La Iglesia católica es casi la
única referencia moral reconocida a lo largo y ancho de este inmenso territorio
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Hna. Victoria Braquehais |
Tras
aquella entrevista en El Espejo, hace ocho meses, he descolgado de nuevo
el teléfono para llamar a Victoria (Ushindi) y entender lo que está pasando en
un inmenso país en que la vida y la muerte se cruzan a velocidad de vértigo.
Por el auricular escucho la algarabía de los niños en el recreo: Victoria
Braquehais, misionera de la Pureza de María, responde alegre, casi cantarina,
rodeada de sus chavales en la escuela que las misioneras tienen en Kanzenze, en
la región minera de Kasai, al suroeste de la República Democrática del Congo.
Le pregunto cómo está con un punto de legítima aprensión, a la vista de las
informaciones que manejo sobre la violencia en el país, que en los últimos
meses está poniendo en su foco a la Iglesia católica. Me deja sorprendido su
respuesta nada impostada: «estoy bien, contenta de estar aquí, agradecida por
todo lo que el Señor nos da». Al fondo suenan las risas y los gritos de los
niños.
Victoria
me habla de la gente, su gente, que está viendo cada día el desplome de su
escaso poder adquisitivo, y que no puede permitirse el lujo de participar en el
movimiento cívico de resistencia porque necesita trabajar cada día para
asegurar el sustento. Me cuenta el drama de los desplazados, algunos hacia
ciudades más grandes, como Lubumbashi, donde existe una apariencia de mayor
seguridad; otros han cruzado incluso la frontera rumbo a Angola.
Le duele
especialmente la situación de los niños, que ven truncado el curso escolar y
pierden el hilo de su formación, la única herramienta para cambiar su futuro.
Con todo, recobra el brío cuando me dice que este curso, en el colegio de las
misioneras, en Kanzenze, han llegado cincuenta nuevos alumnos, cada uno con su
historia, con su deseo de una vida grande y bella. Y también cuando me reitera
la alegría de vivir que bulle en el corazón de este pueblo tan probado, tan
resistente porque afirma siempre, en última instancia, el bien que es la vida.
Le
pregunto por el precio que está pagando la Iglesia por su presencia profética
en este país feraz y violento, prometedor y siempre a punto de romperse. La
Iglesia católica es casi la única referencia moral reconocida a lo largo y
ancho de este inmenso territorio, algo así como la osamenta del país. Y me
comenta divertida que ante este protagonismo, un ministro de Kabila afirmó
recientemente que «el Congo no es un convento», para reprochar a obispos,
sacerdotes y religiosas su participación creciente en los avatares sociales. De
hecho fue la Conferencia de los Obispos del Congo la que, en cierta forma,
forzó con su autoridad moral los fallidos Acuerdos de San Silvestre, y ahora
paga por ello: sacerdotes secuestrados y asesinados, seminarios quemados,
parroquias saqueadas…
Y
claro está, me intereso por cómo viven esta circunstancia las misioneras.
Responde con sencillez que su primera preocupación es la gente, sostener su
esperanza con el Evangelio, mantener vivas las obras con las que atienden a sus
necesidades, especialmente el reto inmenso de la educación (me confía que está
convencida de que Nelson Mandela acertaba plenamente al decir que sólo la
educación podría cambiar el rumbo de África).
En cuanto a su comunidad, me dice
que para ellas es sencillo: «una le confía su vida a Jesús y está en sus
manos», y añade, entre risas, que una vez tomada esa decisión se aplica aquello
de «Santa Rita, Rita, Rita, lo que se da no se quita». Después evoca el momento
difícil de finales del pasado año, cuando su comunidad tuvo que mirar a la cara
un riesgo muy concreto y ante el Santísimo expuesto decidieron permanecer junto
a su pueblo. «Nosotras no vamos a irnos, estamos en Sus manos, es sencillo».
Le
mando un abrazo para ella, para sus hermanas y para su pueblo, y le digo que
verdaderamente me siento muy cerca de su pasión por Cristo y por el bien del
mundo, que ahora soy más consciente de lo que están viviendo en el Congo. Y
ella me responde que lleva a España en el corazón y que sigue con dolor todo lo
que está pasando en nuestro país. Pedimos unos por otros.
José
Luis Restán
Fuente: Alfa y Omega