normas de funcionamiento de una hermandad”,
esto es, “a qué está obligado, qué derechos y privilegios puede gozar el que
ingresa en ella", según explica la profesora Pérez González a Diario de
Jerez. Muchas de las 122 que han recopilado y estudiado estaban perdidas y se
han encontrado en lugares muy diversos, desde el Archivo Histórico Nacional
(hasta 55) a colecciones privadas o bibliotecas municipales. Corresponden sobre
todo a cofradías andaluzas, pero también de Madrid y Gran Canaria. De Jerez,
que en la Baja Edad Media es la segunda ciudad andaluza después de Sevilla y
por tanto entra en el Renacimiento con una red cofrade muy poderosa, se han
documentado las de las cofradías de Los Remedios (1517), de La Piedad (1547),
Las Cinco Llagas (1561), La Soledad (1564), el Santo Crucifijo (1573), San Juan
Bautista (1615) y Las Angustias (1631-32).
El
periodo recoge el impacto sobre la religiosidad popular de las codificaciones y
regulaciones introducidas por el Concilio de Trento, con una “fuerte presencia
de la muerte, el Purgatorio y el Más Allá", pero organizando “todo lo que
es la vida en el Más Acá", explica la directora del estudio.
"Cuando
una persona ingresaba en una hermandad tenía un objetivo muy claro: que lo
entierren y que le celebren misas por su alma”, añade: “Había que asistir a una
serie de actos de culto público como las procesiones”, y “quien ingresaba con
problemas de índole material iba a recibir ayuda de la hermandad, pero también
se sabía que al más mínimo incumplimiento de las reglas había que pagar multa.
Es una relación mutua: yo te doy, tú me das. La gente no era muy cumplidora,
algo que pasa ahora también". El sistema de multas y castigos era una
forma también de financiar la hermandad, como en uno de los ejemplos citado:
“Otro sí ordenamos que estando ayuntados en nuestro cabildo ninguno de los
hermanos por enojo que tenga ni acidente de decir palabra desonesta ni
ynjuriosa a ningún hermano, ni jurar por Dios ni por nuestra Señora ni a ningún
sancto so pena de dos maravedís para cera...".
Hoy
las reglas “son más simples y no hay tantas penas y castigos”, pero la
contrapartida es que las cofradías “no hacen el esfuerzo por ver en qué pueden
ayudar a sus hermanos. Se sentirían más vinculados si lo hicieran. Simples
ejemplos: visitar a los hermanos de mayor edad, quedarse un rato con los hijos
de una hermana para que se vaya al cine, poner en marcha una residencia de
hermanos como la que tiene la Vera Cruz de Alcalá del Río". Cita por
ejemplo la hermandad del Real Hospicio de Pobres y Mendigos de Madrid, que
regentaba un hospital, y cuya regla establecía desde cuándo cambiar las sábanas
a la ración diaria de comida o las horas de tomar el sol y ventilar la
habitación. Las reglas también detallan todos los aspectos referentes a las
procesiones, que en el Barroco se llenan de ornamentación en el cuerpo de los
hermanos y en los pasos, porque “la calle se convierte en el escenario donde la
cofradía se manifiesta”.
En
la época que retrata el libro, "una cofradía era más que una institución
que sacaba pasos a la calle, era una entidad social y por ello tenía tanta
trascendencia, aunque te ayudaba a cambio de mucho”, porque se les dedicaba no
solo dinero sino también “tiempo”.
La
profesora Pérez González, que no habla solo como estudiosa sino también como
teniente hermana mayor que ha sido en una hermandad, sugiere que ése es el
camino que deberían seguir hoy las
cofradías para recuperar su influencia: “Hoy hay mucha demanda social y si las
cofradías quieren sobrevivir deberían estar más atentas a ello, a sus propios
hermanos”.
Y
destaca asimismo que entre quienes redactaban las normas había una gran
preocupación “por que haya paz y armonía. Se hace todo lo posible por que los
hermanos que estén enemistados hagan las paces”.
Pérez
González lamenta que haya costaleros que quieran "lucirse fuera del paso
más que dentro”. Las reglas “deberían evitar las que procesiones fueran un
espectáculo en cualquiera de sus manifestaciones. No nos olvidemos que es un
acto religioso”.
Fuente:
ReL