Discurso del Papa al
gobierno y autoridades
![]() |
El
Santo Padre ha ofrecido un discurso a la Presidenta Michelle Bachelet, a
los miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático, a los
representantes de la sociedad civil y a las autoridades del país, ayer mañana,
16 de enero de 2018, a las 8:30 horas (12:30 h. en Roma), en el Palacio de la
Moneda, en Santiago.
A
continuación, ofrecemos el texto íntegro del discurso del Santo Padre a la presidenta,
al gobierno, a las autoridades civiles y al cuerpo diplomático de Chile:
Discurso del Papa
Francisco
Señora
Presidenta,
miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático,
representantes de la sociedad civil,
distinguidas autoridades,
señoras y señores:
miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático,
representantes de la sociedad civil,
distinguidas autoridades,
señoras y señores:
Es
para mí una alegría poder estar nuevamente en suelo latinoamericano y comenzar
esta visita por esta querida tierra chilena que ha sabido hospedarme y formarme
en mi juventud; quisiera que este tiempo con ustedes fuera también un tiempo de
gratitud por tanto bien recibido. Me viene a la memoria esa estrofa de vuestro
himno nacional: «Puro, Chile, es tu cielo azulado, / puras brisas te cruzan
también, / y tu campo de flores bordado/ es la copia feliz del Edén», un
verdadero canto de alabanza por la tierra que habitan, llena de promesas y
desafíos; pero especialmente preñada de futuro.
Gracias
señora Presidenta por las palabras de bienvenida que me ha dirigido. En usted
quiero saludar y abrazar al pueblo chileno desde el extremo norte de la región
de Arica y Parinacota hasta el archipiélago sur «y a su desenfreno de
penínsulas y canales» [1]. La diversidad y riqueza geográfica que poseen nos
permite vislumbrar la riqueza de esa polifonía cultural que los caracteriza.
Agradezco
la presencia de los miembros del gobierno; los Presidentes del Senado, de la
Cámara de Diputados y de la Corte Suprema, así como las demás autoridades del
Estado y sus colaboradores. Saludo al Presidente electo aquí presente, señor
Sebastián Piñera Echenique, que ha recibido recientemente el mandato del pueblo
chileno de gobernar los destinos del País los próximos cuatro años.
Chile
se ha destacado en las últimas décadas por el desarrollo de una democracia que
le ha permitido un sostenido progreso. Las recientes elecciones políticas
fueron una manifestación de la solidez y madurez cívica que han alcanzado, lo
cual adquiere un relieve particular este año en el que se conmemoran los 200
años de la declaración de la independencia. Momento particularmente importante,
ya que marcó su destino como pueblo, fundamentado en la libertad y en el
derecho, que ha debido también enfrentar diversos períodos turbulentos
pero que logró —no sin dolor— superar. De esta forma supieron ustedes
consolidar y robustecer el sueño de sus padres fundadores.
En
este sentido, recuerdo las emblemáticas palabras del Card. Silva Henríquez
cuando en un Te Deum afirmaba: «Nosotros —todos— somos constructores
de la obra más bella: la patria. La patria terrena que prefigura y prepara la
patria sin fronteras. Esa patria no comienza hoy, con nosotros; pero no puede
crecer y fructificar sin nosotros. Por eso la recibimos con respeto, con
gratitud, como una tarea que hace muchos años comenzaba, como un legado que nos
enorgullece y compromete a la vez». [2]
Cada
generación ha de hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones
pasadas y llevarlas a metas más altas aún. El bien, como también el amor, la
justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser
conquistados cada día. No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido
en el pasado e instalarse, y disfrutarlo como si esa situación nos llevara a
desconocer que todavía muchos hermanos nuestros sufren situaciones de
injusticia que nos reclaman a todos.
Tienen
ustedes, por tanto, un reto grande y apasionante: seguir trabajando para que la
democracia y el sueño de sus mayores, más allá de sus aspectos formales, sea de
verdad lugar de encuentro para todos. Que sea un lugar en el que todos, sin
excepción, se sientan convocados a construir casa, familia y nación. Un lugar,
una casa, una familia, llamada Chile: generoso, acogedor, que ama su historia,
que trabaja por su presente de convivencia y mira con esperanza al futuro. Nos
hace bien recordar aquí las palabras de san Alberto Hurtado: «Una Nación, más
que por sus fronteras, más que su tierra, sus cordilleras, sus mares, más que
su lengua o sus tradiciones, es una misión a cumplir» [3]. Es futuro. Y ese
futuro se juega, en gran parte, en la capacidad de escuchar que tengan su
pueblo y sus autoridades.
