Billy Moore asesinó a un
hombre en 1974 al intentar robar en una casa para alimentar a su hija. Confesó
y fue sentenciado a muerte
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Billy Moore, en el centro de la imagen, comparte su testimonio
en la iglesia de Nuestra Señora de las Maravillas
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A
medida que las fechas de ejecución se fueron posponiendo, su vida cambió.
Primero encontró a Cristo y luego se reconcilió con la familia de su víctima,
que le perdonó, y pidió para él la conmutación de la pena y su liberación.
Moore ha estado en España para contar su experiencia de la mano de la Comunidad
de Sant’Egidio.
La
historia de Billy Moore es una historia de perdón y reconciliación. Pero
también de providencia. Algo así como la prueba de que de la muerte puede
surgir la vida. Sí, aquí en la Tierra. Él lo experimentó así cuando, en 1974,
al entrar a robar en una casa para dar de comer a su hija, asesinó a su dueño,
el señor Stapleton. Y fue sentenciado a muerte tras confesar su crimen.
Moriría, dictó el juez, en la silla eléctrica.
Sin
embargo, las fechas se fueron posponiendo paulatinamente y durante ese tiempo,
en total 17 años, su vida cambió. Primero fue la carta de una prima, que lo
invitaba a aceptar a Jesús. «Pensé que cómo era posible que me hablara de Dios
en esos momentos. Yo no quería saber nada. Pero habló con su pastor que, a su
vez, contactó con otro en la zona de mi cárcel, y este vino a verme junto a su
mujer», narra Moore a Alfa y Omega. Aquel encuentro fue un atisbo de
lo que vendría luego.
El
pastor le dijo que sabía lo que había hecho, que estaba sentenciado a muerte y
con una fecha de ejecución en siete días, pero que había un juez justo, Jesús,
«que murió por gente como tú y, sobre todo, por los que han matado a alguien».
Billy, que no era religioso, quedó tocado: «Vi el Espíritu en ellos. Habían
venido a decirme que Dios me amaba, que podía entregarle mi vida, incluso si
había cometido un asesinato». Se bautizó: «Por primera vez en mi vida encontré
la paz. Era extraño porque estaba a unos días de ser ejecutado».
A
partir de este momento, comenzó a estudiar la Biblia –creó un grupo en la
cárcel– y a formarse en Derecho. Leyendo uno de los informes judiciales
encontró los nombres de la mujer e hijas del hombre al que había asesinado y
sintió la necesidad de escribirles para pedirles perdón. «No sabía si estaban
enfadados o disgustados, pero quería pedirles que me perdonaran y que sentía
mucho el dolor que les había causado», reconoce.
Su
sorpresa fue cuando llegó la carta de la esposa, diciendo que, como cristiana
que era, le perdonaba. «Les dije que lo agradecía, pero que no entendía cómo
eran capaces de hacerlo, porque yo no lo haría. La mujer volvió a contestarme
diciéndome que lo que ocurría es que no comprendía realmente lo que era el
perdón. Así empezó el intercambio de correspondencia».
Este
perdón no se quedó en la letra de esas cartas, sino que fue más allá. La propia
familia de la víctima, cuando estaban en marcha los últimos trámites para
paralizar la ejecución, manifestó públicamente que no solo no querían que Billy
muriera, sino que recuperara la libertad. «Dijeron que ya habían tenido
suficiente con perder a un miembro de su familia y no querían que les pasara
con otro. Ellos no solo me perdonaron, lucharon por mi vida. Cuando cambió mi
situación ya no era reo de muerte, me pidieron que fuese la mejor persona
posible y que ayudara a otra gente. Y esta es parte de la misión que Dios me ha
encomendado y por eso recorro Estados Unidos y todo el mundo para contar mi
historia», explica.
Moore,
que atiende a Alfa y Omega en la sede de la Comunidad de Sant’Egidio,
quien le ha invitado para participar en la campaña Ciudades por la Vida,
recuerda su anterior visita a España, concretamente a Vitoria, porque coincidió
con el fallecimiento de la mujer de su víctima: «Me llamó mi mujer, pues la
habían llamado la hijas de la señora Stapleton para comunicarles que no sabían
cuánto tiempo iba a durar, que se encontraba en coma inducido».
Billy
pudo dirigirse a ella por última vez: «Quiero que sepas que para mí eres como
la mujer que en el Evangelio ungió los pies de Jesús con perfume mientras los
discípulos decían que se estaba malgastando. Eres parte de mi historia y
siempre que hablo de ella tú y tu familia sois mencionadas. Serás conocida en
todo el mundo, porque no hay historia sin lo que tú y tú familia hicistéis». Al
coger el teléfono, sus hijas me dijeron que no la habían visto tan bien en
semanas. Poco después falleció.
«Matar no es la
solución»
De
nuevo en casa, Moore pensó en ir al funeral, pero tenía algunos reparos porque
habría allí familia lejana que no le conocía y que, probablemente, no querría
verle. Pero fue. Se sentó al final del templo, donde no podría ser reconocido.
Solo quería estar presente. Pero las hijas de la señora Stapleton lo vieron y
le invitaron a sentarse en los bancos delanteros, con la familia.
La
conclusión, sostiene Billy, es que la pena de muerte, la violencia, «no son la
solución». «No ayudamos a los presos a rehabilitarse, lo que hacemos es
matarlos, constatar que ese ser humano no vale. También se utiliza como arma
electoral, para conseguir votos. Y para mover dinero, porque el Estado de
Georgia se gastó 1,5 millones de dólares tratando de matarme. ¿Y si ese dinero
se invirtiera en los barrios pobres, en las escuelas, en niños que necesitan
ayuda…?»
El
futuro está, en su opinión, en los jóvenes, en ayudarles a entender que esta
lucha también es suya, «incluso si son demasiado jóvenes y no votan, incluso si
en su país no existe la pena de muerte». «Tienen que tomar parte, porque la
violencia y la muerte tienen distintas representaciones. Como cuando
discriminamos a los inmigrantes o la forma de relacionarnos con los que no nos
caen bien. A construir una cultura que respete la vida se puede empezar ahora»,
concluye.
Fran
Otero
Fuente:
Alfa y Omega