Hacerse cargo de las
personas heridas como hizo el Buen Samaritano
En
su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa
Marta el segundo lunes de octubre, el Papa Francisco exhortó a ayudar
a levantarse a quien tiene necesidad, tal como lo hizo Cristo, quien “sigue
rezando” por nosotros. El Pontífice comenzó su reflexión a partir del
Evangelio propuesto por la liturgia del día que relata la parábola del Buen
Samaritano quien, a diferencia del sacerdote y del levita, se detiene y
socorre al hombre herido a muerte por los bandidos.
La
parábola del Buen Samaritano es la respuesta que Jesús da al Doctor de la
Ley, que quiere ponerlo a prueba preguntándole qué hay que hacer para heredar
la vida eterna. Jesús le hace decir el mandamiento del amor hacia Dios y hacia
el prójimo, pero el Doctor de la Ley, que no sabía salir de la “pequeña trampa
que Jesús le había tendido”, le pregunta quién era su prójimo. Y entonces Jesús
responde con esta historia.
En
la parábola hay seis “actores”: los bandidos, el hombre herido a muerte, el
sacerdote, el levita, el posadero y el samaritano, un pagano que no era del
pueblo judío. El Papa evidenció que Cristo siempre responde de modo
“más elevado”. Y en este caso con una historia que, precisamente, quiere
explicar su mismo misterio, “el misterio de Jesús”.
De
manera que Francisco describió una actitud frecuente. Los bandidos se
habían ido felices porque le habían robado “tantas cosas buenas” y no les importaba
de su vida. El sacerdote, “que debería ser un hombre de Dios”, y el levita, que
estaba cerca de la Ley, pasan más allá frente a un hombre herido, casi en fin
de vida:
“Una
actitud muy habitual entre nosotros: mirar una calamidad, mirar una cosa fea y
pasar más allá. Y después leerla en los periódicos, un poco pintadas por el
escándalo o el sensacionalismo. En cambio, este pagano, pecador, que estaba de
viaje, ‘vio y no pasó más allá: tuvo compasión’. Lucas lo describe bien: “Vio,
tuvo compasión de él, estuvo cerca y no se alejó: se acercó. Le vendó las
heridas – ¡él! – derramándole aceite y vino”. Y no lo dejó allí: hice lo mío y
me voy. No”.
Después
lo cargó sobre su cabalgadura, lo llevó a la posada y se ocupó de él, pero al
día siguiente, teniendo que irse por sus cuestiones, pagó al posadero para que
se ocupara de él diciéndole también que lo que hubiera gastado además “de esos
dos denarios”, se los habría pagado a su regreso. Éste es el “el misterio de
Cristo” que “se hizo siervo, se abajó, se anonadó y murió por nosotros”. Con
este misterio Jesús responde al Doctor de la Ley, que quería ponerlo a
prueba. Jesús es el Buen Samaritano e invita a aquel hombre a hacer
lo mismo. “No es un relato para niños” – dijo el Papa – sino “el
misterio de Jesucristo”:
“Y
viendo esta parábola, comprenderemos con mayor profundidad la amplitud del
misterio de Jesucristo. El Doctor de la Ley se fue silencioso, lleno de
vergüenza, no comprendió. No comprendió el misterio de Cristo. Quizá haya
entendido ese principio humano que nos acerca a entender el misterio de Cristo:
que cada hombre vea a otros hombres desde arriba hacia abajo, sólo cuando debe
ayudarlo a levantarse. Y si alguien hace esto, está en el buen camino, está en
el buen camino hacia Jesús”.
El Papa
Francisco aludió también al posadero que “no entendió nada” pero
experimentó “el estupor de un encuentro con alguien que hacía cosas” que jamás
había oído que se pudieran hacer”. Es decir – dijo el Santo Padre –
el estupor del posadero es precisamente su “encuentro con Jesús”. Por esta
razón exhortó a leer este pasaje del capítulo décimo del Evangelio de Lucas y
plantearse una serie de preguntas:
“¿Qué
hago yo? ¿Soy un bandido, un estafador, corrupto? ¿Soy un bandido allí? Soy un
sacerdote, ¿echa un vistazo, ve y mira para otro lado y va más allá? ¿O un
dirigente católico, que hace lo mismo? ¿O soy un pecador? ¿Uno que debe ser
condenado por sus propios pecados? ¿Y me acerco, me hago prójimo, me ocupo de
aquel que tiene necesidad? ¿Cómo hago yo ante tantas heridas, ante tantas
personas heridas con las cuales me encuentro todos los días? ¿Hago como Jesús?
¿Tomo forma de siervo? Nos hará bien esta reflexión, leyendo y releyendo este
pasaje. Aquí se manifiesta el misterio de Jesucristo, puesto que siendo
pecadores, ha venido por nosotros, para curarnos y dar la vida por nosotros”.
María
Fernanda Bernasconi
Radio
Vaticano