Tal
capacidad de escucha adquiere gran valor en esta nación donde su pluralidad
étnica, cultural e histórica exige ser custodiada de todo intento de
parcialización o supremacía y que pone en juego la capacidad que tengamos para
deponer dogmatismos exclusivistas en una sana apertura al bien común —que si no
tiene un carácter comunitario nunca será un bien—.
Es
preciso escuchar: escuchar a los parados, que no pueden sustentar el presente y
menos el futuro de sus familias; a los pueblos originarios, frecuentemente
olvidados y cuyos derechos necesitan ser atendidos y su cultura cuidada, para
que no se pierda parte de la identidad y riqueza de esta nación. Escuchar a los
migrantes, que llaman a las puertas de este país en busca de mejora y, a su
vez, con la fuerza y la esperanza de querer construir un futuro mejor para
todos. Escuchar a los jóvenes, en su afán de tener más oportunidades,
especialmente en el plano educativo y, así, sentirse protagonistas del Chile
que sueñan, protegiéndolos activamente del flagelo de la droga que les cobra lo
mejor de sus vidas. Escuchar a los ancianos, con su sabiduría tan necesaria y
su fragilidad a cuestas. No los podemos abandonar. Escuchar a los niños, que se
asoman al mundo con sus ojos llenos de asombro e inocencia y esperan de
nosotros respuestas reales para un futuro de dignidad. Y aquí no puedo dejar de
manifestar el dolor y la vergüenza que siento ante el daño irreparable causado
a niños por parte de ministros de la Iglesia. Me quiero unir a mis hermanos en
el episcopado, ya que es justo pedir perdón y apoyar con todas las fuerzas a
las víctimas, al mismo tiempo que hemos de empeñarnos para que no se vuelva a
repetir.
Con
esta capacidad de escucha somos invitados —hoy de manera especial— a prestar
una preferencial atención a nuestra casa común, escuchar a nuestra casa común:
fomentar una cultura que sepa cuidar la tierra y para ello no conformarnos
solamente con ofrecer respuestas puntuales a los graves problemas ecológicos y
ambientales que se presentan; en esto se requiere la audacia de ofrecer «una
mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo
de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del
paradigma tecnocrático» [4] que privilegia la irrupción del poder económico en
contra de los sistemas naturales y, por lo tanto, del bien común de nuestros
pueblos.
La
sabiduría de los pueblos originarios puede ser un gran aporte. De ellos podemos
aprender que no hay verdadero desarrollo en un pueblo que dé la espalda a la
tierra y a todo y a todos los que la rodean. Chile tiene en sus raíces una
sabiduría capaz de ayudar a trascender la concepción meramente consumista de la
existencia para adquirir una actitud sapiencial frente al futuro.
El
alma de la chilenía [ya dijo la presienta que es desconfiada (risas)] es
vocación a ser, esa terca voluntad de existir. [5] Vocación a la que todos
están convocados y en la que nadie puede sentirse excluido o prescindible.
Vocación que reclama una opción radical por la vida, especialmente en todas las
formas en la que ésta se vea amenazada.
Agradezco
una vez más la invitación de poder venir a encontrarme con ustedes, de
encontrarme con el alma de este pueblo; y ruego para que la Virgen del Carmen,
Madre y Reina de Chile, siga acompañando y gestando sueños en esta bendita
nación.
[1] Gabriela Mistral, Elogios de la
tierra de Chile.
[2] Homilía en el Te Deum Ecuménico (4 noviembre 1970).
[3] Te Deum (septiembre 1948).
[4] Carta enc. Laudato si’, 111.
[5] Cf. Gabriela Mistral, Breve descripción de Chile, en Anales de la Universidad de Chile (14), 1934.
[2] Homilía en el Te Deum Ecuménico (4 noviembre 1970).
[3] Te Deum (septiembre 1948).
[4] Carta enc. Laudato si’, 111.
[5] Cf. Gabriela Mistral, Breve descripción de Chile, en Anales de la Universidad de Chile (14), 1934.
© Librería Editorial Vaticano
Fuente:
Zenit