El prelado reiteró que decir la verdad no es delito
y pidió mostrarse en sintonía con quienes más sufren en la nación sudamericana.
En ese sentido, condenó la indiferencia, incluso de quienes desde la Iglesia
matizan la gravedad de cuanto ocurre en el país
En Venezuela, “el dolor de la inmensa
mayoría de nuestra gente es grande y se manifiesta de muchas maneras”, una de
ellas es el hambre. Lo afirma el primer vicepresidente de la Conferencia
Episcopal (CEV), quien así se expresó durante la homilía de celebración
eucarística correspondiente a la fiesta de San Sebastián, celebrada en Táchira
el pasado 20 de enero.
El prelado dijo que todo
predicador necesita poner un oído en el pueblo, “para descubrir lo que los
fieles necesitan escuchar” y denunció la “gran indefensión” del pueblo,
así como “un irrespeto a lo más grande que el mismo Dios nos ha dado: la vida”. Frente
a ello, dijo, “existen las tentaciones a la desesperanza y la resignación, al
conformismo y a la desolación.
Llamó la atención, sin embargo,
el inciso en la frase: “No es ningún secreto –como tampoco es una invitación al
odio- reconocer que vivimos un momento dramático: el hambre que
golpea la salud física y espiritual de muchos hermanos, la falta de
medicamentos y de otros insumos necesarios, la migración
de numerosos venezolanos hacia otros países en busca de mejores condiciones,
así como otras expresiones de la situación que se vive”.
¿La razón? Su comentario recordó
la orden dada por el presidente Nicolás Maduro contra dos obispos en el marco
de la “ley
del odio”, que prevé sanciones y cárcel de hasta 20 años para
quienes “inciten o promuevan el odio”. De esta manera, Moronta reitera su
respaldo y solidaridad con los obispos amenazados: el de Barquisimeto, Antonio
López; y el de San Felipe, Víctor Hugo Basabe, quienes ya habían recibido un
mensaje de la Diócesis de San Cristóbal en este mismo sentido.
El prelado del Táchira propuso
el compromiso solidario y fraterno de cada uno de los creyentes y
personas de buena voluntad: “Si oímos a nuestros hermanos con la ayuda de la
Palabra de Dios, entonces nos daremos cuenta de cómo urge cada día intensificar
nuestra cercanía mutua”. Dijo igualmente que “unos son torturados y asesinados con saña;
otros son golpeados por la difamación y la burla; otros también
son martirizados por el menosprecio hacia su coherencia de vida al no caer en
la corrupción, o al defender la vida y los valores del Evangelio”.
A propósito de la celebración
del conocido mártir San Sebastián, quien sufrió el ataque con flechas por no renegar
de su fe, dijo que en la actualidad también se reciben ataques similares: “Una
primera flecha va dirigida contra el derecho fundamental de todo ser humano, el
de la vida”. Explicó que este don divino se ve amenazado
desde el nacimiento “en el vientre materno hasta la que está por pasar a la
eternidad”. Al respecto, recordó que todo ser humano “tiene el derecho a vivir
con dignidad y a que se le respete su propia vida”.
Insistió en que lo más
atacado actualmente en Venezuela es el derecho a la vida: “Se siente en las
consecuencias del hambre, de la miseria en que muchos están cayendo… La vida
que se irrespeta cuando se aplican leyes marciales sin el legítimo proceso, aun
sabiendo que en Venezuela no existe la pena de muerte; la vida
que no se atiende en hospitales o porque no se fortalece la atención a la
salud; la vida que tampoco se cuida cuando se responde con más violencia en
barricadas o en actos delictivos o en sicariatos. Es la flecha que pretende
callar a quienes defienden sus derechos humanos”.
Tampoco
se ahorró cuestionamientos contra acaparadores y especuladores, así como contra
quienes “contrabandean y buscan dinero fácil; los narcotraficantes con su comercio de
muerte; los que rompen las ilusiones de tantos niños y adolescentes con la
pornografía. Es la flecha lanzada por las mafias que se aprovechan de la
situación para hacer sus fechorías y negocios amorales e inhumanos”.
“No podemos dejar de mencionar
las mafias dedicadas al tráfico de personas y de órganos y las que roban a
tantos migrantes aprovechándose de las condiciones en que llegan a nuestra
frontera. Hoy también nos topamos con las mafias que se están especializando en
buscar, contratar y oprimir a tantos adolescentes y jóvenes, hombres y mujeres,
para llevarlos a la prostitución”, dijo.
Llamó
la atención, igualmente, sobre el exceso de “puestos de control en las
carreteras y otros lugares”,
donde “sufren los transportistas de alimentos y de otros insumos, los viajeros
de unidades de transporte… para ellos hay controles excesivos y discriminantes
y muchas veces acompañados del ‘matraqueo’. Pero curiosamente ¿por qué no
existen controles en los lugares donde funcionan esas mafias antes
mencionadas?”.
Aunque no lo citó de manera
directa, cuestionó la compra de conciencia a través de políticas ya acusadas
por el expresidente del Episcopado, arzobispo de Cumaná, Diego Padrón, de
generar mendicidad: las bolsas del CLAP creadas como parte de las medidas
populistas del gobierno de Nicolás Maduro.
“El
dolor causado por ese dardo no se sana con bolsas de alimentos, o con ofertas
de dinero, o con planes de una patria herida en lo más profundo de su ser… Es el dardo que quiere ser evitado de
muchas maneras: una de ellas, muy patente para nosotros, es el de las
migraciones de jóvenes, de familias, hacia otros países en búsqueda de mejores
condiciones de vida”.
Al respecto, se
mostró cercano a las familias sufrientes y empático con el dolor dejado “por
quienes se van”, que no sólo es sentido por los familiares
que se quedan acá, “sino por toda la nación, que ve indefensa: el vacío de las
aulas de escuelas y universidades, el cierre de tantas empresas y puestos de
trabajo, el abandono de hogares y comunidades… Los responsables de lanzar esos
dardos tendrán que vérselas algún día con la justicia divina”.
También
condenó “la indiferencia de
quienes o no han tomado conciencia de la gravedad de la situación; o se han
encerrado en un conformismo al renunciar a ejercer su vocación de sujeto
social; o de quienes están aguardando que sean otros quienes vengan a dar
soluciones o esperan que ellas llegarán desde fuera como por arte de magia”.
Y lo más grave del asunto, dijo,
“es que en este grupo de personas se encuentran muchos miembros de la
Iglesia: son los que no se sienten comprometidos desde su fe y
todo lo quieren reducir a actividades pietistas; o los que prefieren seguir
amparándose en un ‘clericalismo’ trasnochado y antievangélico; o los que
pretenden que la Iglesia se reduzca a las sacristías… Es el dardo de quienes
quieren una Iglesia con una pastoral de conservación y no en salida, pobre y
para los pobres”.
Si
escuchamos al pueblo, porque somos parte de él, y, a la vez, escuchamos a Dios,
con quienes estamos en comunión, “no podemos quedarnos sólo en análisis de la
realidad, aún hechos
desde la Palabra de Dios, ni en laméntelas o en deseos porque otros lleguen a
actuar. Por eso, debemos tomar una posición y reafirmar nuestro compromiso”.
Carlos
Zapata