El Pontífice mediante este
mensaje desea “ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este
tiempo de gracia”
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El Papa Francisco durante un almuerzo con los pobres |
“Al
crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría”. Así se titula el Mensaje
del Santo Padre para la Cuaresma de este año que se presentó esta mañana en la
Sala de Prensa de la Santa Sede. Intervinieron en la presentación el Cardenal
Peter Kodwo Appiah Turkson, Prefecto del Dicasterio para el Servicio del
Desarrollo Humano Integral; Monseñor Graham Bell, Subsecretario del Consejo
Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización y la Dra. Natalia
Peiró, Secretaria General de Caritas España
En
su mensaje para la Cuaresma –
firmado en la Ciudad del Vaticano el 1 de noviembre de 2017, en la Solemnidad
de Todos los Santos – el Papa Francisco escribe que “una vez más nos sale al
encuentro la Pascua del Señor”, y explica que para prepararnos a recibirla, la
Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, que define “signo
sacramental de nuestra conversión”.
Tal
como lo expone el Pontífice, mediante este mensaje desea “ayudar a toda la
Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia”; y lo hace
inspirándose en una expresión de Jesús según el Evangelio de Mateo: “Al crecer
la maldad, se enfriará el amor en la mayoría”.
Frase
que proviene de la enseñanza sobre el fin de los tiempos, ambientada en el
Monte de los Olivos de Jerusalén, donde precisamente tendrá inicio la pasión
del Señor, que en este caso respondiendo a una pregunta de sus discípulos,
anuncia “una gran tribulación” y describe la situación en la que podría
encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos,
algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la
caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio.
Los falsos profetas
En
el primer punto de este mensaje, titulado “los falsos profetas”, el Pontífice
invita a preguntarnos ¿qué formas asumen? Y no duda en responder que “son como
‘encantadores de serpientes’”, que “se aprovechan de las emociones humanas para
esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren”. De ahí su
exclamación ante los tantos hijos de Dios que “se dejan fascinar por las
lisonjas de un placer momentáneo, al que se lo confunde con la felicidad”. O
acerca de cuántos hombres y mujeres que “viven como encantados por la ilusión
del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses
mezquinos”; sin olvidar a quienes “viven pensando que se bastan a sí mismos y
caen presa de la soledad”.
También
se refiere a esos otros falsos profetas que denomina “charlatanes”, que ofrecen
soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin
embargo resultan ser completamente inútiles. Tanto es así que el Pontífice
dirige su pensamiento a los numerosos jóvenes “a los que se les ofrece el falso
remedio de la droga, de unas relaciones de ‘usar y tirar’, de ganancias fáciles
pero deshonestas; o que “se dejan cautivar por una vida completamente virtual”,
en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después
“resultan dramáticamente sin sentido”.
Dignidad, libertad y
capacidad de amar
Se
trata de “estafadores” – tal como escribe el Papa Bergoglio – que no sólo
ofrecen cosas sin valor, sino que quitan lo más valioso, es decir “la dignidad,
la libertad y la capacidad de amar”. Sí porque como leemos en este mensaje
pontificio, “es el engaño de la vanidad”, lo que lleva a “pavonearse” hasta
caer en lo ridículo. De manera que no es una sorpresa, puesto que “desde
siempre el demonio, que es ‘mentiroso y padre de la mentira’, presenta el mal
como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre”.
Por
esta razón el Sucesor de Pedro insiste en la necesidad de discernir y examinar
en el propio corazón si nos sentimos amenazados por las mentiras de estos
falsos profetas. Y reafirma que hay que “aprender a no quedarnos en un nivel
inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro
interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente
sirven para nuestro bien”.
Un corazón frío
En
el segundo punto de este texto – que lleva por subtítulo “un corazón frío” –
Francisco recuerda que Dante Alighieri, en su descripción del infierno,
se imagina al diablo sentado en un trono de hielo; “su morada es el hielo del
amor extinguido”, escribe e invita a preguntarnos: “¿Cómo se enfría en nosotros
la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo
de apagarse en nosotros?”.
Entre
las causas el Papa destaca “la avidez por el dinero”, “raíz de todos los
males”, a la que sigue “el rechazo de Dios” y, por tanto, el no querer buscar
consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación “antes que
sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos”. Y añade que todo esto
se transforma en una violencia que se dirige contra los que consideramos una
amenaza para nuestras “certezas”, como “el niño por nacer, el anciano enfermo,
el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a
nuestras expectativas”.
Enfriamiento de la caridad
Sin
olvidar que la creación también es un testigo silencioso de este “enfriamiento
de la caridad”, el Pontífice escribe que el amor se enfría asimismo en nuestras
comunidades y recuerda que en su Exhortación apostólica Evangelii gaudium ha
tratado también de describir las señales más evidentes de esta falta de amor,
como el egoísmo, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar
continuas guerras fratricidas, o la mentalidad mundana que induce a ocuparse
sólo de lo aparente, con lo que disminuye el entusiasmo misionero.
¿Qué podemos hacer?
Todo
esto sugiere al Obispo de Roma plantearse la pregunta – en su tercer punto –
acerca de lo que podemos hacer. Aquí Francisco reafirma que la Iglesia, en su
carácter de “madre y maestra”, además de la medicina, a veces amarga de la
verdad, “nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración,
la limosna y el ayuno”.
Y
agrega que el hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que “nuestro
corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros
mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios”, que es nuestro Padre y que
desea la vida para nosotros. Al mismo tiempo – añade – el ejercicio de la
limosna “nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi
hermano”; mientras el ayuno, “debilita nuestra violencia, nos desarma, y
constituye una importante ocasión para crecer”.
El
Santo Padre manifiesta en su mensaje que desearía que su voz “traspasara las
fronteras de la Iglesia Católica”, para llegar a todos los hombres y mujeres de
buena voluntad, “dispuestos a escuchar a Dios”. A todos ellos les dice
directamente que “si se sienten afligidos porque en el mundo se extiende la
iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si
ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para
invocar juntos a Dios”, ayunar juntos y juntos ayudar a nuestros hermanos.
El fuego de la Pascua
El
Papa concluye invitando de modo especial a los miembros de la Iglesia “a
emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el
ayuno y la oración”. Y destaca que una ocasión propicia para esto será la
iniciativa titulada “24 horas para el Señor”, que este año invita a celebrar el
Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística.
En
efecto destaca que esta iniciativa se llevará a cabo los días 9 y 10 de marzo,
inspirándose en las palabras del Salmo 130 que reza: “De ti procede el perdón”.
De este modo, al menos una iglesia en cada diócesis, permanecerá abierta
durante las 24 horas, para permitir la oración de adoración y la confesión
sacramental.
Tras
bendecir a todos de corazón, asegurando sus oraciones y pidiendo que se rece
por él, el Obispo de Roma escribe que “en la noche de Pascua reviviremos el
sugestivo rito de encender el cirio pascual”, con lo cual “la luz que proviene
del ‘fuego nuevo’ poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea
litúrgica”. De ahí su deseo de que “la luz de Cristo, resucitado y glorioso,
disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu, para que todos
podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús”.
María Fernanda Bernasconi – Ciudad del
Vaticano
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