Si hubiera estado allí
Hola,
buenos días, hoy Sión nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
Hoy
es un día muy especial en el monasterio y en toda la Iglesia. Hoy es Viernes
Santo. Es un día para acompañar al Señor.
En
estos momentos me gusta escuchar una canción que se titula “Si hubiera estado
allí”. Cuando era pequeña, en este día imaginaba que viajaba en el tiempo a ese
primer Viernes Santo. “Si hubiese estado allí, ¡habría defendido a Jesús!”, me
decía. ¿Y quién no ha pensado lo mismo?
Pero,
después, te vas haciendo mayor, y entonces cambia la pregunta... Porque, ¿quién
no ha traicionado a Cristo? ¿Quién no le ha negado? ¿Quién puede decir “Yo no
le he fallado nunca”?
Nadie.
Hoy san Pedro podría dirigir a nosotros esas palabras: “¡Vosotros
crucificasteis a Jesús de Nazaret!” (Hch 2, 23).
Este
pensamiento podría invitar a hundirse en la miseria... sin embargo, ¡se trata
de todo lo contrario!
Cuando
te escogió, Cristo conocía ya tu debilidad y pobreza. Él sabía de todas tus
negaciones antes de que las cometieras, como conocía también las de Pedro. He
ahí la grandeza de Jesús: ¡Él nos amó primero! Nos amó antes de que pudiésemos
merecerlo o corresponderle. Contó con nosotros, conociendo incluso nuestras
caídas.
Si
nos amó cuando éramos enemigos, si pidió nuestro perdón mientras le
crucificábamos, eso significa que no tenemos que ganarnos su amor, porque nos
lo regala. Ha quedado realmente demostrado: ¡no podemos hacer nada para que
deje de amarnos!
Jesús
sufrió y murió libremente, por amor. No por casualidad, o por necesidad... ¡por
amor! Todo este día nos habla del amor incomprensible e incondicional de Cristo
por nosotros.
Si
te lanzases a preguntar a Cristo “¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar por
mí?”, la respuesta del Señor sería inmediata: “Hasta el extremo”.
Hoy
la sangre de Cristo nos limpia, nos purifica, ¡nos convierte en hijos amados de
Dios! Él ha muerto tu muerte para darte su Vida. ¡Estamos salvados en la sangre
de Cristo!
En
este día, el Señor quiere perdonarte, salvarte, hacer de ti una criatura nueva.
Es el momento de dejar en la cruz todas tus máscaras, tus heridas, tus
pobrezas, tus debilidades. Todo lo que te está matando, todo, entrégaselo a
Cristo. Porque Cristo está clavado en la Cruz por todo eso. Lo conoce aunque se
lo quieras ocultar. Entrégaselo para que Cristo cargue con ello, ¡es lo que Él
desea ardientemente! Que dejes tu sufrimiento en su Cruz, que le dejes morir
por todo ello, que le dejes presentárselo al Padre. Cristo quiere morir en tu
lugar. Libre y voluntariamente, Él quiere morir por ti.
Lo
mejor es que la Historia no termina aquí. La cruz no es un punto final; es el
puente que nos lleva más allá. Ése es el gran secreto, nuestra mejor arma: por
muy mal que veamos hoy las cosas, sabemos que la victoria está de nuestro lado.
Cristo triunfará sobre la muerte. Y, todas las muertes que hemos puesto en su
cruz... resucitarán en vida nueva.
Hoy
el reto del amor es que te dejes salvar. Pon en la cruz de Jesucristo todo lo
que causa en ti muerte, tristeza... Él hoy te ofrece a cambio su Vida.
¿Aceptarás el intercambio?
VIVE
DE CRISTO
Fuente:
Dominicas de Lerma